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Por Sofía Gil Sánchez - @ladelascolumnas

Nacer en Colombia tiene como consecuencia la normalización de la violencia. Un nivel de insensibilidad al ser testigos de los actos más atroces, un mecanismo protector que nos obliga a reaccionar con naturalidad ante la noticia de una masacre y responder, cuando esta deja un saldo de menos de cinco víctimas, que “no fueron tantos”. Crecer en este país es desarrollar la habilidad para reconocer la diferencia entre la pólvora y las balas y decir que “todo está bien porque el sonido tuvo eco”. Quedarse implica comprender que en el mercado colombiano también se transan vidas y, en ocasiones, la libertad de disfrutarlas.Años después, tomar un avión con un rumbo lejano se convirtió en motivo de orgullo. No porque significaba emprender un viaje y nunca regresar, formar una vida lejos o huir de una realidad oscura. Llegar a otro país enunciando la nacionalidad, significaba la certeza de recibir comentarios inmediatos como “eres de la tierra de Falcao” o “de allá es James Rodríguez”. En la actualidad seguimos siendo reconocidos por el fútbol. Pero no por el mejor gol del mundial del año 2014, el desempeño de “El Tigre”, las atajadas de Ospina, el baile de celebración de la Selección o la frase “sí era gol de Yepes”. Somos el país donde secuestraron a los padres del jugador Luis Díaz, el mismo que tras un gol de empate mostró ante las cámaras que recorrieron el mundo, una camiseta que decía “libertad para papá”. En el mismo país que se marchó contra el secuestro, que se firmó un Acuerdo Paz para la terminación del Conflicto Armado, que se documentó en múltiples informes el martirio de la violencia, que se reemplazaron los afiches en los postes con imágenes de desaparecidos, que eligió recientemente un presidente con la promesa de Paz Total; el ELN, la guerrilla más vieja del mundo, secuestró a los padres de uno de los mejores jugadores. En cuestión de días, Colombia volvió a ser sinónimo de peligro y cómo no va a serlo si se acepta que el ELN afirme con tranquilidad que el secuestro es una forma de garantizar sus modos de vida. Mientras los países se escandalizan con una realidad devastadora, el Liverpool ofrece un avión privado para que los padres de Luis Díaz salgan de un Estado inviable, las familias de los demás secuestrados padecen noches largas, los ciudadanos piden a gritos no quedar a merced de los violentos; el ministro del Interior Luis Fernando Velasco se preocupa por la financiación de la guerrilla si se le exige dejar el secuestro y el presidente afirma que es de “buen comer”, desaparece de sus compromisos, soluciona en 4.000 caracteres – mal redactados – un conflicto internacional de más de 70 años de historia y evidencia, con cada tuitéese y cúmplase, que su cambio era una reversa a la indignación colectiva del pasado, la incertidumbre del presente y la desesperanza frente al futuro. Perdón a todas las víctimas, los colombianos resilientes, los gobernantes incansables, las figuras que transformaron la perspectiva del país ante el mundo. Perdón porque los jugadores no llegarán a los estadios rodeados de su hinchada, sino de Fuerzas Militares, las personas imaginarán que en Colombia el riesgo es que las obliguen a quedarse, la música de fondo es el tono de las llamadas que nunca fueron contestadas y la alternativa de muchos es abandonar sus sueños que se tornaron en pesadillas. Perdón porque un candidato eterno que nunca aprendió a ser gobernante está borrando sus huellas y pavimentando el camino a un pasado que, muchos no conocimos, pero que hoy tememos.

Al comunicar políticas o propuestas reglamentarias, se pueda...

No más carreta. No más anuncios. No más división. Llegó...

Siempre habrá un argumento para pasar de un año a dos años,...

¿Por qué no lo leí de inmediato en esos meses inciertos?,...

Al comunicar políticas o propuestas reglamentarias, se pueda...

No más carreta. No más anuncios. No más división. Llegó...

Siempre habrá un argumento para pasar de un año a dos años,...

¿Por qué no lo leí de inmediato en esos meses inciertos?,...

Desafiar la desigualdad exige transformar la política pública...

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Perdón

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17.11.2023

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Por Sofía Gil Sánchez - @ladelascolumnas

Nacer en Colombia tiene como consecuencia la normalización de la violencia. Un nivel de insensibilidad al ser testigos de los actos más atroces, un mecanismo protector que nos obliga a reaccionar con naturalidad ante la noticia de una masacre y responder, cuando esta deja un saldo de menos de cinco víctimas, que “no fueron tantos”. Crecer en este país es desarrollar la habilidad para reconocer la diferencia entre la pólvora y las balas y decir que “todo está bien porque el sonido tuvo eco”. Quedarse implica comprender que en el mercado colombiano también se transan vidas y, en ocasiones, la libertad de disfrutarlas.Años después, tomar un avión con un rumbo lejano se convirtió en motivo de orgullo. No porque significaba emprender un viaje y nunca regresar, formar una vida lejos o huir de una realidad oscura. Llegar a otro país enunciando la nacionalidad, significaba la certeza de........

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