La mediocridad, un enemigo insidioso, acecha en las sombras de todas las organizaciones, públicas y privadas, esperando sofocar el crecimiento, frenar la innovación y erosionar la excelencia. Se manifiesta en procesos estancados, decisiones sin inspiración y una fuerza laboral contenta con la calma del promedio, con “simplemente arreglárselas”. Si bien parece inofensivo, el impacto a largo plazo de la mediocridad puede ser paralizante y, en última instancia, conducir a una menor competitividad, pérdida de oportunidades e incluso la desaparición de la organización.

En las organizaciones privadas, la mediocridad se manifiesta en multitud de formas. Se establece una cultura de complacencia, en la que los empleados desempeñan sus funciones sin obstáculos y sin motivación. La innovación se convierte en una ocurrencia tardía, reemplazada por una adhesión asfixiante al status quo. Las decisiones se vuelven reacias al riesgo y priorizan las ganancias a corto plazo sobre las visiones a largo plazo. Las consecuencias son duras: pérdida de participación de mercado, disminución de las ganancias e incapacidad para adaptarse a un entorno cambiante.

La esfera pública no es inmune a las garras de la mediocridad. La burocracia se convierte en un laberinto impenetrable que obstaculiza el progreso y frustra a los ciudadanos. La ineficiencia reina, con recursos desperdiciados y la confianza erosionada. Los servicios públicos se estancan y no logran satisfacer las necesidades cambiantes de las comunidades. El impacto es profundo, deja a los ciudadanos desilusionados y privados de sus derechos. El gobierno es visto como insensible e irrelevante.

Los desafíos de combatir la mediocridad son enormes. Las culturas arraigadas, la poderosa inercia y la resistencia al cambio pueden hacer que el progreso parezca glacial. Identificar al enemigo no es sencillo, ya que la mediocridad a menudo se disfraza de normalidad y su naturaleza insidiosa se esconde a plena vista. El miedo al fracaso y la renuencia a hacer olas complican aún más la ecuación.

Sin embargo, la desesperación no es una opción. Derrotar la mediocridad requiere un enfoque múltiple, una búsqueda incesante de la excelencia impulsada por el liderazgo, la innovación y la transformación cultural. Los líderes deben establecer una visión clara, exigir responsabilidad y fomentar una cultura de mejora continua. Se debe adoptar la innovación, fomentando la experimentación y la asunción de riesgos calculados. Es necesario agilizar los procesos, eliminar sin piedad las ineficiencias y desmantelar la burocracia. La comunicación es clave, con el diálogo abierto y la colaboración que fomentan un sentido de propósito compartido.

Más importante aún, un cambio cultural es esencial. La mediocridad prospera en entornos donde se recompensa la complacencia y se ignora la ambición. Una cultura de excelencia celebra el aprendizaje continuo, fomenta la competencia sana, reconoce y recompensa el desempeño sobresaliente. Es fundamental fomentar una mentalidad de crecimiento, en la que los desafíos se consideren oportunidades y los fracasos como peldaños de aprendizaje.

La tecnología puede ser una herramienta poderosa en la lucha contra la mediocridad. La automatización puede manejar tareas mundanas, liberando potencial humano para esfuerzos creativos. El análisis de datos puede iluminar áreas de ineficiencia y guiar la toma de decisiones. Las plataformas de colaboración pueden conectar diversas perspectivas y generar innovación. Sin embargo, la tecnología por sí sola no puede derrotar al enemigo.

El camino para vencer el enemigo insidioso de la mediocridad es largo y arduo, pero las recompensas son inconmensurables. Las organizaciones que se liberan de sus garras ven un mejor desempeño, una mayor innovación y un renovado sentido de propósito. Se vuelven ágiles y adaptables, listos para enfrentar los desafíos de un mundo dinámico. En última instancia, la elección es nuestra: sucumbir al atractivo del promedio o abrazar la búsqueda incesante de la excelencia. El futuro de nuestras organizaciones y de la sociedad misma depende de nuestra decisión.

Entonces, hagamos sonar la alarma, encendamos la pasión por la excelencia y libremos una guerra implacable contra el insidioso enemigo de la mediocridad. ¿Qué se requiere para superar la mediocridad en los gobiernos?

Finalmente, como sugerencia, creo que vale la pena leer el libro de Alain Deneault, “Mediocracia: cuando los mediocres toman el poder”. (Editorial Turner. España, 2019). El autor se pregunta: “¿Qué es lo que mejor se le da a una persona mediocre? Reconocer a otra persona mediocre. Juntas se organizarán para rascarse la espalda, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de un clan que seguirá creciendo, ya que enseguida darán con la manera de atraer a sus semejantes”.

Y añade: “Siéntase cómodo al ocultar sus defectos tras una actitud de normalidad; afirme siempre ser pragmático y esté siempre dispuesto a mejorar, pues la mediocridad no acusa ni la incapacidad ni la incompetencia. Deberá usted saber cómo utilizar los programas, cómo rellenar el formulario sin protestar, cómo proferir espontáneamente, como un loro, expresiones del tipo ‘altos estándares’ y ‘valores de excelencia’ y cómo saludar a quien sea necesario en el momento oportuno. Sin embargo –y esto es lo fundamental–, no debe ir más allá”.

El término mediocridad designa lo que está en la media, igual que superioridad e inferioridad designan lo que está por encima y por debajo. Laurence J. Peter y Raymond Hull escribieron sobre la mediocridad en un sistema. “El principio de Peter” es muy claro: los procesos sistémicos favorecen que aquéllos con niveles medios de competencia asciendan a posiciones de poder, apartando en su camino tanto a los supercompetentes como a los totalmente incompetentes.

“Mediocracia” es un orden mediocre que se establece como modelo. Deneault concluye en la introducción de su libro: “La mediocracia nos anima de todas las maneras posibles a amodorrarnos antes que a pensar, a ver como inevitable lo que resulta inaceptable y como necesario lo repugnante. Nos convierte en idiotas”.

QOSHE - Un enemigo insidioso con disfraz de normalidad - Javier Treviño
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Un enemigo insidioso con disfraz de normalidad

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27.01.2024

La mediocridad, un enemigo insidioso, acecha en las sombras de todas las organizaciones, públicas y privadas, esperando sofocar el crecimiento, frenar la innovación y erosionar la excelencia. Se manifiesta en procesos estancados, decisiones sin inspiración y una fuerza laboral contenta con la calma del promedio, con “simplemente arreglárselas”. Si bien parece inofensivo, el impacto a largo plazo de la mediocridad puede ser paralizante y, en última instancia, conducir a una menor competitividad, pérdida de oportunidades e incluso la desaparición de la organización.

En las organizaciones privadas, la mediocridad se manifiesta en multitud de formas. Se establece una cultura de complacencia, en la que los empleados desempeñan sus funciones sin obstáculos y sin motivación. La innovación se convierte en una ocurrencia tardía, reemplazada por una adhesión asfixiante al status quo. Las decisiones se vuelven reacias al riesgo y priorizan las ganancias a corto plazo sobre las visiones a largo plazo. Las consecuencias son duras: pérdida de participación de mercado, disminución de las ganancias e incapacidad para adaptarse a un entorno cambiante.

La esfera pública no es inmune a las garras de la mediocridad. La burocracia se convierte en un laberinto impenetrable que obstaculiza el progreso y frustra a los ciudadanos. La ineficiencia reina, con recursos desperdiciados y la confianza erosionada. Los servicios públicos se estancan y no logran satisfacer las necesidades cambiantes de las comunidades. El impacto es profundo, deja a los........

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