La Constitución goza de incomparable popularidad. Hasta los que apenas tartamudean la mencionan, todos los días, a cada rato. Constitución por aquí, Constitución por allá, Constitución por esto, Constitución por aquello. Pena por los constitucionalistas porque de constitucionalistas están empedradas las calles.

Ya me he ocupado en varias oportunidades de las taras naturales que componen a las constituciones desde que fueron creadas por la siempre “maravillosa” civilización. He expresado mi preferencia por el académico Arnoldo Clapmarius del siglo XVII, quien enseñaba sobre las falsedades o “falsas imágenes” contenidas en toda constitución respondiendo a las maledicentes “razones de Estado” entendiendo que el bienestar del Estado es más importante que los derechos de las personas.

Ya no incidiré en ese tema, sólo diré que la maldición de las constituciones emerge de la inacabable ambición de los hombres por acumular poder para sí. Es el “poder” centro vital de la política y para su respectivo apoderamiento se usa un manual o libreto que traza (engañosamente) la forma en la que unos deben aplastar a otros: es la Constitución.

¡Qué distinto sería que hubiera una sociedad donde se desconozca la ambición, el apoderamiento de la fuerza, donde todos vivan bien sin que nada les falte ni nada les sobre, que vivan en paz y libertad, con cooperación mutua, sin libre competencia innecesaria ni ambiciones vanas! No existiría necesidad de la existencia de la Constitución como las que conocemos. Se dirá que éste es un deseo vano, imposible, propio de gente que sueña y que no tiene los pies sobre la tierra, pero he aquí que hemos encontrado una perla que muestra que esto es posible y que motiva la presente columna.

Existe un pequeño pueblo sumido en lo más profundo de la lejana Lituania, junto al lecho de un río llamado Vilnelé. El nombre de este poblado es Uzupis, que el 1º abril de 1998 decidió declararse república independiente, famoso por la cantidad de artistas que lo habitan, posee su propia bandera, escudo, su presidente es poeta y tiene su “Constitución”, que es la que me causa envidia.

El motivo de este artículo es el de transcribir el bello texto de esa Constitución, carente de supercherías jurídicas, de fraseología engañosa, de concentración del poder y más bien plagada de sentimiento humano y naturalidad cósmica. He sentido envidia por no contar en Bolivia con una Constitución por lo menos lejanamente parecida a ésta. La transcribo en sus simples y suficientes 41 artículos (la Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia consta de 411 terribles artículos, sin contar sus otras disposiciones), la de Uzupis está traducida a 23 idiomas. Dejo al lector que la califique de acuerdo a su mejor saber y entender.

Constitución de la República de Uzupis

1.- Todos tienen derecho a vivir cerca del río Vilnelé y el río Vilnelé tiene derecho a fluir cerca de todos.

2.- Todos tienen derecho a agua caliente, a la calefacción en el invierno y a un tejado.

3.- Todos tienen derecho a morir, pero no es su obligación.

4.- Todos tienen derecho a equivocarse.

5.- Todos tienen derecho a ser únicos.

6.- Todos tienen derecho a amar.

7.- Todos tienen derecho a no ser amados, pero no necesariamente.

8.- Todos tienen derecho a ser insignificantes y desconocidos.

9.- Todos tienen derecho a ser perezosos y a no hacer nada.

10.- Todos tienen derecho a amar y proteger un gato.

11.- Todos tienen derecho a cuidar de un perro hasta que uno de los dos se muera.

12.- Un perro tiene derecho a ser un perro.

13.- Un gato no está obligado a amar a su dueño, pero le debe ayudar en los momentos difíciles.

14.- Todos tienen derecho a no saber de vez en cuando que tienen obligaciones.

15.- Todos tienen derecho a dudar, pero no es su obligación.

16.- Todos tienen derecho a ser felices.

17.- Todos tienen derecho a ser infelices.

18.- Todos tienen derecho a guardar silencio.

19.- Todos tienen derecho a tener fe.

20.- Nadie tiene derecho a usar la violencia.

21.- Todos tienen derecho a darse cuenta de su irrelevancia y de su grandeza.

22.- Nadie tiene derecho a usurpar la eternidad.

23.- Todos tienen derecho a comprender.

24.- Todos tienen derecho a no comprender nada.

25.- Todos tienen derecho a tener varias nacionalidades.

26.- Todos tienen derecho a celebrar o a no celebrar su cumpleaños.

27.- Todos tienen la obligación de recordar su nombre.

28.- Todos pueden compartir lo que poseen.

29.- Nadie puede compartir lo que no posee.

30.- Todos tienen derecho a tener hermanos, hermanas y padres.

31.- Todos pueden ser libres.

32.- Todos son responsables de su libertad.

33.- Todos tienen derecho a llorar.

34.- Todos tienen derecho a ser incomprendidos.

35.- Nadie tiene derecho a echarle la culpa al otro.

36.- Todos tienen derecho a ser subjetivos.

37.-Todos tienen derecho a no tener ningún derecho.

38.- Todos tienen derecho a no tener miedo.

39.-No te rindas.

40.- No contraataques.

41.- No abandones.

Este pueblo es feliz, nadie es rico pero tampoco es pobre, para mi es la República de la Libertad. Se ha convertido en centro de convenciones del arte, de la música, de la pintura, de la poesía, de la escultura, del teatro. Cuenta con más de 300 embajadores y cualquiera puede convertirse en ciudadano sin importar de donde viene. No existen impuestos ni inflación. Una de sus fuentes centrales de ingreso es el turismo que va concentrando a miles de ciudadanos del mundo. No se requiere pasaporte.

Comparativamente con lo nuestro ¿qué dice usted señor lector?

QOSHE - ¡Qué envidia! - Gonzalo Peñaranda Taida
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¡Qué envidia!

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29.04.2024

La Constitución goza de incomparable popularidad. Hasta los que apenas tartamudean la mencionan, todos los días, a cada rato. Constitución por aquí, Constitución por allá, Constitución por esto, Constitución por aquello. Pena por los constitucionalistas porque de constitucionalistas están empedradas las calles.

Ya me he ocupado en varias oportunidades de las taras naturales que componen a las constituciones desde que fueron creadas por la siempre “maravillosa” civilización. He expresado mi preferencia por el académico Arnoldo Clapmarius del siglo XVII, quien enseñaba sobre las falsedades o “falsas imágenes” contenidas en toda constitución respondiendo a las maledicentes “razones de Estado” entendiendo que el bienestar del Estado es más importante que los derechos de las personas.

Ya no incidiré en ese tema, sólo diré que la maldición de las constituciones emerge de la inacabable ambición de los hombres por acumular poder para sí. Es el “poder” centro vital de la política y para su respectivo apoderamiento se usa un manual o libreto que traza (engañosamente) la forma en la que unos deben aplastar a otros: es la Constitución.

¡Qué distinto sería que hubiera una sociedad donde se desconozca la ambición, el apoderamiento de la fuerza, donde todos vivan bien sin que nada les falte ni nada les sobre, que vivan en paz y libertad, con cooperación mutua, sin libre competencia innecesaria ni ambiciones........

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