Tras esa mágica noche del Bernabéu hace dos años, Juanma Rodríguez acuñó en una máxima la intuición del respetable: "Dios es del Madrid". Pero el fútbol y la fe olvidan, y lo que más pesaba en la previa de la noche del miércoles era la paliza del año pasado. Sólo el recuerdo de ese Bernabéu hacía flotar en el ambiente un "¿y si sí…?" inconfesable. En la primera parte, guion esperado: presión asfixiante de los ingleses y Lunin ejerciendo de centrocampista. Un solitario balón largo rompió las defensas de Guardiola y, gracias a un control zidanesco de Bellingham, llegó el clásico zarpazo blanco.

La segunda parte continuó por derroteros canónicos. Caraja inicial de los blancos en versión extendida: el City sobaba la bola y llegaba más mal que bien, pero el Madrid ni la olía. En el bar, las cabezas miraban más al suelo que a la pantalla. Y en esas, llegó el esperado empate. Pero hete aquí que apareció el duende blanco, desatado, cual Deus ex machina y mandó a los clásicos al carajo. Pasaban los minutos y se mascaba la tragedia; el City continuaba su asedio, pero el muerto no moría: la Grande y Felicísima Armada no naufragaba ante la pérfida Albión. Poco a poco, las cabezas volvían a la pantalla y las acciones defensivas cosechaban tímidos aplausos. El Madrid padecía una mutación numantina, convertido en muro de hierro inexpugnable. Lunin paraba y paraba, Nacho le regateaba y evitaba el segundo sobre la línea de cal, y Carvajal se erigía en Blas de Lezo frente al sucesor de Gascoigne –o Grealish, como prefieran– y ese demonio de Tasmania llamado Doku. Cuando quisimos darnos cuenta, cada pequeña acción se celebraba como una victoria. Ya no había resignación sino desesperación, que es su mutación cuando aún queda esperanza. El Real Madrid era Numancia, Troya. La defensa hecha épica. Ni regates, ni goles: marcajes, despejes y paradas.

Hace dos años, cuando faltaban pocos minutos de partido y el Madrid caía 1-0 en el Bernabéu, apareció un rótulo en la retransmisión con la probabilidad de clasificación para cada equipo: 99 para el City, 1 para el Madrid. El miércoles, cualquier rótulo entre el minuto 45 y el 120 habría indicado 100 a 0. Y no mentiría. Ganar el partido era, bendita paradoja, estadísticamente imposible. En la prórroga, el partido entró en un combate que recordaba a ese episodio de Los Simpson donde Homer triunfa como boxeador limitándose a soportar todos los puñetazos del rival hasta que éste, exhausto, cae rendido con un simple empujón. Con un City agonizante y un Madrid en pie, llegaron los penales.

Si aún no lo han hecho, les recomiendo un repaso de las radios nacionales para escuchar las reacciones del personal mientras se desvelaban los lanzadores. No tienen desperdicio. El City, con lanzadores de élite, gracias a ese banquillo donde uno no distingue al titular del suplente. El Madrid, con los defensas. En RAC1 no daban crédito. En COPE, Paco González barruntaba tragedia y Lama le reñía por descreído. La defensa del Madrid se arrojaba la responsabilidad de cerrar el partido que había sostenido durante 120 minutos. Lucas Vázquez se plantó en la cal dando toquecitos al balón en un ejercicio de galleguismo impecable, igual que su disparo. El de Nacho, de nueve brasileño. El surrealismo alcanzó cotas récord cuando su portero Ederson tiró el último y marcó un golazo. Faltaba uno para el Madrid. Nuestro amigo Pepe dijo lo que todos pensábamos y nadie se atrevía a decir: "¡Antonio!". Deus ex machina había hablado y, mientras murmurábamos "no, hombre, no, cómo va a ser Antonio…", loco Rüdiger puso rumbo al punto de penalti.

Damas y caballeros, la intuición se ha consumado: Dios es madridista. O al menos, odia a la pérfida Albión. El Real Madrid venció en Trafalgar y conquistó Inglaterra. Qué cara les salió la escisión eclesial. Nadie sabe qué le queda a este Madrid, que parece el niño que sube el nivel de dificultad del videojuego aburrido de pasárselo. Quizás la última frontera, el "Gibraltar español" del fútbol, sea ganar este verano la final de la Eurocopa a Inglaterra. Dios mediante, claro.

QOSHE - Dios es del Madrid - Juan Cermeño
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Dios es del Madrid

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20.04.2024

Tras esa mágica noche del Bernabéu hace dos años, Juanma Rodríguez acuñó en una máxima la intuición del respetable: "Dios es del Madrid". Pero el fútbol y la fe olvidan, y lo que más pesaba en la previa de la noche del miércoles era la paliza del año pasado. Sólo el recuerdo de ese Bernabéu hacía flotar en el ambiente un "¿y si sí…?" inconfesable. En la primera parte, guion esperado: presión asfixiante de los ingleses y Lunin ejerciendo de centrocampista. Un solitario balón largo rompió las defensas de Guardiola y, gracias a un control zidanesco de Bellingham, llegó el clásico zarpazo blanco.

La segunda parte continuó por derroteros canónicos. Caraja inicial de los blancos en versión extendida: el City sobaba la bola y llegaba más mal que bien, pero el Madrid ni la olía. En el bar, las cabezas miraban más al suelo que a la pantalla. Y en esas, llegó el esperado empate. Pero hete aquí que apareció el duende blanco, desatado, cual Deus ex machina y mandó a los clásicos al carajo. Pasaban los........

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