Nos gusta que hablen de nosotros fuera, aunque sea bien. Que hablen de uno lejos, aunque sea bien, es como un acta notarial de que existimos. Miramos en la tele la retransmisión de la carrera ciclista cuando pasa por el pueblo, en vez de salir a verla a la ventana, porque la mirada del otro, la televisión, es el estatuto de existencia de nuestro pueblo, la certificación de que no somos Brigadoon –el valle imaginario del musical homónimo de la Metro– y de que estamos en este mundo. Y si los que hablan de nosotros son foriatos y clientes, tanto mejor.

Un artículo de The Telegraph ha sido por ello tendencia en España este fin de semana. El texto, de una forma un tanto frívola –con el concurso de un solo testimonio y un refrito de datos ya conocidos y publicados tanto aquí como en Reino Unido–, acusaba a España de jugar con la salud de los británicos por seguir recetando Nolotil (nombre comercial más común del analgésico metamizol), una medicina cuyos efectos secundarios raros o muy raros parecen serlo mucho menos (raros o muy raros) en los pacientes británicos y nórdicos, una impresión que aún requiere ulteriores estudios científicos que la ratifiquen, pero que a la Asociación de Afectados por los Fármacos la ha llevado a denunciar al sistema público de salud español ante los tribunales.

En el Reino Unido, Canadá, Estados Unidos y algún otro país, estos efectos raros o muy raros no deben de serlo tanto porque han llevado a prohibir el fármaco. A falta de mayor certeza científica sobre si de verdad el metamizol es un riesgo para la salud de los anglosajones, las redes se han llenado de chistes, los más de ellos humoradas en torno a la frecuencia con la que los springbreakers británicos saltan desde los balcones costeros españoles tratando de acertarle a la piscina y el diferente riesgo que para la salud supone la ingesta de Nolotil respecto al salto base en chanclas.

Si se prueba que existe esa predisposición genética de los hooligans a desarrollar agranulocitosis como efecto adverso del analgésico, la cosa es seria, pero para las redes no existe tal categoría de asuntos. Al margen de los instintos tribales más elementales, existe otra explicación para el regodeo, aunque sea bien, con el que los lugareños solemos abordar cualquier vicisitud que incordie a nuestros visitantes, y lo hacemos incluso con los del mercado interior, los de la provincia vecina. En lugar de amar a los turistas porque son exactamente nosotros en otro momento del año –como bien explica Jorge Dioni López en El malestar de las ciudades (Arpa Editores)–, y criticar el turismo, que es un modelo de explotación depredador del territorio y de las personas, hacemos lo contrario: defender la depredación y vituperar a quien disfruta, como cualquiera de nosotros, de unos días de asueto merced a los derechos laborales y el low cost. Nos pasa a todos, yo amo este oficio y no tanto a sus oficiantes. Será que somos raros o muy raros. Aunque sea bien.

QOSHE - Nolotil, turismo y salto base - Pedro Vallín
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Nolotil, turismo y salto base

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22.04.2024

Nos gusta que hablen de nosotros fuera, aunque sea bien. Que hablen de uno lejos, aunque sea bien, es como un acta notarial de que existimos. Miramos en la tele la retransmisión de la carrera ciclista cuando pasa por el pueblo, en vez de salir a verla a la ventana, porque la mirada del otro, la televisión, es el estatuto de existencia de nuestro pueblo, la certificación de que no somos Brigadoon –el valle imaginario del musical homónimo de la Metro– y de que estamos en este mundo. Y si los que hablan de nosotros son foriatos y clientes, tanto mejor.

Un artículo de The Telegraph ha sido por ello tendencia en España este fin de semana. El texto, de una forma un tanto frívola –con el concurso de un solo testimonio y un........

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