Aturdidos, los defensores oficiosos del régimen intentan buscar una explicación al colapso de la popularidad presidencial. Siempre han sido buenos para repartir culpas. Cuando no son las “oligarquías esclavistas”, son los “gringos imperialistas”, o las mafias o los medios de comunicación “pagados” o las cortes, o alguien más. Cualquiera que no sean ellos mismos.

Pero lo son. Los responsables del infortunio gubernamental son, obviamente, los miembros del gobierno. En especial el jefe del gobierno, o sea el presidente de la República.

En este año el modelo de gobierno tuvo tres versiones. La primera, la de la gran coalición partidista, con amplias mayorías parlamentarias y un gabinete de moderados. Esto implicaba transitar un camino de concertación que mortificó al presidente desde el principio. Simplemente ese no es su talante. Después viró a la calle. La idea era imponer las llamadas “reformas” con la movilización popular. Esto fue un fracaso. Petro, como diría Gustavo Duncan, es un populista sin pueblo. Ahora intenta el llamado “acuerdo nacional”, cuyas bases todavía estamos esperando porque cambian con cada discurso. Fuera de una foto con unos señores ricos en Cartagena no hay mucho más.

El problema, como se ve, es uno de falta de foco. En ninguna parte es esto más claro que en la autopsia del X presidencial. La hizo La Silla Vacía y el informe pericial es fascinante. Analizados los 2.500 trinos presidenciales de este año se encuentra que solo una tercera parte corresponde a actos de gobierno. El resto son opiniones y peleas.

Peores aún son las temáticas tratadas por el presidente. Sobresale la controversial reforma a la salud, que se ha chupado como un remolino el capital político (y toda la mermelada) del gobierno. Sin que en la Casa Nariño parezcan percatarse la reforma se volvió un gancho ciego de la oposición. Mientras la energía política del gobierno se concentra en su aprobación a los trancazos, otras reformas quizás más populares están estancadas. La reforma a la salud será al gobierno Petro, lo que las objeciones a la JEP fueron al gobierno Duque.

Le siguen en importancia los trinos relacionados con el cambio climático y el conflicto palestino israelí. Ninguno de estos temas está dentro de las prioridades de los colombianos y el último, sencillamente, les importa un carajo.

La gente en Colombia está preocupada por la economía y por su empleo. Subyacente en todo esto está la inflación. La gente no come estadísticas. Diga lo que diga el Dane sobre la mejora en los precios, lo cierto es que los colombianos hoy en día gastan más y compran menos.

La disminución de tasas de interés –que ojalá no sea prematura– puede señalar un alivio, pero será a largo plazo. En lo inmediato tendremos un alto costo de vida sumado a una economía anémica. El año entrante se cumplirá el sueño de Irene Vélez: la economía decrecerá como si fuera 1999.

El otro gran tema en la mente de los colombianos es la seguridad. En la izquierda están convencidos de que este es un problema de los ricos porque no pueden ir a sus fincas. De seguir durmiendo de ese lado se van a llevar una (¿otra?) ruda sorpresa en las próximas elecciones. La quimera de la paz total se ha convertido en la inseguridad total. Con la fuerza pública encerrada en los cuarteles viendo la novela de las ocho el hampa se ha tomado los campos y las calles. Graduar de actor político a cuanto matón se aparezca no es una buena idea para garantizar la vida, honra y bienes de los ciudadanos. La prueba reina de la negligencia gubernamental en esta materia es el aumento de las masacres y del asesinato de líderes sociales, algo que poco o nada ha cambiado desde que Petro llegó al poder.

Y entre las principales preocupaciones ciudadanas suele también estar la corrupción. El presidente solo se ha referido al tema para embadurnar a sus contradictores con Odebrecht o para absolver a su círculo íntimo. Para la oposición, Days, Marelbys, Nico, Verónica y Juan Fernando son el regalo que sigue dando; además de la escandalera emergente en la Sae, Ecopetrol, Ant y –bocatto di cardenale– en la Cancillería. Ciertas o no, descartar las denuncias como inventos de los medios de comunicación de nada sirve para despejar las dudas.

La magnitud de la disociación entre los problemas percibidos por la gente y la priorización de la agenda gubernamental manifestada a través del X presidencial explica que solo el 28% de los colombianos aprueben la gestión de Petro, como lo confirma el ponderador de encuestas hecho por este medio.

Meter las narices en la pelea de borrachos que es el conflicto entre palestinos e israelíes es mala política internacional, pero es peor política local. A una ama de casa en Soacha la presencia del Tren de Aragua en el parque del barrio le quita el sueño mientras que el bombardeo al hospital Kamal Adwan en Gaza la tiene sin cuidado, por trágico que este sea.

Algo parecido ocurre con la obsesión petrista con el calentamiento global. Aunque el problema es real y grave no está entre las prioridades del colombiano común. Y es entendible. Colombia es de los emisores de carbono más bajos del mundo porque tiene una matriz energética limpia gracias a las hidroeléctricas. Uno quisiera que toda la inquina presidencial se dirigiera más bien a combatir la deforestación, en vez de despotricar del capitalismo. Eso fue lo que hizo en Dubái ante la mirada desconcertada de europeos, indios y norteamericanos, además de los chinos, a quienes acusó de basar su crecimiento en la “muerte de los demás”.

Poco que se ha sabido sobre el desarrollo del cónclave gubernamental donde se hizo una evaluación de la gestión de este año y se fijaron prioridades del entrante. Pero se supo que el presidente estaba insatisfecho con los resultados. Parece que el regaño de Petro a sus colaboradores fue de padre y señor mío.

Se lo hubiera ahorrado. Los ministros no son los principales responsables de esta debacle, por mediocres que puedan ser algunos de ellos.

El responsable de lo que está ocurriendo, como ya dijimos, es solo uno: el presidente de la República. Ya va siendo hora de que deje de trinar sobre sus caprichos y se ponga a gobernar.

QOSHE - Autopsia de un gobierno - Luis Guillermo Vélez Cabrera
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Autopsia de un gobierno

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23.12.2023

Aturdidos, los defensores oficiosos del régimen intentan buscar una explicación al colapso de la popularidad presidencial. Siempre han sido buenos para repartir culpas. Cuando no son las “oligarquías esclavistas”, son los “gringos imperialistas”, o las mafias o los medios de comunicación “pagados” o las cortes, o alguien más. Cualquiera que no sean ellos mismos.

Pero lo son. Los responsables del infortunio gubernamental son, obviamente, los miembros del gobierno. En especial el jefe del gobierno, o sea el presidente de la República.

En este año el modelo de gobierno tuvo tres versiones. La primera, la de la gran coalición partidista, con amplias mayorías parlamentarias y un gabinete de moderados. Esto implicaba transitar un camino de concertación que mortificó al presidente desde el principio. Simplemente ese no es su talante. Después viró a la calle. La idea era imponer las llamadas “reformas” con la movilización popular. Esto fue un fracaso. Petro, como diría Gustavo Duncan, es un populista sin pueblo. Ahora intenta el llamado “acuerdo nacional”, cuyas bases todavía estamos esperando porque cambian con cada discurso. Fuera de una foto con unos señores ricos en Cartagena no hay mucho más.

El problema, como se ve, es uno de falta de foco. En ninguna parte es esto más claro que en la autopsia del X presidencial. La hizo La Silla Vacía y el informe pericial es fascinante. Analizados los 2.500 trinos presidenciales de este año se encuentra que solo una tercera parte corresponde a actos de gobierno. El resto........

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