En los últimos años se ha naturalizado el incumplimiento y la violación de la Constitución, a vista de quienes dicen ser alguaciles de la democracia y defensores de las libertades. La consecuencia más reciente fue un gobierno de facto e ilegítimo, en 2019, que se autoproclamó y se consideró constitucional, a sabiendas de que no fue así.

Sin embargo, la llegada al poder de Jeanine Áñez tuvo antecedentes preocupantes que confluyeron en un desorden de la democracia y la ruptura constitucional que no terminan de ser resueltos: el papel antidemocrático del otrora líder cívico y ahora gobernador Luis Fernando Camacho, la desobediencia al orden constituido de parte de las Fuerzas Armadas y la Policía Boliviana, la sutil validación del régimen por parte del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) y la homologación discursiva de ciertos cuadros políticos, como Carlos Mesa, que dijo que la de la otrora senadora de minorías fue una “sucesión impecable”.

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Antes, el intento del entonces presidente Evo Morales de repostularse en sus funciones, primero, a través de un referéndum constitucional en contra de sus fines y, luego, con más “éxito”, a través de una sentencia constitucional que, a manera de “derecho humano”, viabilizó su postulación en 2019. Precisamente, bajo otra sentencia del mismo TCP, no será posible una repostulación presidencial luego dos periodos constitucionales de gestión, decisión que ahora está causando un nuevo desorden en la democracia.

A la lista de factores desordenadores se suma otra decisión del TCP, la Declaración 049/2023, que prorrogó el mandato de magistrados y consejeros, electos en 2017, por más de seis años de gestión. Ahora, esa decisión también genera tensión política en el seno del Movimiento Al Socialismo (MAS), entre evistas y arcistas.

El desorden es consecuencia de la ineptitud de los órganos Ejecutivo y Legislativo respecto de la institucionalidad tan crucial, que no supieron impulsar y encaminar las elecciones para la renovación de dichos cargos. Desde el 3 de enero rigen dichas autoridades más allá de los seis años, ante unos inciertos comicios.

Un último factor desordenador de la democracia por el que también se ciernen conflictos es la indiferencia y la desobediencia del gobernador Camacho a la Sentencia 1021/2023 del TCP que activa la suplencia temporal a favor del vicegobernador Mario Aguilera.

La decisión constitucional tiene como origen el celo del gobernador a ceder sus funciones a su compañero de fórmula ante su complicada situación de recluso en la cárcel de Chonchocoro, acusado en el caso Golpe de Estado I, referente a los hechos políticos que derivaron en el derrocamiento de Morales en 2019. Entonces, siendo presidente del Comité pro Santa Cruz, Camacho lideró las protestas contra el gobierno de entonces, al punto de pactar con militares y policías la ruptura del orden de mando, promover una fallida sucesión inconstitucional a través de una decana del Tribunal Supremo de Justicia, acordar con un dirigente minero “tumbar” a dinamitazos a Morales, irrumpir en el Palacio Quemado, poner a su disposición, para sus propósitos, a las Fuerzas Armadas y a la Policía Boliviana y cogobernar con Áñez.

En marzo de 2022, Camacho rompió el estatuto cruceño al delegar sus funciones a un secretario en desmedro de Aguilera, a quien realmente le correspondía la suplencia temporal.

Declarada la desconfianza con su vicegobernador, el gobernador impulsó la interpretación del artículo 25 del Estatuto de Santa Cruz para blindar su mandato desde la cárcel. La Ley 293 resultó inconstitucional y ahora Camacho está obligado a ceder su sillón mientras libre las varias acusaciones en prisión por varios delitos.

Con estos hechos, la institucionalidad del país sufre de un grave colapso, que pone en jaque, otra vez, la democracia. Una serie de factores desordenadores no da tregua a su complicada situación. ¿Es demasiado exigir compromiso político por resguardar nuestra democracia?

(*) Rubén Atahuichi es periodista

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La democracia en desorden

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17.01.2024

En los últimos años se ha naturalizado el incumplimiento y la violación de la Constitución, a vista de quienes dicen ser alguaciles de la democracia y defensores de las libertades. La consecuencia más reciente fue un gobierno de facto e ilegítimo, en 2019, que se autoproclamó y se consideró constitucional, a sabiendas de que no fue así.

Sin embargo, la llegada al poder de Jeanine Áñez tuvo antecedentes preocupantes que confluyeron en un desorden de la democracia y la ruptura constitucional que no terminan de ser resueltos: el papel antidemocrático del otrora líder cívico y ahora gobernador Luis Fernando Camacho, la desobediencia al orden constituido de parte de las Fuerzas Armadas y la Policía Boliviana, la sutil validación del régimen por parte del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) y la homologación discursiva de ciertos cuadros políticos, como Carlos Mesa, que dijo que la de la otrora senadora de minorías fue una “sucesión impecable”.

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