Nada —o casi nada— es nuevo bajo el sol. Estábamos en los primeros momentos del periodo histórico que hemos dado en llamar la Transición; es decir el proceso que nos permitió pasar de la Dictadura franquista a la Monarquía parlamentaria, conservando, eso sí, las nóminas más importantes, incluida en la lista la nómina del Rey, que había sido nombrado heredero suyo. De hecho, Adolfo Suárez, el último secretario general del Movimiento (organización parafascista residual), fue también el primer presidente elegido de forma democrática.

Los primeros pasos de la nueva criatura política fueron titubeantes, como corresponde a quien empieza a caminar. Aquí me caigo, aquí me levanto y aquí empiezo a llorar mientras me toco un chichoncete que me ha salido en la frente después de tropezar con una silla. Se vivieron episodios desagradables en aquellas jornadas de confrontación entre los partidarios de que los nuevos tiempos no fueran mas allá de cosméticos retoques y los que aspiraban a disfrutar de unos avances sociales como los que gozaban en los países de “nuestro entorno”, que dicen los cursis.

Uno de los más activos en la novísima modernización de España fue el exministro franquista Manuel Fraga Iribarne, al que habíamos enviado como embajador a Londres para afinar su talante recién estrenado de líder de la derecha predemocratica. El Fraga vestido de agente financiero en la bolsa de Londres con bombín, chaqueta negra, chaleco y pantalón gris presentaba un aspecto un tanto encogido, como si le fueran a saltar todos los botones.

De vuelta a casa después de la muerte de Franco fue nombrado ministro de Interior en un Gobierno de Arias Navarr. “La calle es mía”, advirtió a los participantes en las numerosas manifestaciones de aquellos años en los que solo él y la policía a sus órdenes podían disponer libremente de ese espacio urbano, previa autorización del organismo competente. La frase hizo fortuna porque resume todas las declinaciones posibles de las palabras “poder” y “propiedad”, dos de los pilares fundamentales del pensamiento reaccionario.

La derecha, con Fraga o sin Fraga, siempre estimó que la calle era suya, dicho sea en sentido figurado. El idioma español es abundante en frases con la calle como elemento central. “¡A la puta calle!”, ordenó Dios a Adán y Eva cuando los expulsó del Paraíso. “Tirar por la calle de en medio” se dice de aquel que resolvió solucionar un problema que se enquistaba de forma expeditiva. “Hacer la calle”, ejercer la prostitución buscando clientes por las aceras. “Ganar la calle”, objetivo de los partidos políticos para reunir el mayor número de votos populares. “Perder la calle”, lo contrario de lo anterior. Una desgracia. El recurso a la calle como referente de haber superado la enfermedad: “Ya puede usted empezar a salir a la calle”, le dicen los médicos al enfermo, al tiempo que le recomiendan moderación.

Al inicio del presente artículo habíamos expresado nuestra sorpresa por el cambio de actitud de la derecha política española respecto de la palabra “calle”. Ya no nos vale el sentido que le dio Fraga cuando dijo aquello de “la calle es mía”. “Ahora, dirigentes del partido declaran que uno de sus principales objetivos es recuperar la calle. Al parecer la habían perdido durante los liderazgos de Rajoy y Casado.

QOSHE - La calle de Fraga y la de Feijóo - José Manuel Ponte
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

La calle de Fraga y la de Feijóo

11 0
17.11.2023

Nada —o casi nada— es nuevo bajo el sol. Estábamos en los primeros momentos del periodo histórico que hemos dado en llamar la Transición; es decir el proceso que nos permitió pasar de la Dictadura franquista a la Monarquía parlamentaria, conservando, eso sí, las nóminas más importantes, incluida en la lista la nómina del Rey, que había sido nombrado heredero suyo. De hecho, Adolfo Suárez, el último secretario general del Movimiento (organización parafascista residual), fue también el primer presidente elegido de forma democrática.

Los primeros pasos de la nueva criatura política fueron titubeantes, como corresponde a quien empieza a caminar. Aquí me caigo, aquí me levanto y aquí empiezo a llorar mientras me toco un chichoncete que me ha salido en la frente después de tropezar con una silla. Se vivieron episodios........

© La Opinión A Coruña


Get it on Google Play