Después de las violentas expansiones de unas masas convocadas, al parecer, por organizaciones de ultraderecha casi desconocidas por el gran público, los politólogos analizan los sucesos del 7 de noviembre en Madrid. Hubo, eso sí, insultos, provocaciones a la policía, amenazas de usar objetos punzantes,bates de béisbol y quema de cubos de la basura, pero la sangre no llegó al río Manzanares, más escaso de agua que nunca después de la “pertinaz” sequía.

Sospechosamente, la organización del tumulto corrió a cargo de lo que solemos llamar “redes sociales”, expresión de ambiguo significado, que lo mismo vale para una organización benéfica que para un club de baile de la tercera edad. Mucha de la gente de orden acudió a la cita en la creencia de que se trataba de un ensayo pacífico de las gigantescas manifestaciones que se anuncian para protestar por la deriva política de Pedro Sánchez.

Al presidente del Gobierno le faltaban siete diputados para alcanzar la mayoría absoluta y la casualidad quiso que ese número mágico estuviese sometido a la obediencia parlamentaria del exiliado Puigdemont, aquel que huyó a Bélgica ocultándose en el maletero de un automóvil. Concluida la tragicómica declaración de independencia, que duró treinta segundos, la Administración española debería haber actuado con prudencia tal y como recomienda el refranero: “A enemigo que huye, puente de plata”, o, expresado de otra forma, olvidarse oficialmente del fugado expresidente de la Generalitat, seguir a distancia sus idas y venidas, averiguar de dónde proceden las fuentes de financiación de su corte de Waterloo, y esperar a que el tiempo y la falta de dinero hagan su labor y, ¿por qué no?, su sentido del ridículo le empujen a regresar a España para negociar alguna rebajilla penal.

Desgraciadamente, se hizo todo lo contrario, la Administración española impulsó una euroorden reclamándole, primero a Bélgica y luego a Alemania, la entrega de Puigdemont, pero su petición fue rechazada al no existir una figura de delito homologable entre los tres países. Una astucia procesal que imposibilita entrar en el fondo del asunto. Los sucesivos fracasos judiciales permitieron sacar pecho al fugado y le ayudaron también a dibujar un perfil de heroico perseguido político. Y ya sabemos que esa apariencia despierta simpatía entre el público.

El penúltimo intento de traer al periodista gerundense esposado fue en territorio alemán al ser detenido, pero concluyó de forma parecida, y con parecidos argumentos que los anteriores. Pese a esas pírricas victorias procesales, cuando ya han pasado seis años desde la fuga en el maletero de un coche, se debe hacer inventario de los réditos políticos de esa aventura, si es que los hubiere. El panorama no podía ser más demoledor. Las principales empresas se habían marchado de la nación catalana y tenían ahora su sede en otras regiones, las expectativas electorales andaban a la baja según las encuestas y al señor Puigdemont se le percibía triste y con claros síntomas de estar a punto de tirar la toalla. En esas estábamos cuando el presidente del Gobierno en funciones, Pedro el Atrevido, cambia de opinión por enésima vez y nos propone un mapa “federalizante” de España. Con un periodo transitorio durante el cual Cataluña recauda sus propios impuestos, promulga una ley de amnistía que borra de antecedentes a los condenados penalmente (y de paso a unos pocos amigos) y asume el traspaso de la red de trenes de cercanías, entre otras competencias. Si las autoridades españolas, después de la fuga de Puigdemont, se hubieran limitado a permanecer discretamente a la espera, como hacen las cazadores, el asunto (que ahora nos parece tan complicado) ya estaría resuelto.

QOSHE - Elogio de la prudencia - José Manuel Ponte
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Elogio de la prudencia

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14.11.2023

Después de las violentas expansiones de unas masas convocadas, al parecer, por organizaciones de ultraderecha casi desconocidas por el gran público, los politólogos analizan los sucesos del 7 de noviembre en Madrid. Hubo, eso sí, insultos, provocaciones a la policía, amenazas de usar objetos punzantes,bates de béisbol y quema de cubos de la basura, pero la sangre no llegó al río Manzanares, más escaso de agua que nunca después de la “pertinaz” sequía.

Sospechosamente, la organización del tumulto corrió a cargo de lo que solemos llamar “redes sociales”, expresión de ambiguo significado, que lo mismo vale para una organización benéfica que para un club de baile de la tercera edad. Mucha de la gente de orden acudió a la cita en la creencia de que se trataba de un ensayo pacífico de las gigantescas manifestaciones que se anuncian para protestar por la deriva política de Pedro Sánchez.

Al presidente del........

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