Cualquiera que haya leído Coriolano, una de las últimas tragedias escritas por Shakespeare, pensará quizá que he perdido el juicio al encontrar semejanzas entre el general romano y el político gallego: Coriolano es un militar tan sangriento como valiente, dos adjetivos que mal pueden asignarse a Núñez Feijóo (por suerte, en un caso; por desgracia, en el otro).

Quizá es que veo Coriolanos donde no los hay porque llevo demasiados días preparando un coloquio sobre la obra, que acaba reeditar la Editorial de Oriente y del Mediterráneo (traducción y edición de Eusebio Lázaro). Pero, si me siguen unos minutos, verán que no me saco del todo de la manga esta comparación. Veamos: Coriolano fue, según Plutarco y Shakespeare (que utilizó la obra del primero hasta extremos que hoy llamaríamos plagio), un general que cosechó una victoria tras otra, y, en particular, una en la que destacó por su fiereza: la guerra contra los volscos. Aduciendo sus méritos militares, se postula para cónsul y, en principio, el pueblo le da su apoyo. El problema es que Coriolano desprecia profundamente al pueblo y también a sus tribunos. Estos maniobran para evitar la elección de Coriolano e incluso consiguen su destierro. El general, dolido y rabioso, porque se creía ya elegido y se siente traicionado en el último momento, decide aliarse con los enemigos de Roma –los volscos– y conquistarla, aunque eso suponga destruirla.

¿No es evidente, salvando todas las distancias necesarias, cómo se relaciona esta historia con la de Feijóo? En él tenemos a un político siempre victorioso en batallas lejanas de la capital, que, aupado por sus triunfos, decide también postularse a un cargo político en el Gobierno central: el de presidente. Parece contar con el apoyo del pueblo y, de hecho, como Coriolano, da ya por supuesto que ha triunfado. Pero de pronto ve que los «tribunos» socialistas empiezan a buscar aliados para evitar que Feijóo obtenga su anhelado cargo. Y, de hecho, aunque él considera que le corresponde –no en vano ha obtenido la mayoría de los votos–, se ve despojado de él.

En su ira, no le importa aliarse con los enemigos de la democracia para recuperar el poder, aunque sea destruyendo la capital, la democracia y la paz. Si Coriolano está dispuesto a que los feroces volcsos saqueen Roma con tal de vengarse, Feijóo se muestra comprensivo con las huestes neonazis, falangistas y ultraderechistas que cometen sus fechorías por las calles de Madrid.

Sigamos con las similitudes: Coriolano, ya a las puertas de Roma junto con su hasta entonces archi enemigo Tulio Aufidio, persuadido por las palabras de su madre y su esposa, decide no cometer el gran sacrilegio y no arrasar la ciudad. También Feijóo da marcha atrás cuando ve la violencia de quienes asedian Ferraz y condena los ataques a los fieles centuriones que la defienden.

Aunque para ello tenga que contar el final a quienes no conozcan la obra, debo hacerlo: al final, Coriolano muere. Sus supuestos aliados no eran tales, sino que lo estaban utilizando para sus fines y, en el momento en el que deja de servirles, lo asesinan.

Evidentemente y por suerte, el final de Feijóo no será ese. Pero aunque vuelva a animar a tomar las calles y pretenda recuperar su papel de hombre fuerte, sus aliados de conveniencia han visto su debilidad, y ya hay otros generales –en particular, una generala– dispuestos a tomar el relevo, exiliándolo de una patada a sus tierras galaicas.

Una diferencia fundamental y evidente con la tragedia shakespeareana es que, tras la traición de Coriolano, los volcsos dan marcha atrás y no destruyen Roma. Nuestros volcsos modernos (difícil resistir a la tentación de llamarlos voxos) tan solo acaban de empezar su proyecto de destruir la sociedad para alzarse con el poder. Si la tragedia de Shakespeare era sobre todo la de un hombre destruido por su orgullo y su desprecio al pueblo, la que están escribiendo los asesores políticos de la derecha, triunfen o no, está ya teniendo consecuencias dramáticas para toda la ciudadanía.

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¿Es Feijóo el nuevo Coriolano? (Y que me perdone Shakespeare)

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10.11.2023

Cualquiera que haya leído Coriolano, una de las últimas tragedias escritas por Shakespeare, pensará quizá que he perdido el juicio al encontrar semejanzas entre el general romano y el político gallego: Coriolano es un militar tan sangriento como valiente, dos adjetivos que mal pueden asignarse a Núñez Feijóo (por suerte, en un caso; por desgracia, en el otro).

Quizá es que veo Coriolanos donde no los hay porque llevo demasiados días preparando un coloquio sobre la obra, que acaba reeditar la Editorial de Oriente y del Mediterráneo (traducción y edición de Eusebio Lázaro). Pero, si me siguen unos minutos, verán que no me saco del todo de la manga esta comparación. Veamos: Coriolano fue, según Plutarco y Shakespeare (que utilizó la obra del primero hasta extremos que hoy llamaríamos plagio), un general que cosechó una victoria tras otra, y, en particular, una en la que destacó por su fiereza: la guerra contra los volscos. Aduciendo sus méritos militares, se postula para cónsul y, en principio, el pueblo le da su apoyo.........

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