El desplazamiento del último libro del escritot toledano, no quita para que el escenario y los protagonistas sigan siendo, en cierto sentido, los mismos: los olvidados, los abandonados, los desatendidos; añadiré, por otra parte, que en esta ocasión su mirada y recuerdos retroceden a sus años de la infancia y juventud, poniendo el acento en diferentes personajes que pueblan la geografía que sirve de escenario a sus flashes; si en la anterior entrega eran dieciséis entradas y el epílogo, en esta ocasión son treinta los capítulos que nos son presentados en su «Maquila».

Rafael Cabanillas Saldaña se explica: «En este libro, además de traer el recuerdo de este hombre sin nombre afilador de cuchillos, quería bajar de la sierra al llano.Traerme al “anchurón cósmico”, el barbecho de tierra roja, las rastrojeras amarillas, Las cebadas de primavera, las perdices, las avutardas, las palomas zuritas y las torreras. Mi infancia. Las cebadas de la primavera de mi infancia. Describir esos chozos del llano. Esa estepa donde el polvo del viento solano, unido al calor tórrido y a la calima, vuelven loco a cualquier ser humano. Incluyendo a Don Quijote».

Se ha solido afirmar que los grandes escritores siempre lo hacen sobre el mismo tema; en lo que respecta al autor del que hablo, en lo que alcanzo, podría decirse lo mismo; el arte y la habilidad consiste en dar cabida a nuevas historias. Ya desde los inicios del libro, tras haber expuesto los motivos y finalidades por las que escribe, quedando claro como ya se veía en sus anteriores libros que no adopta Cabanillas la función del distante notario que levanta acta, sino que se implica, se posiciona, se pringa con los de abajo y con el respeto a la naturaleza; como digo, ya desde el inicio, comienzan a asomar personajes con sus singularidades, además de una premonitoria garza, un corzo espabilado, un perro carea, Tizones, cabras y los insectos a la suya, conocemos también a un zahorí que además adivina el sexo de los seres que las mujeres embarazadas llevan en su interior, e incide en que «uno de los actos más hermosos del ser humano es poner nombre a lo que le rodea. Los valles y los montes, los animales y las personas; de alguna otra herencia se habla en la que, casualidades de la vida, juega un papel infame un cura que, desde luego, no sigue el ejemplo de quien se decía que decía que no tenía donde posar la cabeza como los pajarillos del campo. Sacando fuera sus miedos y alegrías: Valdelobos, Robledo, Hermoso, Alba, Candela, Corpus, Efraín, Guadalupe, Matea…y el escritor se zambulle en una sucesión de bautizos de lugares, personajes e historias. La tía Amalia y el tío Justo, Amancio…; ofreciéndose a través de ellos algunos hábitos y la importancia de la tradición, o lecciones acerca de la connveniencia de esperar estoicamente a la muerte, y de cómo afrontar la vida, pegados a la naturaleza; «de los muchos errores de la existencia humana…es que la vida del hombre que se cree el rey y el amo del universo, no vaya acompasada con la naturaleza». Y en la medida en que el libro se despliega y las hojas van pasando iremos conociendo al molinero, al abuelo Maquila y a sus herederos que nada quieren saber de herencias, ya que esta en vez de beneficios solamente les va a suponer gastos y problemas; al final el narrador consigue que todos firmen la cesión de la parte que les corresponde, empresa dificultosa donde las haya ya que muchos de ellos viven fuera del lugar, desperdigados, y no responden a las misivas del interesado. No está de sobra el señalar que hablando de narrador, no hay uno solamente sino que las voces son prestadas al abuelo Maquila, al tío Justo, a la madre, Lucía, de quien con el paso del tiempo pondrá en marcha el molino.

Se da cuenta de las fuentes de las que se consigue el agua, y el cabreo es mayúsculo ya que los dueños del cotarro se apropian de muchas de ellas con lo que dejan sin agua a los paisanos; no es menor tampoco el problema de los límites de las parcelas y las propuestas desde la administración para que se dé una concentración. El libro avanza y las historias familiares se van asomando, trazando un árbol genealógico con sus ramificaciones y sus historias…y las lecciones, no ya de molinología -suministradas por algunos familiares a quien se ha puesto manos a la obra para reconstruirlo ante el pasmo de los paisanos que le consideran un verdadero zumbao– , sino también sobre la relación con la naturaleza, con los animales, con especial atención a los perros y los abandonos de algunos desalmados, con una propuesta de acompasamiento entre el hombre y la naturaleza para que todo no se vaya al carajo. Nosotros, los humanos, nos iremos mientras la naturaleza permanecerá…hay que cuidarla como a nuestra madre que nos alimenta, etc. Se ha de buscar la armonía entre ambos, es la lección que es dada y que planea por las páginas.

Desirèe fue un amor que le abandnó provocándole un dolor que perduró, resistiendo el paso del tiempo, y conocemos también sus tiempos de estudiante y el posterior trabajo de bibliotecario en la capital del reino. Al igual que nos es contada la estrecha relación con su madre, que está sumida en una honda enfermedad y una gran depresión tras el abandono del marido y padre, Edilio…es la música y los libros lo que le ayuda, con la compañía del hijo, a capear el temporal mental. Y nos es contada la vida mutilada a causa de la guerra civil, que hace que la víctima de las heridas ha de buscarse la vida con diferentes trabajos, atendiendo una portería, logrando un trabajo en la fábrica de Barreiros, y, más tarde, en la RENFE…son las historias que se enroscan…y conocemos las ínfames condiciones de vida en un chozo…En la sierra volvemos a constatar el poder de los dueños de las fincas, a veces respondiendo a nombre extraños al lugar, y las partidas de caza a las que acuden lo más granado del país, con la presencia del mismísimo caudillo, Francisco Franco Bahamonde…al que le ponían las presas a huevo, como le ponían los cachalotes en aguas del Cantábrico cuando salía a navegar por las cercanías de la Bella Easo veraniega

Por las páginas vuelan quetzales, cucos, alondras, milanos, avutardas, y otras aves -algunas ligadas a visiones míticas- que han ido desapreciendo de los cielos, lo que da cuenta del empeoramiento del medio natural, debido a las tropelías humanas, y por medio van quedando salpicadas diferentes lecciones impartidas en las largas conversaciones del tÍo Justo con su joven protagonista, Manuel, acerca de la figura de Gandhi y su ejemplar frugalidad, y de la primacía que habitualmente se otorga a la hora de valorar el tener, muestra del más absoluto de los consumismo, y la falacia del tan manido progreso que lleva a dudar acerca de que la evolución lo haya hecho en el sentido debido, a mejor….y en las historias van quedando desveladas las condiciones infames impuestas por las hipotecas legisladas por los ministerios, que convierten el derecho a la vivienda en un problema peliagudo, y otros, como las experiencias narradas por su madre sobre su trabajo de bordadora en la tasrtienda de una tienda de espectaculares escaparates…a la vez que se ofrecen invitaciones a acabar con el racismo y la xenofobia que se dan con respecto a los inmigrantes, con las falsedades acerca de que vienen a robarnos el trabajo y otras malévolas leyendas que sobre ellos se difunden. Y la vida pasa y los seres queridos van desapareciendo quedando solamente su recuerdo y las historias contadas.

La mirada crítica de Rafael Cabanillas Saldaña brilla por su abierta presencia, ampliando el foco a diversos aspectos de las precarias situaciones impuestas por los poderosos; esto hace que no me extienda más y que haya recurrrido a una veloz enumeración que podría ampliarse…pero el que quiera conocer más detalles, puede comprar esta, y las otras obras que he comentado del autor, editadas primorosamente por Editorial Cuarto Centenario.

Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared

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Entre el llano y la sierra (y II)

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16.02.2024

El desplazamiento del último libro del escritot toledano, no quita para que el escenario y los protagonistas sigan siendo, en cierto sentido, los mismos: los olvidados, los abandonados, los desatendidos; añadiré, por otra parte, que en esta ocasión su mirada y recuerdos retroceden a sus años de la infancia y juventud, poniendo el acento en diferentes personajes que pueblan la geografía que sirve de escenario a sus flashes; si en la anterior entrega eran dieciséis entradas y el epílogo, en esta ocasión son treinta los capítulos que nos son presentados en su «Maquila».

Rafael Cabanillas Saldaña se explica: «En este libro, además de traer el recuerdo de este hombre sin nombre afilador de cuchillos, quería bajar de la sierra al llano.Traerme al “anchurón cósmico”, el barbecho de tierra roja, las rastrojeras amarillas, Las cebadas de primavera, las perdices, las avutardas, las palomas zuritas y las torreras. Mi infancia. Las cebadas de la primavera de mi infancia. Describir esos chozos del llano. Esa estepa donde el polvo del viento solano, unido al calor tórrido y a la calima, vuelven loco a cualquier ser humano. Incluyendo a Don Quijote».

Se ha solido afirmar que los grandes escritores siempre lo hacen sobre el mismo tema; en lo que respecta al autor del que hablo, en lo que alcanzo, podría decirse lo mismo; el arte y la habilidad consiste en dar cabida a nuevas historias. Ya desde los inicios del libro, tras haber expuesto los motivos y finalidades por las que escribe, quedando claro como ya se veía en sus anteriores libros que no adopta Cabanillas la función del distante notario que levanta acta, sino que se implica, se posiciona, se pringa con los de abajo y con el respeto a la naturaleza; como digo, ya desde el inicio, comienzan a asomar personajes con sus singularidades, además de una premonitoria garza, un corzo espabilado, un perro carea, Tizones, cabras y los insectos a la suya, conocemos también a un zahorí que además adivina el........

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