Estoy seguro de que eso es lo que pensó y sintió Ana Berenguer, sobrecargo del vuelo IB6402 de la compañía Iberia, que cubría el recorrido Ciudad de México a Madrid el pasado día 26 de octubre: pasó el tiempo volando, en un suspiro, en un abrir y cerrar de ojos. Era el último vuelo de su larga vida laboral. El vuelo del adiós.

No supimos nada los viajeros de esta circunstancia hasta que, poco antes de aterrizar en Barajas, nos comunicaron por megafonía que ese vuelo tenía un especial significado para una persona de la tripulación.

Como titular de una tarjeta oro de Iberia le había pedido a la sobrecargo (siempre me ha costado utilizar esta palabra para referirme a una mujer) el pequeño favor de que me dijese si había tres asientos consecutivos libres en alguna hilera del avión ya que, al llegar a destino en Oviedo, tenía que pronunciar una conferencia y quería dormir unas horas. Amablemente me indicó, después de consultar su tablet, que la misma fila donde yo me encontraba tenía tres asientos libres. Le di las gracias, ocupé el asiento central y, siguiendo su consejo, coloqué algún objeto en los dos asientos contiguos. Después de la cena pude dormir unas horas de manera relativamente confortable.

Una sencilla respuesta a una demanda te permite efectuar un diagnóstico fiable. Ana fue amable, rápida y eficaz. Sé que los momentos iniciales del embarque requieren una atención intensa y diversificada. Hay dos tipos de pasajeros, los inclasificables y los de difícil clasificación. Ella lo sabe mejor que yo. Cada uno expresa su demanda y lo hace a su manera. Y tiene que atenderlos a todos. Por lo que luego supimos de ella, Ana ha sido una magnífica profesional que ha hecho la vida más fácil a sus colegas y a sus pasajeros.

En las tripulaciones, como en otros lugares de atención al público, hay dos tipos de personas: simpáticas o antipáticas, amables u hostiles, generosas o egoístas, alegres o hurañas, sonrientes o adustas. Es decir, personas que si pueden ayudarte lo hacen encantadas y personas que, aunque te ayuden, parece que te están perdonando la vida. Ana pertenece al primer grupo. He dicho muchas veces que en los lugares de atención al público debería haber, de forma obligada, un libro de quejas (que lo hay) y un libro de felicitaciones (que no existe). No me gusta que me digan: escriba su felicitación en el libro de quejas. Yo habría utilizado el de felicitaciones para agradecerle a Ana su amabilidad y simpatía.

Entre las numerosas indicaciones relacionadas con el aterrizaje y el final de vuelo, hubo una intervención muy especial. Las otras estaban dirigidas a la cabeza, pero esta fue directamente corazón. No es frecuente escuchar algo que suscite una emoción. Imagino que la voz de Carol Morales fue la que nos hizo llegar este mensaje ya que, como supe después, ella es la autora del mismo. Lo reproduzco literalmente:

«Hoy es un día especial para un miembro de esta tripulación. Es el último vuelo de Ana Berenguer, nuestra sobrecargo. Se jubila después de más de 34 años surcando los cielos. Con más de 20.000 horas de vuelo y 14 millones de kilómetros, unas 350 veces dando la vuelta al mundo.

Es una líder nata y todos nosotros nos hemos nutrido de su experiencia y compañerismo. Nos ha dejado crecer como tripulantes y como personas. Ha logrado una cohesión como grupo a pesar de todas nuestras diversas peculiaridades. Hemos «respirado» en su compañía, a pesar de estar volando en un tubo de acero a miles de metros de altura.

No es fácil decirle adiós a esta compañera, que también es una amiga. Se recuerdan las anécdotas y los buenos momentos compartidos como grupo.

Ha sido una gran experiencia porque nos ha hecho fáciles las horas del día y de la noche, por saber escuchar, por su paciencia y por ser tan buena persona.

Por suerte, seguirá viajando y ofreciendo al mundo todas sus experiencias.

Nos morimos de envidia y tristeza por verla marchar.

Le deseamos toda la suerte del mundo en su nueva etapa.

Un fuerte aplauso para ella».

El aplauso que pedía una desconocida para otra desconocida, estalló de forma entusiasta en el avión. Es el misterio de la solidaridad humana que se une al reconocimiento y al adiós de un miembro desconocido de una tripulación. El aplauso agradecía el trabajo bien hecho, festejaba la bondad de una persona que ponía su autoridad al servicio del equipo y deseaba felicidad para la nueva etapa que ahora comenzaba para ella.

Luego, Ana Berenguer recorrió emocionada los pasillos del avión entre una oleada de aplausos, tan bien ganados. Le pusimos rostro a la persona que se despedía de su trabajo, de sus compañeras y de los viajeros.

Las palabras de Carol no son el fruto de un momento aislado de la vida laboral de Ana. Estoy seguro de que responden a una forma de ser y de actuar, a un estilo de vida, a una forma de comunicación agradable y generosa. Hay personas que pasan por la vida y por el trabajo procurando hacer felices a los demás.

Me levanté de mi asiento y fui a pedir el texto que habíamos escuchado por megafonía. Una azafata me dijo que el texto lo había escrito Carol Morales, a quien alabó por sus cualidades literarias. Carol me envió por whatsapp el texto. Le hizo ilusión mi promesa de publicar su escrito en esta columna. Hoy cumplo aquella promesa, que es una felicitación por una iniciativa tan entrañable. Estos gestos, llenos de generosidad y de bondad, dignifican nuestra especie.

La llegada a la jubilación es un momento importante de la vida. Y muy significativo. Hay personas que celebran la liberación de una pesada y horrible carga. Otras, por contra, lamentan tener que dejar un caudal de satisfacciones. Decía Emilio Lledó que, cuando se jubiló, sintió que dejaba atrás una fuente inagotable de felicidad y de vida. Unos, como es el caso de Ana Berenguer, dejan un reguero de hermosos y ricos recuerdos. Sus colegas lamentan esa ausencia. Otros celebran con alegría la marcha de una persona insoportable.

Tengo tres primos (dos hermanos y una hermana) que han dedicado su vida a estas tareas celestiales en Iberia. Dos de ellos se han jubilado ya (María José y Vicente Santos). El tercero, Ignacio, está todavía viajando. Siempre recuerdo, cuando veo estos casos de asiduidad aérea, el accidente de un avión que, hace algunos años, salió de Málaga y se estrelló contra una montaña de Melilla. Viajaba en él una alumna mía con su pareja. Murieron en el accidente. Y también murió, como contó la prensa, un pasajero que hacía el primer y único vuelo de avión de su vida. Pienso en la mala suerte de aquella persona. Qué fatalidad, pensé entonces y vuelvo a pensar ahora. Hay personas que pasan su vida volando, haciendo y este pobre hombre no llegó a culminar su primer vuelo.

Desde estas líneas me sumo al homenaje que la tripulación de aquel vuelo quiso hacer a su jefa y compañera Ana Berenguer. Y en ella quiero manifestar la gratitud a quienes cada día se jubilan después de una larga vida profesional al servicio de los pasajeros y pasajeras. Vaya mi gratitud por tanta amabilidad y tanto desvelo en hacer un viaje más cómodo y más llevadero, sea cual sea el estado de ánimo y las circunstancias de la vida que estén atravesando.

Recuerdo aquel premio que la compañía Swiss Air le concedió el año 1998 a una azafata y al comandante de un vuelo por la forma ingeniosa y aleccionadora con la que resolvieron un problema surgido en un vuelo. Cuando una señora comprobó que el compañero de asiento era un hombre de raza negra, llamó a la azafata para decirle lo siguiente:

— Señorita, nadie debe estar obligado a viajar al lado de una persona desagradable. Le pido por favor que me cambie de asiento.

La azafata dijo amablemente:

— Señora, la clase turista está completa. Para pasarle a business tendría que hablar con el comandante. Espere unos segundos que haga la consulta.

La azafata se ausentó unos minutos y volvió después de efectuada la consulta:

— Señora, he hablado con el comandante y los dos estamos de acuerdo con usted. Le vamos a pasar a primera clase.

La señora hizo el amago de levantarse para recoger sus cosas. Fue entonces cuando la azafata le aclaró la situación.

— No, señora, quien va a pasar a primera clase es su compañero de asiento.

Magnífica lección. El señor de raza negra no merecía viajar al lado de una persona desagradable.

Ya me imagino las innumerables anécdotas que nos podría contar Ana Berenguer. 34 años volando dan para muchas historias. Fue emocionante participar en el última: su adiós definitivo al trabajo. Enhorabuena, gracias y suerte.

QOSHE - Pasó el tiempo volando - Miguel Ángel Santos Guerra
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Pasó el tiempo volando

6 0
05.11.2023

Estoy seguro de que eso es lo que pensó y sintió Ana Berenguer, sobrecargo del vuelo IB6402 de la compañía Iberia, que cubría el recorrido Ciudad de México a Madrid el pasado día 26 de octubre: pasó el tiempo volando, en un suspiro, en un abrir y cerrar de ojos. Era el último vuelo de su larga vida laboral. El vuelo del adiós.

No supimos nada los viajeros de esta circunstancia hasta que, poco antes de aterrizar en Barajas, nos comunicaron por megafonía que ese vuelo tenía un especial significado para una persona de la tripulación.

Como titular de una tarjeta oro de Iberia le había pedido a la sobrecargo (siempre me ha costado utilizar esta palabra para referirme a una mujer) el pequeño favor de que me dijese si había tres asientos consecutivos libres en alguna hilera del avión ya que, al llegar a destino en Oviedo, tenía que pronunciar una conferencia y quería dormir unas horas. Amablemente me indicó, después de consultar su tablet, que la misma fila donde yo me encontraba tenía tres asientos libres. Le di las gracias, ocupé el asiento central y, siguiendo su consejo, coloqué algún objeto en los dos asientos contiguos. Después de la cena pude dormir unas horas de manera relativamente confortable.

Una sencilla respuesta a una demanda te permite efectuar un diagnóstico fiable. Ana fue amable, rápida y eficaz. Sé que los momentos iniciales del embarque requieren una atención intensa y diversificada. Hay dos tipos de pasajeros, los inclasificables y los de difícil clasificación. Ella lo sabe mejor que yo. Cada uno expresa su demanda y lo hace a su manera. Y tiene que atenderlos a todos. Por lo que luego supimos de ella, Ana ha sido una magnífica profesional que ha hecho la vida más fácil a sus colegas y a sus pasajeros.

En las tripulaciones, como en otros lugares de atención al público, hay dos tipos de personas: simpáticas o antipáticas, amables u hostiles, generosas o egoístas, alegres o hurañas, sonrientes o adustas. Es decir, personas que si pueden ayudarte lo hacen encantadas y personas que, aunque te ayuden, parece que te están perdonando la vida. Ana pertenece al primer grupo. He dicho muchas veces que en los........

© Información


Get it on Google Play