Desde que publiqué en HERALDO mi artículo dedicado a este tema hemos oído hablar constantemente de ‘comprensión lectora’. Parece que tomamos conciencia general de que alrededor de esta idea tenemos un problema de cierta gravedad, que el Gobierno espera resolver con unos quinientos millones de euros.

Mientras los ministros desentrañan los arcanos de la ‘comprensión lectora’ y nos los cuentan, nosotros iremos por un sendero simplificado centrándonos sólo en ‘lectura’ y renunciando a desagregar qué deba entenderse por ‘comprender’.

Comencemos entonces por plantearnos qué es leer. Tampoco en este caso el Diccionario de la Lengua Española sirve de mucho. De hecho, sus varias acepciones que contienen la idea de ‘adivinar’ son un estorbo en nuestra aproximación de voluntad científica, porque igual habría que entender que nuestros estudiantes son augures poco competentes porque no saben ‘leer’ los mensajes que transmiten las vísceras de los animales sacrificados o los posos del café.

Leer. Es un tema sobre el que se escriben miles de páginas desde muchos puntos de vista (entre los recientes destaco Stanislas Dehaene ‘El cerebro lector’). Me conformaré con una aproximación coloquial: leer es recorrer en sentido inverso el proceso de escritura.

Entonces, ¿qué es escribir? He reiterado ya en otros textos que la escritura reflexiva es un buen procedimiento para mejorar nuestro nivel de lectura. Si se trata de recorrer en sentido inverso el camino que termina en la publicación de un texto, será útil conocer bien ese camino. Disfrutarlo.

¿Cómo empieza todo? A partir de observación racionalizante de la realidad generamos conocimiento interior, parte del cual podemos y queremos comunicar. A mitad del camino elegimos las palabras entre un sistema codificado de signos verbales. Lo llamamos codificado porque la persona que recibe un mensaje así expresado tiene herramientas seguras para reconstruir con precisión aceptable el concepto que se quiso transmitir.

¿Qué es una palabra? Imaginemos un pecio, un objeto que cae al fondo del mar y sobre el cual con el paso de siglos se van acumulando capas de sedimentos (cuando el sabio Sánchez Ferlosio habla de ‘pecios’ nos da muchas pistas). Cada palabra tiene un núcleo de significado (ese que llamamos impropiamente ‘etimológico’) y sobre esa base se acumulan aportaciones muy variadas: por el simple uso en contextos diferentes, capas de erudición que proceden de reflexiones de sabios, elaboraciones técnicas en una determinada rama del saber, definiciones legales, metonimias, malapropismos, deformaciones, vulgarizaciones... aunque finalmente se muestra sólo una corteza que resume el significado aparente dominante en un uso general reciente. Los diccionarios (acertadamente llamados de uso o descriptivos) describen esa capa exterior y solo algún indicio de las otras capas profundas de significado. Una descodificación completa de una palabra exige mucho esfuerzo, aplicando todos los conocimientos posibles sobre esas capas que se han ido superponiendo.

Además, el autor del texto asume que esa ‘nave’ compuesta incorporará significados que aportará el destinatario o se obtendrán en el propio proceso comunicativo: las implicaturas, que debe prever tanto como pueda. Sucederán muchas más cosas, ya bastante fuera de control: ese mensaje activará conocimientos, experiencias de los que lo reciben (evocaciones); no deben ser imprescindibles, pero enriquecen el proceso. Son las especias del plato. Cuando escribo yo las propicio mediante guiños casi personales a canciones, obras, experiencias, situaciones… que buscan la complicidad del lector.

Un paso fundamental de la comprensión lectora es asumir esta complejidad de la escritura. El proceso completo de descodificación mediante la lectura debe atender a la propia palabra y sus capas, pero aspirar también a encontrar esos rastros y seguirlos.

Aquí irrumpe el corte generacional: mis referencias a series de televisión, canciones anteriores a 2010… no activan ninguna evocación. Implicaturas fracasadas. Si les digo ‘Chanquete’ o ‘Romerales’ no activo nada; como si a mí me dicen ‘NPC’ o ‘cringe’. El escritor debe tener en cuenta este corte. Tal vez podríamos hacer una guía de grandes referencias de nuestra cultura de ‘boomers’; tender puentes que propicien la comprensión de lo no aparente de nuestros mensajes. Para que saboreen frases icónicas de ‘Casablanca’ o de Jack Lemmon. Para que degusten y no engullan.

Jesús Morales Arrizabalaga es profesor de Derecho (Unizar)

QOSHE - Aprender a leer (2) - Jesús Morales Arrizabalaga
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Aprender a leer (2)

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02.02.2024

Desde que publiqué en HERALDO mi artículo dedicado a este tema hemos oído hablar constantemente de ‘comprensión lectora’. Parece que tomamos conciencia general de que alrededor de esta idea tenemos un problema de cierta gravedad, que el Gobierno espera resolver con unos quinientos millones de euros.

Mientras los ministros desentrañan los arcanos de la ‘comprensión lectora’ y nos los cuentan, nosotros iremos por un sendero simplificado centrándonos sólo en ‘lectura’ y renunciando a desagregar qué deba entenderse por ‘comprender’.

Comencemos entonces por plantearnos qué es leer. Tampoco en este caso el Diccionario de la Lengua Española sirve de mucho. De hecho, sus varias acepciones que contienen la idea de ‘adivinar’ son un estorbo en nuestra aproximación de voluntad científica, porque igual habría que entender que nuestros estudiantes son augures poco competentes porque no saben ‘leer’ los mensajes que transmiten las vísceras de los animales sacrificados o los posos del café.

Leer. Es un tema sobre el que se escriben miles de páginas desde muchos puntos de vista (entre los recientes destaco Stanislas........

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