América Latina parece no haber salido de una moda demagógica cuando llega al poder la siguiente. Y por supuesto, como suben al poder en medio de afanes y de la repentina efusividad, el paso por el poder de los demagogos suele ser poco memorable. Prueba de eso es lo poco que ahora se recuerdan nombres como el de Bolsonaro, a pesar de que hace pocos meses algunos pedían replicar esa experiencia en Colombia.

Es cierto: el paso por el poder de los demagogos suele ser poco memorable y de sus miles de promesas, pocas suelen verse materializadas. Pero, en cambio, es mucho el daño que pueden hacer en los países que gobiernan y el daño institucional que pueden causar en cuestión de años llega a tardar décadas en ser reparado. Todo empieza siempre por un comienzo predecible, que es el ya habitual discurso contra los políticos tradicionales –en Colombia, por cierto, ese mismo discurso llegó al poder y solo ha demostrado su capacidad de decepcionar–.

La charlatanería contra la política tradicional gusta mucho y es capaz de crear movimientos verdaderamente masivos en cuestión de pocos meses, pero suele salir muy mal. A lo anterior hay que sumar un ingrediente fundamental, que es la existencia de malos gobiernos en el pasado. Y es aquí donde hay que hablar de la responsabilidad política de quienes desde los malos usos del poder –malos por errores, por obra y por omisión– siembran todas las condiciones para la llegada al poder de los charlatanes que enamoran a la ciudadanía de la idea de destruir todo lo previamente construido. No hay forma de que algo así salga bien.

Las fórmulas que proponen en el camino suelen ser igualmente llamativas, controversiales y escandalosas. Pero si algo ha demostrado la experiencia de las décadas recientes, es que cuando la discusión gira hacia las propuestas más explosivas de los candidatos más inviables e insensatos, estos suelen llevarse toda la atención. Mientras tanto, quienes proponen ideas posibles de cumplir y capaces de reconciliar se quedan en el campo de la irrelevancia. Es en ese punto cuando las democracias se vuelven cada vez más sensacionalistas, y en su terreno pierde lugar la argumentación y la capacidad de construir. El precio de esa derrota para la democracia es altísimo.

En los años recientes, América Latina ha visto el surgimiento de al menos tres modas demagógicas con la llegada al poder de presidentes como Bukele, Bolsonaro y Milei. Todas tienen en común como ingrediente esencial de su surgimiento la llegada al poder de Trump en Estados Unidos. Y todas tienen también en común la propuesta de desmontar del sistema estatal, la institucionalidad, el cumplimiento de derechos y el irrespeto por las reglas de juego democráticas.

Y, desde luego, cada vez que un demagogo nuevo llega al poder en un país del vecindario, vuelve a surgir la misma tesis en boca de miles de entusiastas de esas modas efímeras: pasamos en pocos años de que “Colombia necesita a un Bolsonaro” a que “Colombia necesita un Bukele”, para finalmente hoy caer en que “necesitamos un Milei”. Pero si algo no necesita un país como el nuestro es quedar en manos de las modas de la demagogia que tanto debilitan los sistemas democráticos y polarizan inmensamente las sociedades.

Colombia, en medio de sus enormes tragedias y sus monumentales imperfecciones, ha logrado un importante hito a lo largo de casi toda su historia –y a pesar de muy conocidas interrupciones–: haber sido gobernada en gran parte por líderes que defendieron y fortalecieron la institucionalidad del Estado. Y ese camino siempre será preferible.

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Y ahora la moda Milei…

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18.12.2023

América Latina parece no haber salido de una moda demagógica cuando llega al poder la siguiente. Y por supuesto, como suben al poder en medio de afanes y de la repentina efusividad, el paso por el poder de los demagogos suele ser poco memorable. Prueba de eso es lo poco que ahora se recuerdan nombres como el de Bolsonaro, a pesar de que hace pocos meses algunos pedían replicar esa experiencia en Colombia.

Es cierto: el paso por el poder de los demagogos suele ser poco memorable y de sus miles de promesas, pocas suelen verse materializadas. Pero, en cambio, es mucho el daño que pueden hacer en los países que gobiernan y el daño institucional que pueden causar en cuestión de años llega a tardar décadas en ser reparado. Todo empieza siempre por un comienzo predecible, que es el ya habitual discurso contra los políticos tradicionales –en Colombia, por cierto, ese mismo discurso llegó al poder y........

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