En medio de la crisis por la inseguridad que azota al país entero, ha regresado el debate sobre la flexibilización del porte de armas. Quienes han vuelto a poner esta vieja idea sobre la mesa, que en el mundo entero ha salido mal y que en Colombia podría salir aún peor, argumentan la defensa propia.

Los estadounidenses, que ya no saben qué hacer con la ola de violencia desatada por la flexibilidad en la política que rige el uso de las armas, hablan del principio de “a good guy with a gun” (un buen tipo con un arma) para dibujar el caso hipotético de un ciudadano que al ser testigo de una escena de crimen pueda defender a las víctimas. Puesto en el papel suena lógico y heroico, pero la realidad ha mostrado una historia completamente distinta.

Si la lógica de armar a la ciudadanía fuera una respuesta útil frente al crimen, en Estados Unidos, donde hay más de dos armas por cada habitante, virtualmente no existiría el delito. Y ocurre todo lo contrario: el crimen sigue existiendo y, además, la altísima circulación de armas da lugar a permanentes nuevas violencias entre poblaciones que nunca han hecho parte del mundo del crimen.

En Colombia la crisis por cuenta de la ola de inseguridad tiene a muchos pensando que la solución es llenarnos de armas y ser un país aún más violento. “La gente se va a empezar a armar”, se repite con mayor frecuencia en conversaciones a lo largo del país entero. Pero la propuesta de aumentar la circulación de armas cuando hay casos de violencia y criminalidad solo puede compararse con la idea de que en tiempos de pobreza hay que imprimir más billetes. A primera vista, muchos aplaudirán una respuesta que parece apenas lógica, pero que en realidad traería resultados catastróficos. Lejos de ayudar a resolver la crisis, la agudizaría e introduciría nuevos problemas casi imposibles de resolver.

Armar a la ciudadanía (y sobre todo a una ciudadanía que ha sido tan violenta a lo largo de la historia como la colombiana) solo puede salir mal. Imagínense ustedes en este país de riñas, de peleas a varilla y a machete, que más personas llevaran armas en la cintura: tendríamos innumerables nuevas tragedias a diario. Sobre todo, la flexibilización del porte de armas tiene todas las probabilidades de traer una nueva ola de violencias de parte de ciudadanos sin ningún tipo de vínculo con la ilegalidad y la criminalidad. La pelea callejera entre dos conductores, la discusión en un bar, el alegato entre dos vecinos por el ruido, y tantas otras escenas de la tensa cotidianidad en Colombia están en la capacidad de convertirse en verdaderas tragedias si se reducen los requisitos para portar armas. Ni hablar de los escenarios cuando las armas llegan a manos de menores de edad, lo cual ha conmocionado a Estados Unidos innumerables veces.

Desde la política pública se pueden conseguir logros mucho más efectivos para enfrentar el crimen, como la descongestión carcelaria, las jornadas de requisas y desarme, y tal vez lo más importante: articular la justicia y la fuerza pública. Es verdaderamente ilógico que los ladrones capturados en flagrancia sean liberados en horas por errores de procedimiento.

En vez de abrir las puertas a riesgos tan grandes y aceptar el camino de la violencia ciudadana, el pedido ciudadano debe ser frente a lo más obvio: que las leyes funcionen y que la fuerza pública cumpla con su tarea. En vez de añorar convertirnos en un país de ciudadanos dispuestos a dar bala, debemos pedir un sistema de justicia que castigue a los criminales –en vez de dejarlos libres en minutos– y haga cumplir las leyes, y una fuerza pública suficiente y capaz de proteger a toda la ciudadanía. En tiempos de crisis es cuando más debemos tener claro qué modelo escoger.

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Nunca las armas

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26.02.2024

En medio de la crisis por la inseguridad que azota al país entero, ha regresado el debate sobre la flexibilización del porte de armas. Quienes han vuelto a poner esta vieja idea sobre la mesa, que en el mundo entero ha salido mal y que en Colombia podría salir aún peor, argumentan la defensa propia.

Los estadounidenses, que ya no saben qué hacer con la ola de violencia desatada por la flexibilidad en la política que rige el uso de las armas, hablan del principio de “a good guy with a gun” (un buen tipo con un arma) para dibujar el caso hipotético de un ciudadano que al ser testigo de una escena de crimen pueda defender a las víctimas. Puesto en el papel suena lógico y heroico, pero la realidad ha mostrado una historia completamente distinta.

Si la lógica de armar a la ciudadanía fuera una respuesta útil frente al crimen, en Estados Unidos, donde hay más de dos armas por cada habitante, virtualmente no existiría el delito. Y........

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