Todo parece indicar que la ciencia económica no es una disciplina tan brillante y resplandeciente como ella se exhibe a sí misma. Contiene la ciencia de Adán Smith agujeros epistémicos que pocos economistas se atreven denunciar. La ceguera del optimismo es la responsable de estas omisiones escondidas.

Uno de los economistas que tuvo tal atrevimiento fue el finado Hyman Minsky (Chicago, 1919-Rhinebeck, New York, 1996), un ignorado y desconocido economista estadounidense de origen bielorruso que advirtió con gran precisión las catástrofes financieras que iban a producirse en breve. Acertó. Mientras sus colegas estaban mesmerizados por los impresionantes modelos matemáticos, Minsky estudió la pobreza, se encontraba de este modo este economista de progenie menchevique y comunista, más cerca de la contracultura que de la economía al uso.

Así que mientras sus colegas de Universidad de Chicago, cuna del neoliberalismo, iban ganando premios Nobel y escalando posiciones en la Academia, Minsky palidecía. Fue sin rumbo de trabajo en trabajo, de Brown a Berkeley, y de ahí a la Universidad de Washington. Aún peor: muchos economistas ni siquiera conocían su obra. Una reseña sobre Minsky publicada en 1997 anotaba simplemente que “su obra no ha ejercido una influencia a tener en cuenta en las discusiones macroeconómicas de los últimos treinta años.” Estaban muy equivocados.

La vieja creencia en un mercado libre que se autorregulaba y se estabilizaba a sí mismo había absorbido selectivamente algunas de las teorías de John Maynard Keynes, el gran economista de la década de los treinta que escribió extensivamente sobre cómo el capitalismo puede fracasar a la hora de mantener el pleno empleo. La mayoría de economistas aún creía que el capitalismo de mercado libre era, en lo fundamental, una base estable para la economía, aunque gracias a Keynes, algunos ahora reconocían que el gobierno podía bajo ciertas circunstancias jugar un papel central en la economía –y en el empleo– para mantener la estabilidad del sistema, toda la obra de Keynes conducía a la conclusión de que el capitalismo era por su misma naturaleza inestable y propenso a su desplome.

La inestabilidad es algo consustancial e inherente al sistema capitalista, decía este economista de largos cabellos blancos que dijo sus teorías en momentos de mayor euforia y crecimiento de la economía. Es como el coyote y el correcaminos de las comiquitas que corre y corre y no se da cuenta de que está al borde de un abismo.

Las crisis financieras se repiten, aunque nadie piensa en ellas. La más gigantesca fue el famosísimo Crak de la Bolsa de New York de 1929 que parece sepultada en la historia porque jamás se volvería a producir. Fue una catástrofe financiera innombrable. Pero Minsky no fue tan original como se cree, pues las recurrentes crisis cíclicas del capitalismo fueron objeto de interés del economista soviético Nicolai Kondratiev en la década de 1930. Auguraba la inminente caída del capitalismo a la brevedad.

La vida de Minsky transcurrió a los márgenes de la economía, pero sus ideas ganaron popularidad repentinamente con la crisis financiera de 2007 y 2008. Para muchos, su obra ofrecía una de las explicaciones más plausibles de por qué había ocurrido. La principal idea de Minsky es tan simple que para explicarla hacen falta sólo cuatro palabras: la estabilidad es desestabilizante.

Pensaba que durante períodos de estabilidad económica, los bancos, las firmas y otros agentes económicos se volvían complacientes. Mientras que las matemáticas son más precisas, las palabras le permiten a uno expresar ideas complejas que son difíciles de modelar de manera matemática. Nos referimos a ideas como la incertidumbre, la irracionalidad y la exuberancia. Los seguidores de Minsky dicen que esto contribuyó a crear una visión de la economía mucho más realista que otras teorías económicas.

No sólo el capitalismo era propenso al desplome, escribió, sino que precisamente eran sus períodos de estabilidad económica los que allanaban el camino a crisis monumentales. Existen las Finanzas marginales: este fue el término que Minsky aplicó a lo que Paul McCulley, y ahora el resto de nosotros, llamamos «banca en la sombra». Los bancos en la sombra son instituciones financieras que operan fuera del sistema bancario central, una economía paralela.

El Momento Minsky es esperado hogaño en economías tan florecientes como las de China o Singapur. En el XIX Congreso del Partido Comunista se ha hablado con insistencia sobre tan peliagudo tema: la especulación financiera corroe en sus entrañas al dragón chino.

Para el Nobel 2001 en economía Joseph Stiglitz, la crisis de 2008 fue la evidencia que probó su punto de vista de que las «economías no son necesariamente estables o se autocorrigen«. El economista en jefe del Fondo Monetario Internacional FMI cerró una conferencia con un dictus que para los pelos:

«No hemos identificado nuestro destino final… a dónde llegaremos, realmente no tengo ni idea».

Hogaño Minsky aparece como un Cid Campeador de la economía: gana batallas después de fallecido. Sus libros, otrora polvorientos y relegados al olvido, se han reeditado y valen mucho dinero. Sus colegas, entre los que se cuentan algunos Nobel, lo mencionan en sus escritos y conferencias. El premio Nobel de Economía Paul Krugman, fuerte crítico del neoliberalismo, tituló una conferencia muy comentada sobre la última crisis financiera de 2008: “La noche que releyeron a Minsky”.

En Venezuela vivimos un aterrador Momento Minsky en 1994, mientras este economista neo-keynesiano aún vivía. Recordemos la terrible corrida financiera que llevó a la quiebra a una docena de entes financieros y bancarios durante el segundo mandato del Dr. Rafael Caldera. La gran “estrella” de aquel doloroso momento financiero que deja a muchos humildes ahorristas en la calle, fue el banquero cubano-venezolano Orlando Castro Llanes. Un pícaro de alto coturno.

Luis Eduardo Cortés Riera

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El Momento Minsky

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13.05.2024

Todo parece indicar que la ciencia económica no es una disciplina tan brillante y resplandeciente como ella se exhibe a sí misma. Contiene la ciencia de Adán Smith agujeros epistémicos que pocos economistas se atreven denunciar. La ceguera del optimismo es la responsable de estas omisiones escondidas.

Uno de los economistas que tuvo tal atrevimiento fue el finado Hyman Minsky (Chicago, 1919-Rhinebeck, New York, 1996), un ignorado y desconocido economista estadounidense de origen bielorruso que advirtió con gran precisión las catástrofes financieras que iban a producirse en breve. Acertó. Mientras sus colegas estaban mesmerizados por los impresionantes modelos matemáticos, Minsky estudió la pobreza, se encontraba de este modo este economista de progenie menchevique y comunista, más cerca de la contracultura que de la economía al uso.

Así que mientras sus colegas de Universidad de Chicago, cuna del neoliberalismo, iban ganando premios Nobel y escalando posiciones en la Academia, Minsky palidecía. Fue sin rumbo de trabajo en trabajo, de Brown a Berkeley, y de ahí a la Universidad de Washington. Aún peor: muchos economistas ni siquiera conocían su obra. Una reseña sobre Minsky publicada en 1997 anotaba simplemente que “su obra no ha ejercido una influencia a tener en cuenta en las discusiones macroeconómicas de los últimos treinta años.” Estaban muy equivocados.

La vieja creencia en un mercado libre que se autorregulaba y se estabilizaba a sí mismo había absorbido selectivamente algunas de las teorías de John Maynard Keynes, el gran economista de la década de los treinta que escribió........

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