Llegar al poder es una tarea difícil, compleja y costosa, especialmente en Colombia donde gran parte del elector vende su voto o lo cambia por algo simbólico: un tamal, un plato de lechona, un cargo público, un contrato. Por eso, muchos gobernantes cuando llegan al poder, no quieren desprenderse de él, o hacen cualquier locura para atornillarse o recuperarlo a cualquier precio. El poder produce adicción. Es como una rasquiñita sexual levemente diabólica.

Sobre el tema, Max Weber, citado por el filósofo sur coreano, Byung Chul Han, nos advierte: “Poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad”.

Ahora bien, atornillarse en el poder genera violencia, sobre todo por los callos que pisa violando casi siempre el ordenamiento jurídico para acomodarlo a sus propios intereses. Se produce entonces un silogismo macondiano, con toda clase de reacciones, pero realista: yo me atornillo, yo me tuerzo. Y como nos enseña el psiquiatra y escritor austriaco, Viktor Frankl: “ante una situación anormal, la reacción anormal constituye una conducta normal”.

El atornillamiento en el poder tiene varios ejemplos a nivel internacional: Putin en Rusia, los Castro en Cuba, Chávez y Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua, los Kirchner en Argentina, entre otros. En Colombia, desde 1810, los gobiernos se han repartido racionalmente la torta presupuestal y burocrática, entre el partido conservador y el liberal, y las dinastías familiares. Atornillarse no respeta color político ni sistemas de gobierno. Se da en la derecha, en la izquierda, en el centro.

A nivel regional, el Magdalena y el César llevan la bandera. Santa Marta vive hoy un problema social complejo donde se enfrentan los grupos políticos, con las autoridades electorales y las judiciales por la alcaldía y la gobernación, pleito que terminaría en el Consejo de Estado a finales de 2024.

A todo este escenario se le agrega el poder del populismo, como epidemia viral, como lo llama Vargas Llosa, y que sirve para alimentar la esperanza del pobre. En efecto, no podemos seguir conjugando el verbo atornillar sabiendo que lo acompaña una tuerca milimétrica como es el verbo torcer. Yo me atornillo, yo me tuerzo. Nosotros nos atornillamos, nosotros nos torcemos.

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Atornillarse en el poder | Columna de Francisco Cuello Duarte

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05.12.2023

Llegar al poder es una tarea difícil, compleja y costosa, especialmente en Colombia donde gran parte del elector vende su voto o lo cambia por algo simbólico: un tamal, un plato de lechona, un cargo público, un contrato. Por eso, muchos gobernantes cuando llegan al poder, no quieren desprenderse de él, o hacen cualquier locura para atornillarse o recuperarlo a cualquier precio. El poder produce adicción. Es como una rasquiñita sexual levemente diabólica.

Sobre el tema, Max Weber, citado por el filósofo sur coreano, Byung Chul Han, nos advierte: “Poder significa la probabilidad de........

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