En su más reciente Informe sobre riesgos globales, el Foro Económico Mundial coloca en tercer lugar a la “polarización social y/o política” (después de “eventos climáticos extremos por el calentamiento global” y de “desinformación generada por inteligencia artificial”). Sin duda, esa tendencia es visible en muchas partes del planeta y hay lugares, como Estados Unidos, en que ya es muy preocupante.

Los padres fundadores de ese país estaban muy alarmados ante la situación de Europa, sumida en guerras y conflictos. Por eso, junto con los frenos y contrapesos a los que se sometió a los poderes públicos, cuidaron que también hubiera instancias de negociación y cooperación.

El esquema funcionó bastante bien hasta que, hace dos siglos, el norte y el sur se enfrentaron por el tema de la esclavitud. Después de la Guerra Civil, durante más de un siglo, hubo nuevamente relaciones constructivas entre las fuerzas políticas. En especial, durante las dos décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, cuando se convirtieron en la primera potencia mundial.

En los años setenta, la lucha por los derechos civiles de los negros, la guerra de Vietnam y la inflación dividieron a los americanos. Las protestas contra el gobierno se convirtieron en discordia entre diferentes grupos de población.

Se culpó a la televisión, que permitió a la gente ver la brutalidad policíaca y militar y, al mismo tiempo, mostró el vandalismo y las acciones antisociales (como la quema de banderas) de algunos de los que disentían.

La aprobación de las leyes contra la segregación racial, el fin de la guerra y de la inflación y, más adelante, la caída de la Unión Soviética, hicieron que volviera la armonía y el optimismo.

Sin embargo, los congresistas empezaron a tener actitudes cada vez más intransigentes. Aumentaron los extremistas de ambos partidos y fueron desapareciendo los moderados. La ideología se alineó con un partidarismo intenso: o son consistentemente liberales o son firmemente conservadores; no se vale tener ideas propias y menos aceptar la validez de alguna posición del bando contrario.

Ya en este siglo, el obstruccionismo y las prácticas dilatorias hicieron que fuera cada vez más difícil pasar leyes. Por ejemplo, a pesar de su urgencia, no se ha podido hacer una reforma migratoria. Hay ratificaciones de funcionarios que llevan años atoradas.

Incluso el consenso que tradicionalmente ha habido en la política exterior y de defensa se ha debilitado.

Todo empeoró con la aparición de Donald Trump y su retórica divisiva e incendiaria. Rápidamente se perdió el debido respeto entre contrincantes políticos y los insultos sustituyeron a los argumentos. Se empezaron a tomar como verdad dichos sin ningún sustento. Se calumnió impunemente.

El debate público se vició con noticias falsas y teorías conspirativas cada vez más jaladas de los pelos.

Las opciones de vida y las interacciones cotidianas se vieron comprometidas por la política. Las parejas casadas registradas en el mismo partido, que en 1965 eran menos de 60%, ahora son casi 90%. En los sitios de citas románticas, el primer criterio de búsqueda ya no es el estatus socioeconómico, sino la simpatía por los partidos (que antes ni siquiera estaba incluido en los perfiles).

Muchos dejan de saludar al vecino o compañero de trabajo por no compartir su preferencia política o de plano se mudan a zonas donde vive gente con su misma ideología. La mayoría de los que están en grupos de Facebook o WhatsApp no tiene ningún amigo cercano que vote por el otro partido.

Se culpa ahora a internet, porque el algoritmo selecciona la información que recibes con base en tu actividad anterior, pero nada impide que se aproveche la extraordinaria capacidad que tiene para proporcionarnos acceso a otras opiniones.

El que piensa diferente merece antipatía gratuita y aversión visceral. No es alguien que puede tener un sincero enfoque alternativo o estar equivocado, sino un malvado, egoísta o hipócrita. Por eso se le ve como amenaza, se le desprecia y demoniza y hasta se justifica su eliminación.

El sectarismo corrosivo los ha llevado a tirar estatuas, censurar libros y a querer arrancarle páginas a la historia.

El fanatismo ciego hace imposible razonar sensatamente. Para unos el cambio climático es el apocalipsis y para otros ni siquiera existe.

La polarización, irresponsablemente propagada por Trump y su base devota –y tontamente replicada por sus oponentes– ensancha y ahonda las brechas sociales, aleja cualquier posibilidad de convivir civilizadamente.

QOSHE - Política de odio - Alejandro Gil Recasens
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Política de odio

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24.01.2024

En su más reciente Informe sobre riesgos globales, el Foro Económico Mundial coloca en tercer lugar a la “polarización social y/o política” (después de “eventos climáticos extremos por el calentamiento global” y de “desinformación generada por inteligencia artificial”). Sin duda, esa tendencia es visible en muchas partes del planeta y hay lugares, como Estados Unidos, en que ya es muy preocupante.

Los padres fundadores de ese país estaban muy alarmados ante la situación de Europa, sumida en guerras y conflictos. Por eso, junto con los frenos y contrapesos a los que se sometió a los poderes públicos, cuidaron que también hubiera instancias de negociación y cooperación.

El esquema funcionó bastante bien hasta que, hace dos siglos, el norte y el sur se enfrentaron por el tema de la esclavitud. Después de la Guerra Civil, durante más de un siglo, hubo nuevamente relaciones constructivas entre las fuerzas políticas. En especial, durante las dos décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, cuando se convirtieron en la primera potencia mundial.

En los años setenta, la lucha por los derechos civiles de los........

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