Tras su partida a comienzos de noviembre, el arquitecto de la filosofía de la liberación de origen argentino, Enrique Dussel, no alcanzó a vivir para ver el regreso al poder en Argentina de la ultraderecha que lo envió al exilio. Durante la noche del 2 y 3 de agosto de 1973 el denominado Comando Ruci de la extrema derecha de ese país tras hacerlos a él y a su familia objetos de un atentado con una bomba que destruyó la mitad de su casa en Mendoza. Lo acusaron de ser “marxista” y de “corromper a la juventud”, la misma acusación de la que fue objeto Sócrates en la antigua Grecia. Luego, fue amenazado de muerte por escuadrones militares. El 15 de agosto de 1975 partió al exilio.

Fue el destino obligado de muchos argentinos durante el preludio a la dictadura cívico-militar que gobernó el país desde marzo de 1976 hasta 1983. Es la dictadura que reivindican los miembros del partido del recién electo presidente de Argentina, Javier Milei. La frase inicial de su discurso de victoria este domingo, “hoy comienza la reconstrucción de Argentina,” refiere y resuena con aquella del “proceso de reorganización nacional” de la dictadura de los 70 y 80.

En aquel entonces, como ahora, fueron sectores civiles socialmente conservadores, principalmente provenientes del empresariado y los medios privados de comunicación. En los meses previos al 24 de marzo de 1976, al tiempo que comandos “civiles” o paramilitares ejecutaban actos terroristas de limpieza contra familias como la de Dussel, la propaganda mediática privada preparaba a la población para la necesidad de un cambio “drástico” en Argentina (otra palabra omnipresente en el discurso de Milei).

El objetivo de ese entonces era el mismo de hoy: aplicar la motosierra para terminar con el papel del Estado como regulador de la actividad socioeconómica. Y como inevitablemente ello conduce a la protesta social, entonces viene reprimir con la fuerza de la ley y el Estado a los sindicatos, organizaciones de base y a los intelectuales de dichas organizaciones que se opongan a los cambios “drásticos” y “necesarios”. La palabra “necesario” implica en este caso que el sacrificio en vidas es visto por parte de quienes están en la capacidad de usar el poder coercitivo del Estado y sus apoyos “civiles” como si fuese una suerte de ley de la naturaleza, inevitable e independiente de sus decisiones. El infame estado de necesidad, de sitio o emergencia que de esta manera se justifica y normaliza, haciéndolo equivalente a la ley puesta, si es que no superior a esta.

Ahora bien, no es este un intento de establecer una sociedad mejor puesta al lado de aquella que existe en el presente y que ha sido juzgada inadecuada. Se trata, en cambio, de un esfuerzo por reestablecer el reino del terror al recrear el sistema del grupo unipolar, unido, y homogéneo, llámeselo “la nación”, la “raza” o “cultura superior” (como ha dicho Milei), o “la horda”.

En esto consiste el libertarianismo, que bien poco tiene que ver con el liberalismo. Lejos de ser una idea novedosa, sus bases son bien conocidas por casi cualquier estudiante de leyes o política que haya sido expuesto a los dictados de la llamada teología política y el constitucionalismo dictatorial de los 40 y 60 del siglo pasado. Por ejemplo, el popular politólogo germano-americano Carl Friedrich, para quien “el propósito de un gobierno militar es proteger el bienestar de los gobernados… inspirado por consideraciones humanísticas”. Aunque parezca cínica, su observación expresa la obvia verdad que, en sociedades como las nuestras, el Estado es responsable del mantenimiento de las relaciones socio-económicas existentes, promover la competencia, determinar y aplicar “las reglas del juego”, como diría Milton Freedman.

¿Pero qué sucede cuando aquellos a quienes se aplican tales reglas no se ajustan a las demandas del mercado? En tal caso, como dice el también politólogo americano Clinton Rossiter, suprimir la rebeldía supone la aplicación concentrada de la fuerza “en nombre de la libertad”. Cuando el liberalismo entra en crisis o emergencia, entonces podrá darse la ocasión en que “sea necesario romper la ley con el fin de preservarla”.

Pero la ley no se suspende a sí misma. Requiere entonces de una eminente decisión política. Aquella que para el jurista más preclaro del Tercer Reich, Carl Schmitt (que en nuestras universidades sudamericanas suele enseñarse sin contexto alguno a estudiantes de los primeros años de carrera), define la política como una relación entre el enemigo y quien lo confronta, que reconoce al enemigo de clase y formula y ejecuta sus políticas con base en ese reconocimiento.

En Colombia conocemos bien lo que ello implica en la práctica. No es coincidencia que los Iván Duque y compañía se encuentren entre los primeros en celebrar el triunfo de Milei en Argentina junto a intelectuales políticos y tan iluminados como Jair Bolsonaro, Donald Trump, Elon Musk (a quien le vendría muy bien el litio argentino) y Mario Vargas Llosa.

Lo de “iluminado” quizá no valga como ironía o metáfora en el caso de Milei, de quien se ha dicho que habla con su perro muerto a través de un médium. Ahora bien, en este punto debería comenzar la autocrítica del liberalismo y la izquierda, pues fenómenos como el que ha ocurrido en Argentina y que bien pronto podrían extenderse a los Estados Unidos, Chile, o Colombia no ocurren en el vacío.

Aquí cabe recordar una de las lecciones que dejó Dussel al servir de conducto a ese otro pensador que le inspiraba, Walter Benjamin, quien afirmó: “Cada ascenso del fascismo da testimonio de una revolución fallida”.

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De la liberación al libertario

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22.11.2023

Tras su partida a comienzos de noviembre, el arquitecto de la filosofía de la liberación de origen argentino, Enrique Dussel, no alcanzó a vivir para ver el regreso al poder en Argentina de la ultraderecha que lo envió al exilio. Durante la noche del 2 y 3 de agosto de 1973 el denominado Comando Ruci de la extrema derecha de ese país tras hacerlos a él y a su familia objetos de un atentado con una bomba que destruyó la mitad de su casa en Mendoza. Lo acusaron de ser “marxista” y de “corromper a la juventud”, la misma acusación de la que fue objeto Sócrates en la antigua Grecia. Luego, fue amenazado de muerte por escuadrones militares. El 15 de agosto de 1975 partió al exilio.

Fue el destino obligado de muchos argentinos durante el preludio a la dictadura cívico-militar que gobernó el país desde marzo de 1976 hasta 1983. Es la dictadura que reivindican los miembros del partido del recién electo presidente de Argentina, Javier Milei. La frase inicial de su discurso de victoria este domingo, “hoy comienza la reconstrucción de Argentina,” refiere y resuena con aquella del “proceso de reorganización nacional” de la dictadura de los 70 y 80.

En aquel entonces, como ahora, fueron sectores civiles socialmente conservadores, principalmente provenientes del empresariado y los medios privados de comunicación. En los meses previos al 24 de marzo de 1976, al tiempo que comandos “civiles” o paramilitares ejecutaban actos........

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