Para un haijin —el poeta que escribe haikus—, el sakura, la flor del cerezo, no representa algo circunstancial o anecdótico; es el referente de un momento en la naturaleza en el que se condensa el palpitar de la vida, que evanesce. Es el inicio de un ciclo que tiene fecha y término. Y es, ante todo, un asombro.

En mi niñez, las cabañuelas eran la primera tarea al comenzar el año. Con ellas se esperaba descifrar cuándo llegarían las épocas de invierno, o lluviosas, y las de verano, o secas. La vida en un país del trópico no ofrecía más variedad y las estaciones —primavera, verano, otoño e invierno— se reservaban para tierras lejanas a las nuestras.

A partir de mi primer contacto, en 1961, con el haiku —pequeño poema japonés de diecisiete sílabas—, debí enfrentarme a muchas dificultades. La primera, sin duda, la brevedad. Pero quizá la más problemática fue el kigo; es decir, la palabra que representa una estación del año, un momento. Los dos parámetros de nuestra realidad, las lluvias y la sequía, me impedían capturar esa sensibilidad.

La poesía japonesa, tan ligada a la naturaleza, llevó a que se formaran diccionarios de palabras, los saijiki, para facilitar no solo la creación por parte de los poetas sino la lectura de las obras, particularmente las de los antiguos. Allí se registran los kigo mencionados que identifican cada paso del tiempo: la estación, el clima, la geografía, las plantas, las flores. Son catálogos que me recuerdan el Diccionario de la rima de la lengua castellana de D. Juan Peñalver editado en París, en 1885, por la librería de Garnier Hermanos, que atesoro en mi biblioteca.

La realidad no es indescifrable. Sabemos que los tiempos cambian y que el mundo se reinventa a cada paso. La crisis climática que preocupa al mundo y se debatió en la COP28 nos pone bajo nuevos referentes, nuevos ciclos, nuevas temperaturas, nuevos fenómenos en nuestro entorno: plantas, flores, aves, insectos, amaneceres y anocheceres. Pero además de lo que percibimos, existen damnificados no reconocidos de este remezón, entre los cuales está el haiku. Ha perdido su bastón, el kigo, y ahora tendrá que buscar un sustituto. La poeta Yamamoto Namiko, citada por D. McMurray, nos da alguna luz con este haiku: “Si no en el aire/ la primavera está / en la mente”.

Los sakura duran poco. Pasada una semana sus pétalos se desgranan no sin antes animarnos con su vitalidad. Lo contrario nos ofrece el tsubaki, la camelia que florece en el invierno. Como si fueran decapitadas, sus flores caen sobre la nieve, razón por la cual han sido temidas por los guerreros que ven reflejado su fin en este desprendimiento. Ahora, si nos miramos al espejo, encontraremos que nuestro ciclo no es distinto: nos movemos entre el cerezo y la camelia.

QOSHE - Un haiku para la COP28 - Fernando Barbosa
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Un haiku para la COP28

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18.12.2023

Para un haijin —el poeta que escribe haikus—, el sakura, la flor del cerezo, no representa algo circunstancial o anecdótico; es el referente de un momento en la naturaleza en el que se condensa el palpitar de la vida, que evanesce. Es el inicio de un ciclo que tiene fecha y término. Y es, ante todo, un asombro.

En mi niñez, las cabañuelas eran la primera tarea al comenzar el año. Con ellas se esperaba descifrar cuándo llegarían las épocas de invierno, o lluviosas, y las de verano, o secas. La vida en un país del trópico no ofrecía más variedad y las estaciones —primavera, verano, otoño e invierno— se reservaban para tierras lejanas a las nuestras.

A partir de mi primer........

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