En otra época, un político se habría marchado.

Durante décadas, en Estados Unidos, los funcionarios electos que enfrentaban cargos criminales o violaciones graves a la confianza pública cedían sus posiciones de poder, aunque fuera a regañadientes, alegando el deber de salvar al país de la vergüenza y aliviar la presión sobre sus instituciones.

Hasta que llegó Donald Trump. El expresidente no solo sigue avanzando a pesar de las cuatro acusaciones y 91 cargos por delitos graves en su contra, sino que también está orquestando de manera activa una colisión frontal entre los sistemas político y legal del país.

Las repercusiones de esto continuaron acumulándose esta semana cuando la cuestión fundamental de la elegibilidad del expresidente para el cargo fue en esencia impuesta a una Corte Suprema que ya se encuentra sumida en cuestiones sin precedentes respecto al complot de Trump para anular las elecciones de 2020.

Pero el intenso debate legal respecto a si Trump participó en una insurrección apenas empañó la extraordinaria realidad de que va a contender por la presidencia: Trump está de vuelta con un nuevo deseo de venganza y un conocido manual de tácticas, construido en torno a las ideas de que nunca podrá perder, nunca será condenado y jamás se retirará realmente.

Ese plan permanece intacto en gran medida porque su estrategia sigue generando beneficios políticos.

Lejos de agonizar por los daños colaterales causados por su espíritu imbatible, Trump parece incentivado por los conflictos, pues entrelaza estrechamente su defensa legal con su campaña presidencial. Ha tratado de agotar el tiempo de sus juicios penales, una estrategia que le consiguió una nueva victoria el viernes cuando la Corte Suprema se negó a dar un fallo inmediato sobre un punto crucial de controversia en el caso relacionado con las elecciones federales de 2020.

Si bien a principios de este año la mayoría de los republicanos dijeron a los encuestadores que preferían un candidato presidencial diferente, al comenzar el calendario 2024, casi dos tercios del partido estarán alineados en apoyo a Trump. Sus problemas legales, que en décadas pasadas habrían fortalecido a sus rivales en la carrera por la nominación presidencial de un partido importante, sólo han provocado que los votantes republicanos se consoliden más en torno a él.

“Este ha sido el misterio de la era Trump. Cada vez que pensamos que esta será la gota que derrame el vaso, termina por convertirse en una viga de acero que simplemente solidifica su infraestructura política”, dijo Eliot Spitzer, exgobernador demócrata de Nueva York. En 2008, Spitzer renunció como gobernador en medio de un escándalo de prostitución, diciendo en ese momento que le debía mucho a su familia y al público.

En fechas recientes, Trump ha enfrentado críticas cada vez mayores por adoptar un lenguaje fascista y tácticas autoritarias. Esta semana, se defendió al insistir una y otra vez en que nunca ha leído Mi lucha, el manifiesto nazi de Adolf Hitler.

Por supuesto, si hubiera una guía sobre cómo dirigir las campañas políticas tradicionales estadounidenses, Trump tampoco la habría leído.

En 2016, al comienzo de su candidatura, menospreció a los veteranos militares condecorados y los votantes lo pasaron por alto. Cuando apareció una grabación en la que Trump afirmaba de manera casual que su estatus de celebridad le facilitaba agredir sexualmente a las mujeres, se resistió a los llamamientos de sus colegas republicanos para que se retirara de la contienda, desestimó los comentarios como típica “charla de vestidor” y, 32 días después, ganó la presidencia.

El ciclo se repitió durante años, lo que llevó a una especie de lugar común dentro del mundo de Trump, en el que la espiral de caos y los trucos teatrales que rodeaban al expresidente casi siempre eran sorprendentes, pero casi nunca alarmantes.

En otras palabras, lo absurdo de todo esto siempre pareció tener perfecto sentido.

Incluso los disturbios causados por los partidarios de Trump en el Capitolio hace casi tres años se adhirieron a esta máxima. Ya sea que el ataque fuera el colofón final de su presidencia o el comienzo de una fase más oscura en la política estadounidense, la violencia, en retrospectiva, fue tan horrorosa como previsible.

Después de todo, Trump había pasado cuatro años ejerciendo la poderosa investidura de la Casa Blanca para insistir en que cualquier cobertura informativa que fuera crítica era una mentira, que no se debía creer a ningún funcionario electo al que él se opusiera y que no se podía confiar en los tribunales.

La historia en Washington volvió a desarrollarse de maneras que fueron sorprendentes, pero no alarmantes. Días después de que Trump dejó el cargo, las encuestas mostraban que el expresidente mantenía altos niveles de apoyo dentro de su partido. Los republicanos de la Cámara de Representantes que habían votado a favor de destituirlo se convirtieron en blanco de censura e impugnaciones en las primarias. Los líderes republicanos lo visitaron en su residencia de Mar-a-Lago, en Florida, un flujo constante de suplicantes inclinándose ante su rey exiliado.

Pronto quedó claro que la mejor oportunidad del Partido Republicano para sacar a Trump del panorama había pasado cuando 43 de sus senadores votaron a favor de absolverlo durante su juicio político después de los disturbios en el Capitolio.

En una entrevista el mes pasado, Trump prácticamente se jactó de que continuaría su última campaña presidencial a pesar de los cargos criminales en su contra.

“Otras personas, si alguna vez fueron acusadas, quedaron fuera de la política”, dijo Trump a Univisión. “Van al micrófono y dicen: ‘Voy a pasar el resto de mi vida, ya sabes, limpiando mi nombre. Voy a pasar el resto de mi vida con mi familia’”.

“Lo he visto cientos de veces”, continuó Trump y concluyó que ese tipo de decisiones siempre fueron errores. “Me doy cuenta de que les resultó contraproducente”.

El compromiso de Trump con la lucha tiene sus raíces en una “preocupación por no ser visto como un perdedor”, señaló Mark Sanford, exgobernador republicano de Carolina del Sur, quien consideró renunciar como gobernador en 2009 cuando una relación extramatrimonial estalló en un escándalo que llegó a los titulares nacionales.

A fin de cuentas, permaneció en el cargo, y esta semana en una entrevista, recordó que quiso asumir la responsabilidad de sus actos, con la esperanza de que su arrepentimiento y humildad sirvieran de ejemplo para sus cuatro hijos y condujeran a una reconciliación con sus electores.

Sanford dijo que dudaba que Trump alguna vez hubiera considerado no postularse nuevamente.

“Para él, pensar en lo que es mejor para la república significaría someterse a una lobotomía frontal”, afirmó Sanford. “Desde la cantidad de personas a las que ha demandado a lo largo de los años hasta la cantidad de subcontratistas a los que ha estafado y todas sus quiebras, simplemente se ha abierto camino en la vida a través de la intimidación. Actúa ante una audiencia de una sola persona, y no es Dios; es Donald Trump”.

(c) The New York Times

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Cualquier otro político se habría retirado. ¿Trump? De ninguna manera

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27.12.2023

En otra época, un político se habría marchado.

Durante décadas, en Estados Unidos, los funcionarios electos que enfrentaban cargos criminales o violaciones graves a la confianza pública cedían sus posiciones de poder, aunque fuera a regañadientes, alegando el deber de salvar al país de la vergüenza y aliviar la presión sobre sus instituciones.

Hasta que llegó Donald Trump. El expresidente no solo sigue avanzando a pesar de las cuatro acusaciones y 91 cargos por delitos graves en su contra, sino que también está orquestando de manera activa una colisión frontal entre los sistemas político y legal del país.

Las repercusiones de esto continuaron acumulándose esta semana cuando la cuestión fundamental de la elegibilidad del expresidente para el cargo fue en esencia impuesta a una Corte Suprema que ya se encuentra sumida en cuestiones sin precedentes respecto al complot de Trump para anular las elecciones de 2020.

Pero el intenso debate legal respecto a si Trump participó en una insurrección apenas empañó la extraordinaria realidad de que va a contender por la presidencia: Trump está de vuelta con un nuevo deseo de venganza y un conocido manual de tácticas, construido en torno a las ideas de que nunca podrá perder, nunca será condenado y jamás se retirará realmente.

Ese plan permanece intacto en gran medida porque su estrategia sigue generando beneficios políticos.

Lejos de agonizar por los daños colaterales causados por su espíritu imbatible, Trump parece incentivado por los conflictos, pues entrelaza estrechamente su defensa legal con su campaña presidencial. Ha tratado de agotar el tiempo de sus juicios penales, una estrategia que le consiguió una nueva victoria el viernes cuando la Corte Suprema se negó a dar un fallo inmediato sobre un punto crucial de........

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