Todo el procés se basó en engaños. El primero lo formuló Artur Mas el mismo día en que lo puso en marcha, el 19 de septiembre de 2012, después de que Mariano Rajoy se negara a dar a Cataluña un trato fiscal diferenciado. “No hay que hablar de rupturas totales porque dentro de Europa esto no tendría sentido”, dijo Mas. “No nos hemos vuelto locos […]. Romper no está en mi vocabulario”. Era mentira: el proceso de ruptura empezó inmediatamente después. Luego llegó la afirmación de que la Generalitat estaba construyendo “estructuras de Estado”, la promesa a los catalanes de que la independencia era viable y se produciría en pocos años, la seguridad de que Cataluña sería “un nou Estat d’Europa” y recibiría el reconocimiento internacional, la aseveración de que el referéndum era legal y vinculante. Fueron mentiras que los líderes del procés contaron a los catalanes y se contaron a sí mismos. El engaño funcionó y el engaño sigue. “Esta vez tenemos los mapas y la cartografía. No podemos decir que entramos en un terreno desconocido”, dijo el lunes Artur Mas, 14 años después de la mentira inaugural, en un anodino evento pomposamente titulado Segunda Conferencia para el Estado Propio.

Por eso es tan llamativo ver que el mundo independentista se encuentra ahora, en los primeros pasos posteriores al pacto de investidura, sumido en una crisis de ansiedad ante la posibilidad de que Pedro Sánchez lo haya engañado.

La inquietud independentista

A principios de esta semana, Laura Borràs, la presidenta de Junts, manifestó su nerviosismo por la posibilidad de que el PSOE “no cumpla desde el minuto cero” y no convocara la primera reunión entre los dos partidos, que finalmente se celebrará el sábado en Ginebra. Según el diario de Bruselas Politico, Carles Puigdemont dijo a Manfred Weber, el líder del Partido Popular en el Parlamento Europeo, que temía que Sánchez no diera pronto los prometidos pasos necesarios para el reconocimiento nacional de Cataluña, en cuyo caso, dijo Puigdemont, Junts votaría con el PP español para tumbar los próximos presupuestos. La Assemblea Nacional de Catalunya exigió “basta de engaños” en el pacto de los partidos independentistas con el PSOE. Gonzalo Boye, el abogado de varios acusados por causas vinculadas al procés, está hiperactivo como de costumbre, pero, ahora, parece obrar con la convicción de que los jueces tienen la posibilidad real de dejar sin efecto parte de los pactos entre Junts y el PSOE; muchos creen que es una rendija que el Gobierno ha dejado deliberadamente abierta. En algunos ámbitos independentistas que pensaron que los pactos de investidura eran una salida airosa tras el fracaso del procés, la esperanza está dando pie a un cierto pesimismo: el PSOE no cumplirá con Junts como no cumplió con ERC en sus ya medio olvidadas mesas de negociación, dicen; “Sánchez es un trilero”, “siempre chuta para adelante”, “a ver en qué queda todo esto”. Es interesante ver cómo un proyecto político basado en las mentiras y las trampas reprocha ahora que otro las utilice y considera moralmente intolerable ser víctima de ellas.

Un adversario que domina sus armas

Como todos los movimientos populistas, el procés fue profundamente elitista. Los ciudadanos independentistas se manifestaban donde y cuando las élites les decían que debían hacerlo, votaban disciplinadamente y asumieron que las estrategias de esas élites eran siempre las mejores. En los últimos años, mientras el procés decaía, muchos de ellos expresaron su hartazgo. Cuando se produjo la posibilidad de que, al negociar con el PSOE, Junts abandonara la unilateralidad, algunos, como la propia ANC o el Consell de la República, mostraron su descontento. Pero el independentismo sigue siendo un mundo vertical, y la mayoría aceptó lo que su élite le pidió que asumiera. En parte, porque el lenguaje sonaba a victoria: negociación con los exiliados, reuniones en Suiza con un verificador internacional, amnistía, quién sabe si referéndum.

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PSOE y Junts celebrarán el sábado su primera reunión en Ginebra Marcos Lamelas. Barcelona

Los líderes independentistas, pues, están muy acostumbrados a poder manejarse con una enorme libertad táctica gracias al convencimiento de que la mayor parte de sus seguidores tendrán una paciencia casi infinita. A fin de cuentas, catorce años después de la mentira inicial de Mas, no se ha producido ni una sola mejora tangible en las condiciones de vida de los catalanes gracias al procés. Pero entre esas mismas élites puede detectarse, quizá por primera vez en todo este tiempo, un miedo distinto. No es el miedo a que el Estado ejerza su fuerza legal o política, que a fin de cuentas es la razón por la que quieren separarse, sino el miedo a que el presidente del Gobierno español les gane en su propio registro: el engaño, la dilación, el despiste, la trampa. Eso sería terrible para su relato. Sería devastador para sus bases.

Dados los antecedentes de los últimos meses y años, es probable que Pedro Sánchez acabe haciendo con sus nuevos socios dos cosas aparentemente contradictorias. Por un lado, hará muchas más concesiones de lo que podríamos pensar. Por el otro, les engañará mucho más de lo que ellos pueden imaginar. Pero, en cierto sentido, el independentismo en general, y Junts en particular, se enfrentan a una situación que puede ser paralizante para ellos: tener en frente a alguien que domina sus armas habituales mejor que ellos.

Todo el procés se basó en engaños. El primero lo formuló Artur Mas el mismo día en que lo puso en marcha, el 19 de septiembre de 2012, después de que Mariano Rajoy se negara a dar a Cataluña un trato fiscal diferenciado. “No hay que hablar de rupturas totales porque dentro de Europa esto no tendría sentido”, dijo Mas. “No nos hemos vuelto locos […]. Romper no está en mi vocabulario”. Era mentira: el proceso de ruptura empezó inmediatamente después. Luego llegó la afirmación de que la Generalitat estaba construyendo “estructuras de Estado”, la promesa a los catalanes de que la independencia era viable y se produciría en pocos años, la seguridad de que Cataluña sería “un nou Estat d’Europa” y recibiría el reconocimiento internacional, la aseveración de que el referéndum era legal y vinculante. Fueron mentiras que los líderes del procés contaron a los catalanes y se contaron a sí mismos. El engaño funcionó y el engaño sigue. “Esta vez tenemos los mapas y la cartografía. No podemos decir que entramos en un terreno desconocido”, dijo el lunes Artur Mas, 14 años después de la mentira inaugural, en un anodino evento pomposamente titulado Segunda Conferencia para el Estado Propio.

Por eso es tan llamativo ver que el mundo independentista se encuentra ahora, en los primeros pasos posteriores al pacto de investidura, sumido en una crisis de ansiedad ante la posibilidad de que Pedro Sánchez lo haya engañado.

A principios de esta semana, Laura Borràs, la presidenta de Junts, manifestó su nerviosismo por la posibilidad de que el PSOE “no cumpla desde el minuto cero” y no convocara la primera reunión entre los dos partidos, que finalmente se celebrará el sábado en Ginebra. Según el diario de Bruselas Politico, Carles Puigdemont dijo a Manfred Weber, el líder del Partido Popular en el Parlamento Europeo, que temía que Sánchez no diera pronto los prometidos pasos necesarios para el reconocimiento nacional de Cataluña, en cuyo caso, dijo Puigdemont, Junts votaría con el PP español para tumbar los próximos presupuestos. La Assemblea Nacional de Catalunya exigió “basta de engaños” en el pacto de los partidos independentistas con el PSOE. Gonzalo Boye, el abogado de varios acusados por causas vinculadas al procés, está hiperactivo como de costumbre, pero, ahora, parece obrar con la convicción de que los jueces tienen la posibilidad real de dejar sin efecto parte de los pactos entre Junts y el PSOE; muchos creen que es una rendija que el Gobierno ha dejado deliberadamente abierta. En algunos ámbitos independentistas que pensaron que los pactos de investidura eran una salida airosa tras el fracaso del procés, la esperanza está dando pie a un cierto pesimismo: el PSOE no cumplirá con Junts como no cumplió con ERC en sus ya medio olvidadas mesas de negociación, dicen; “Sánchez es un trilero”, “siempre chuta para adelante”, “a ver en qué queda todo esto”. Es interesante ver cómo un proyecto político basado en las mentiras y las trampas reprocha ahora que otro las utilice y considera moralmente intolerable ser víctima de ellas.

Como todos los movimientos populistas, el procés fue profundamente elitista. Los ciudadanos independentistas se manifestaban donde y cuando las élites les decían que debían hacerlo, votaban disciplinadamente y asumieron que las estrategias de esas élites eran siempre las mejores. En los últimos años, mientras el procés decaía, muchos de ellos expresaron su hartazgo. Cuando se produjo la posibilidad de que, al negociar con el PSOE, Junts abandonara la unilateralidad, algunos, como la propia ANC o el Consell de la República, mostraron su descontento. Pero el independentismo sigue siendo un mundo vertical, y la mayoría aceptó lo que su élite le pidió que asumiera. En parte, porque el lenguaje sonaba a victoria: negociación con los exiliados, reuniones en Suiza con un verificador internacional, amnistía, quién sabe si referéndum.

Los líderes independentistas, pues, están muy acostumbrados a poder manejarse con una enorme libertad táctica gracias al convencimiento de que la mayor parte de sus seguidores tendrán una paciencia casi infinita. A fin de cuentas, catorce años después de la mentira inicial de Mas, no se ha producido ni una sola mejora tangible en las condiciones de vida de los catalanes gracias al procés. Pero entre esas mismas élites puede detectarse, quizá por primera vez en todo este tiempo, un miedo distinto. No es el miedo a que el Estado ejerza su fuerza legal o política, que a fin de cuentas es la razón por la que quieren separarse, sino el miedo a que el presidente del Gobierno español les gane en su propio registro: el engaño, la dilación, el despiste, la trampa. Eso sería terrible para su relato. Sería devastador para sus bases.

Dados los antecedentes de los últimos meses y años, es probable que Pedro Sánchez acabe haciendo con sus nuevos socios dos cosas aparentemente contradictorias. Por un lado, hará muchas más concesiones de lo que podríamos pensar. Por el otro, les engañará mucho más de lo que ellos pueden imaginar. Pero, en cierto sentido, el independentismo en general, y Junts en particular, se enfrentan a una situación que puede ser paralizante para ellos: tener en frente a alguien que domina sus armas habituales mejor que ellos.

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El independentismo exige el monopolio del engaño

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30.11.2023

Todo el procés se basó en engaños. El primero lo formuló Artur Mas el mismo día en que lo puso en marcha, el 19 de septiembre de 2012, después de que Mariano Rajoy se negara a dar a Cataluña un trato fiscal diferenciado. “No hay que hablar de rupturas totales porque dentro de Europa esto no tendría sentido”, dijo Mas. “No nos hemos vuelto locos […]. Romper no está en mi vocabulario”. Era mentira: el proceso de ruptura empezó inmediatamente después. Luego llegó la afirmación de que la Generalitat estaba construyendo “estructuras de Estado”, la promesa a los catalanes de que la independencia era viable y se produciría en pocos años, la seguridad de que Cataluña sería “un nou Estat d’Europa” y recibiría el reconocimiento internacional, la aseveración de que el referéndum era legal y vinculante. Fueron mentiras que los líderes del procés contaron a los catalanes y se contaron a sí mismos. El engaño funcionó y el engaño sigue. “Esta vez tenemos los mapas y la cartografía. No podemos decir que entramos en un terreno desconocido”, dijo el lunes Artur Mas, 14 años después de la mentira inaugural, en un anodino evento pomposamente titulado Segunda Conferencia para el Estado Propio.

Por eso es tan llamativo ver que el mundo independentista se encuentra ahora, en los primeros pasos posteriores al pacto de investidura, sumido en una crisis de ansiedad ante la posibilidad de que Pedro Sánchez lo haya engañado.

La inquietud independentista

A principios de esta semana, Laura Borràs, la presidenta de Junts, manifestó su nerviosismo por la posibilidad de que el PSOE “no cumpla desde el minuto cero” y no convocara la primera reunión entre los dos partidos, que finalmente se celebrará el sábado en Ginebra. Según el diario de Bruselas Politico, Carles Puigdemont dijo a Manfred Weber, el líder del Partido Popular en el Parlamento Europeo, que temía que Sánchez no diera pronto los prometidos pasos necesarios para el reconocimiento nacional de Cataluña, en cuyo caso, dijo Puigdemont, Junts votaría con el PP español para tumbar los próximos presupuestos. La Assemblea Nacional de Catalunya exigió “basta de engaños” en el pacto de los partidos independentistas con el PSOE. Gonzalo Boye, el abogado de varios acusados por causas vinculadas al procés, está hiperactivo como de costumbre, pero, ahora, parece obrar con la convicción de que los jueces tienen la posibilidad real de dejar sin efecto parte de los pactos entre Junts y el PSOE; muchos creen que es una rendija que el Gobierno ha dejado deliberadamente abierta. En algunos ámbitos independentistas que pensaron que los pactos de investidura eran una salida airosa tras el fracaso........

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