A mediodía expiraba el ultimátum. A mediodía, como en Solo ante el peligro. “La historia de un hombre demasiado orgulloso para huir”, decía el cartel promocional de aquel mítico western. Y Ábalos parecía sentirse poco menos que Gary Cooper cuando desenfundó en la sala de prensa del Congreso su desafío al PSOE. Salió más solo que la una, a enfrentarse al partido en el que lo había sido casi todo. En la película, Gary Cooper no tiene ninguna intención de enfrentarse en solitario a los bandidos que lo han amenazado. Son sus amigos los que primero le aconsejan que se vaya y, cuando decide quedarse, le van dejando tirado a media que va llamándoles puerta por puerta, uno por uno, pidiendo ayuda. Si acaba saliendo él solo al duelo a la hora señalada es porque no le queda más remedio.

Sánchez calculó mal el ultimátum a Ábalos. Calculó mal su orgullo, su lealtad y su desesperación. No pensó que su examigo fuera a aplicarse a sí mismo el manual de resistencia que le ayudó a forjar al presidente cuando todavía eran íntimos. Y tras varios días presionando al exministro para que abandonase el escaño, al saberse que Koldo García, su antiguo asesor de máxima confianza, se llevó presuntamente centenares de miles de euros en comisiones ilegales en un contrato para comprar mascarillas en lo peor de la pandemia, el presidente pensó que su cabeza sería el cortafuegos ideal, pero el cortafuegos ha acabado abrasándolos. Ábalos decidió que tenía más que perder yéndose que enfrentándose él solo contra todos.

El exministro apuró hasta el final antes de anunciar tras una mañana de infarto que no, que no se iba, que no dejaba el acta de diputado. Consumó el desafío diciendo que prefería pasarse al grupo mixto antes que renunciar al escaño, con el último estertor de dignidad del alborotador que sale escoltado del garito diciendo que no le echan, que se va porque quiere al grupo mixto. No dijo que lo hacía porque necesitaba el dinero, ni porque temiera quedarse sin el aforamiento que lo protege de la Audiencia Nacional que instruye el caso Koldo. Cómo iba a decir tal cosa si se sentía Gary Cooper.

Ábalos prefirió mostrarse como víctima de una traición, que suena más heroico, que como responsable in vigilando de una presunta trama de corrupción que sucedió en sus narices. Insistió en que se quedaba para defender desde ese escaño su “honorabilidad hasta las últimas consecuencias”. Pero a esas alturas, más que su honorabilidad, lo más parecido a algo que perder era su acta de diputado. Ábalos se siente solo y abandonado por todos, incluido el partido en el que fue número tres: “Me enfrento a todo el poder político, de una parte y de otra, y estoy solo”. Dijo también que no tiene nada que ocultar, eso ya se verá, y que ni está imputado ni tiene ningún enriquecimiento ilícito, que de momento es completamente cierto. Lo de que está solo, también.

Ábalos se niega a entregar al PSOE el acta y pasa al grupo mixto

De su responsabilidad política, la que el sábado le llevó a afirmar en una entrevista en La Sexta que si todavía hubiera sido ministro habría dimitido inmediatamente por haber tenido a Koldo García de asesor, Ábalos no dijo nada. Si hubiera admitido preguntas, habría sido interesante preguntarle por qué de ministro se aplica un listón para dimitir, pero de diputado raso otro, como si las responsabilidades políticas y las negligencias caducasen en diferido.

Así que más que ejemplarizante, el ultimátum fallido del PSOE pasará a la historia como disuasorio. Pero no de la corrupción, disuasorio de cómo no gestionar un caso como este. Cuando 24 horas antes todavía parecía una buena idea exigirle a Ábalos su acta de diputado públicamente y contra el reloj, el PSOE apelaba a un “bien superior”. ¿Pero cuál era ese bien superior? ¿La lucha contra la corrupción? No. El bien superior para el PSOE era evitar el daño al partido. La camiseta que viste cada uno, en palabras de María Jesús Montero. El bien superior para el PSOE es el PSOE. Y, claro, cuando se espera este nivel de lealtad hacia el partido es normal que de la otra parte se espere que el partido devuelva una lealtad similar, que es lo que vino a decir Ábalos en su desquite que le faltaba.

Ábalos, el ocaso de quien fue casi todo en el PSOE

Aunque, bien pensado, el caso Koldo, o caso Ábalos, sí que es ejemplarizante. Sirve de aviso de lo que no funciona. Que el PSOE exigiera al exministro que asumiese sus responsabilidades políticas, bien está. Lo malo es que se refería solo a las que ya habían aflorado para que no salpiquen más. Mientras proteger un partido de la corrupción siga entendiéndose como evitar que la corrupción meta en problemas al resto, aislar las manzanas podridas, en vez de poner los medios para prevenirlas, no se avanzará realmente en la regeneración política. Demostrar lealtad al partido no debería limitarse a pedir una dimisión, sino a ir a la Fiscalía a denunciar sospechas de corrupción interna al menor indicio. Y, por lo visto, Koldo no se cortaba mucho con los indicios.

Como le dice a Gary Cooper el último amigo que le quedaba en el pueblo: “A muchos les da por hablar de orden y de ley en vez de hacer algo básico para apoyarlas, tal vez porque en el fondo no les importa en absoluto”. Pero ni Ábalos es Gary Cooper, ni para luchar contra la corrupción basta con exigir dimisiones fallidas.

A mediodía expiraba el ultimátum. A mediodía, como en Solo ante el peligro. “La historia de un hombre demasiado orgulloso para huir”, decía el cartel promocional de aquel mítico western. Y Ábalos parecía sentirse poco menos que Gary Cooper cuando desenfundó en la sala de prensa del Congreso su desafío al PSOE. Salió más solo que la una, a enfrentarse al partido en el que lo había sido casi todo. En la película, Gary Cooper no tiene ninguna intención de enfrentarse en solitario a los bandidos que lo han amenazado. Son sus amigos los que primero le aconsejan que se vaya y, cuando decide quedarse, le van dejando tirado a media que va llamándoles puerta por puerta, uno por uno, pidiendo ayuda. Si acaba saliendo él solo al duelo a la hora señalada es porque no le queda más remedio.

Sánchez calculó mal el ultimátum a Ábalos. Calculó mal su orgullo, su lealtad y su desesperación. No pensó que su examigo fuera a aplicarse a sí mismo el manual de resistencia que le ayudó a forjar al presidente cuando todavía eran íntimos. Y tras varios días presionando al exministro para que abandonase el escaño, al saberse que Koldo García, su antiguo asesor de máxima confianza, se llevó presuntamente centenares de miles de euros en comisiones ilegales en un contrato para comprar mascarillas en lo peor de la pandemia, el presidente pensó que su cabeza sería el cortafuegos ideal, pero el cortafuegos ha acabado abrasándolos. Ábalos decidió que tenía más que perder yéndose que enfrentándose él solo contra todos.

El exministro apuró hasta el final antes de anunciar tras una mañana de infarto que no, que no se iba, que no dejaba el acta de diputado. Consumó el desafío diciendo que prefería pasarse al grupo mixto antes que renunciar al escaño, con el último estertor de dignidad del alborotador que sale escoltado del garito diciendo que no le echan, que se va porque quiere al grupo mixto. No dijo que lo hacía porque necesitaba el dinero, ni porque temiera quedarse sin el aforamiento que lo protege de la Audiencia Nacional que instruye el caso Koldo. Cómo iba a decir tal cosa si se sentía Gary Cooper.

Ábalos prefirió mostrarse como víctima de una traición, que suena más heroico, que como responsable in vigilando de una presunta trama de corrupción que sucedió en sus narices. Insistió en que se quedaba para defender desde ese escaño su “honorabilidad hasta las últimas consecuencias”. Pero a esas alturas, más que su honorabilidad, lo más parecido a algo que perder era su acta de diputado. Ábalos se siente solo y abandonado por todos, incluido el partido en el que fue número tres: “Me enfrento a todo el poder político, de una parte y de otra, y estoy solo”. Dijo también que no tiene nada que ocultar, eso ya se verá, y que ni está imputado ni tiene ningún enriquecimiento ilícito, que de momento es completamente cierto. Lo de que está solo, también.

De su responsabilidad política, la que el sábado le llevó a afirmar en una entrevista en La Sexta que si todavía hubiera sido ministro habría dimitido inmediatamente por haber tenido a Koldo García de asesor, Ábalos no dijo nada. Si hubiera admitido preguntas, habría sido interesante preguntarle por qué de ministro se aplica un listón para dimitir, pero de diputado raso otro, como si las responsabilidades políticas y las negligencias caducasen en diferido.

Así que más que ejemplarizante, el ultimátum fallido del PSOE pasará a la historia como disuasorio. Pero no de la corrupción, disuasorio de cómo no gestionar un caso como este. Cuando 24 horas antes todavía parecía una buena idea exigirle a Ábalos su acta de diputado públicamente y contra el reloj, el PSOE apelaba a un “bien superior”. ¿Pero cuál era ese bien superior? ¿La lucha contra la corrupción? No. El bien superior para el PSOE era evitar el daño al partido. La camiseta que viste cada uno, en palabras de María Jesús Montero. El bien superior para el PSOE es el PSOE. Y, claro, cuando se espera este nivel de lealtad hacia el partido es normal que de la otra parte se espere que el partido devuelva una lealtad similar, que es lo que vino a decir Ábalos en su desquite que le faltaba.

Aunque, bien pensado, el caso Koldo, o caso Ábalos, sí que es ejemplarizante. Sirve de aviso de lo que no funciona. Que el PSOE exigiera al exministro que asumiese sus responsabilidades políticas, bien está. Lo malo es que se refería solo a las que ya habían aflorado para que no salpiquen más. Mientras proteger un partido de la corrupción siga entendiéndose como evitar que la corrupción meta en problemas al resto, aislar las manzanas podridas, en vez de poner los medios para prevenirlas, no se avanzará realmente en la regeneración política. Demostrar lealtad al partido no debería limitarse a pedir una dimisión, sino a ir a la Fiscalía a denunciar sospechas de corrupción interna al menor indicio. Y, por lo visto, Koldo no se cortaba mucho con los indicios.

Como le dice a Gary Cooper el último amigo que le quedaba en el pueblo: “A muchos les da por hablar de orden y de ley en vez de hacer algo básico para apoyarlas, tal vez porque en el fondo no les importa en absoluto”. Pero ni Ábalos es Gary Cooper, ni para luchar contra la corrupción basta con exigir dimisiones fallidas.

QOSHE - Ábalos, solo ante el peligro - Marta García Aller
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Ábalos, solo ante el peligro

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28.02.2024

A mediodía expiraba el ultimátum. A mediodía, como en Solo ante el peligro. “La historia de un hombre demasiado orgulloso para huir”, decía el cartel promocional de aquel mítico western. Y Ábalos parecía sentirse poco menos que Gary Cooper cuando desenfundó en la sala de prensa del Congreso su desafío al PSOE. Salió más solo que la una, a enfrentarse al partido en el que lo había sido casi todo. En la película, Gary Cooper no tiene ninguna intención de enfrentarse en solitario a los bandidos que lo han amenazado. Son sus amigos los que primero le aconsejan que se vaya y, cuando decide quedarse, le van dejando tirado a media que va llamándoles puerta por puerta, uno por uno, pidiendo ayuda. Si acaba saliendo él solo al duelo a la hora señalada es porque no le queda más remedio.

Sánchez calculó mal el ultimátum a Ábalos. Calculó mal su orgullo, su lealtad y su desesperación. No pensó que su examigo fuera a aplicarse a sí mismo el manual de resistencia que le ayudó a forjar al presidente cuando todavía eran íntimos. Y tras varios días presionando al exministro para que abandonase el escaño, al saberse que Koldo García, su antiguo asesor de máxima confianza, se llevó presuntamente centenares de miles de euros en comisiones ilegales en un contrato para comprar mascarillas en lo peor de la pandemia, el presidente pensó que su cabeza sería el cortafuegos ideal, pero el cortafuegos ha acabado abrasándolos. Ábalos decidió que tenía más que perder yéndose que enfrentándose él solo contra todos.

El exministro apuró hasta el final antes de anunciar tras una mañana de infarto que no, que no se iba, que no dejaba el acta de diputado. Consumó el desafío diciendo que prefería pasarse al grupo mixto antes que renunciar al escaño, con el último estertor de dignidad del alborotador que sale escoltado del garito diciendo que no le echan, que se va porque quiere al grupo mixto. No dijo que lo hacía porque necesitaba el dinero, ni porque temiera quedarse sin el aforamiento que lo protege de la Audiencia Nacional que instruye el caso Koldo. Cómo iba a decir tal cosa si se sentía Gary Cooper.

Ábalos prefirió mostrarse como víctima de una traición, que suena más heroico, que como responsable in vigilando de una presunta trama de corrupción que sucedió en sus narices. Insistió en que se quedaba para defender desde ese escaño su “honorabilidad hasta las últimas consecuencias”. Pero a esas alturas, más que su honorabilidad, lo más parecido a algo que perder era su acta de diputado. Ábalos se siente solo y abandonado por todos, incluido el partido en el que fue número tres: “Me enfrento a todo el poder........

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