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Aquella camisa blanca

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JUAN CARLOS ABRIL

05 abr 2024 / 09:10 H.

En los distintos pisos de alquiler por los que fui desfilando, durante demasiados años, conservé una camisa blanca, la que usé de camarero, colgada en el armario, y allí estaba recordándome el pasado, haciéndome saber de dónde venía, exhibiéndose en la oscuridad como una especie de espada de Damocles que me apuntaba cada vez que tenía que descolgar una prenda de ropa, vestirme apresurada o despaciosamente, dirigirme a una clase o una conferencia, una cita, al cine o un viaje... Aquella camisa blanca me acompañó durante décadas y no volví a ponérmela, aunque siguió en el armario... He de confesar que me había servido para bodas, bautizos, comuniones, ferias de ciudades, barrios y pueblos, fiestas de guardar, discotecas, chiringuitos y casetas. Había sido el uniforme de trabajo para tantos veranos y trasiegos de un lado para otro, camarero ambulante, recogiendo vasos o fregando sartenes, ganándome un dinero que tan pronto me llegaba a las manos se me iba en comprar libros o discos, en pagarme algún viaje, capricho, o simplemente en disfrutar bebiendo y comiendo. Así era la vida entonces. Fui poco a poco sacando mis estudios y haciendo méritos, sacrificándome para no irme de juerga con mis colegas, porque me quedaba estudiando, obteniendo óptimas calificaciones en los exámenes y en las asignaturas, siempre con becas públicas, entrando de becario y consiguiendo las mejores ayudas estatales. Combinaba hostelería con estudios. La vida de camarero es dura, está muy mal pagada. Los horarios suelen ser infernales. Y más en cuestiones de catering, pues se sabe con exactitud cuándo entras, pero nunca cuándo sales. Rara vez encontrabas un jefe que valiera la pena. En una ocasión, tuve un jefe que me exprimía en las madrugadas como nadie lo hizo, y nos trataba mal. Una noche, ya muy avanzada, después de gritarme, le dije que necesitaba el dinero, pero que renunciaba. Era el año 95. Me iba bien el trabajo porque se trataba de hacer bocadillos y me gusta la cocina. Entrábamos a las ocho, pero nunca se sabía a qué hora salíamos, podía ser igual a las tres que a las cuatro de la madrugada; la remuneración era la misma... Así eran las cosas entonces ciertamente, aunque la vida de los camareros y de la hostelería no ha cambiado mucho en cualquier parte, porque permanentemente su sueldo es bajo y sus horarios desregulados, no se les paga horas extras y se les trata con la punta del pie. Por eso, Yolanda Díaz, ministra de Trabajo y Economía Social y vicepresidenta segunda del Gobierno de España, propuso hace cosa de un mes regular los horarios de la hostelería dentro de nuestras fronteras, donde el turismo es señuelo, alegando razones de salud física y mental. Rápidamente, Isabel Díaz Ayuso, el azote de Madrid, saltó como el cristal hablando de la libertad de patatín y patatán, porque evidentemente a ella le interesa mucho seguir con la explotación, el santo y seña de este país desde los tiempos de Fraga Iribarne y el Spain is different! Sus intereses una vez más van por delante de sus declaraciones, y la retratan en corto, porque a ella le dan igual los trabajadores, las jornadas interminables y agotadoras, que no se descanse como se debe descansar y que se paguen cuatro céntimos. Con su habitual desparpajo y desfachatez, esta mujer no tiene límite. La lista de sus disparates se merece una antología. Y se queda tan pancha.

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05.04.2024

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JUAN CARLOS ABRIL

05 abr 2024 / 09:10 H.

En los distintos pisos de alquiler por los que fui desfilando, durante demasiados años, conservé una camisa blanca, la que usé de camarero, colgada en el armario, y allí estaba recordándome el pasado, haciéndome saber de dónde venía, exhibiéndose en la oscuridad como una especie de espada de Damocles que me apuntaba cada vez que tenía que descolgar una prenda de ropa, vestirme apresurada o despaciosamente, dirigirme a una clase o una conferencia, una cita, al cine o un viaje... Aquella camisa blanca me acompañó durante décadas y no volví a ponérmela, aunque siguió en el........

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