Tenía acento alemán, pero racionalidad yanqui, amén de nacionalidad, que no le bastaba para ser presidente, como quiera que la Constitución de los Estados Unidos no se lo consentía ni a él ni al austriaco Schwarzenegger ni a otros inmigrantes vetados por su origen, lo cual no libra al catecismo americano de un innegable tufo racista. Kissinger era Kissinger, una institución, un presidente paralelo en la sombra, un intrigante con formación académica y un exponente máximo de la ambición política con mayúsculas. ¿Escrúpulos? Ninguno.

Para entender algunas claves de la política aún en la actualidad es conveniente releer a Henry Kissinger (Heinz Alfred Kissinger era su nombre original) no tanto en lo que dejó escrito, como en lo que hizo. Bárbaro y seductor. Era el maestro del arte de crear un clima golpista, la tentación que asoma en cada revés electoral, incluso en nuestros días.

Cuando huyó con su familia de Baviera, lejos de los tentáculos nazis, siendo un adolescente, no podía imaginar que le esperaba una vida larga en la cima del reino del mundo como un personaje incombustible que haría de sí mismo un mito secular.

Ahora es como si hubiera muerto con él a los cien años la segunda mitad del siglo XX con todos sus cimientos, a medida que el siglo XXI emerge con su principal seña de identidad: la inteligencia artificial. Acerca de esta, Kissinger predijo a The Economist, en la última entrevista de su vida, en mayo, que Washington y Pekin solo disponen de cinco a diez años para evitar un colapso mundial (llámese guerra o lo que fuera), ya que las máquinas corren a toda prisa en condiciones de desatar una peste global definitiva.

Si Kissinger hubiera tenido esa herramienta en los años en que usaba el Air Force One y parecía el verdadero presidente en las fotos en que lo veíamos trabajando en el despacho oval, cuántas cosas no hubiera hecho con su proverbial incapacidad para el arrepentimiento.

Le temíamos en los años 70, la década Kissinger por excelencia, en que no se movía una piedra en la geopolítica sin su visto bueno: por donde pasaba, explotaba una bomba o se alzaba un dictador. Hace 50 años, mandó derrocar a Allende y aupó a Pinochet en Chile sin pestañear, bajo un reguero miserable de terror. Ahora estaban a punto de salir a la luz los documentos de esa implicación directa en los horrendos sucesos del 11 de septiembre de 1973, con la desclasificación de los inconfesables archivos de la Seguridad Nacional, y la campana le ha librado de que le estallara en la cara una segura condena moral por la paternidad de unos hechos execrables. Apadrinó otros no menos sórdidos, como el bombardeo de Camboya que precipitó las matanzas de los jemeres rojos con Pol Pot. Su obsesión anticomunista le inclinó a dar consejos al rey Juan Carlos que le entraron por un oído y le salieron por el otro: “No legalices al PCE”. Y cuando, poco antes de la muerte de Franco, en el 73, acudió a la embajada de EE.UU. en la calle Serrano de Madrid (donde yo solía visitar a una tía que acaso llegó a escuchar el estruendo), pasó lo que tenía que pasar. Si está Kissinger, algo se cuece. Tras su marcha, saltó por los aires Carrero Blanco, y todas las sospechas apuntaban a que ETA en esa ocasión actuó por inspiración del murciélago del ala oeste de la Casa Blanca que se cobijaba en la oscuridad de la noche, queriendo dirigirlo todo, incluida la Transición española, entre otros juguetes que tenía entre manos por entonces.

Si juzgamos las dos caras repetidas de su moneda, diríamos que Kissinger era el rostro del poder, el factótum proteico de la todopoderosa USA en la Guerra Fría, cuyos presidentes eran grises y el que brillaba era él. El insustituible. Nixon quiso cesarlo alguna vez, pero, como se había hecho tan imprescindible en tantos frentes, le asustaba que lo siguiente fuera el caos. Cuando reventó el caso Watergate (que a Kissinger ni le salpicó), le pidió que rezaran juntos.

Sabía la intemerata y en sus memorias no reveló ninguno de los secretos que se llevó a la tumba. La era de Kissinger fue cruel y exitosa para Estados Unidos. La CIA era la CIA. La caterva.

Pero este siglo inteligente y disruptivo no está siendo menos abyecto que aquel. Vuelven las mismas ideas retrógradas, los populismos de ultraderecha, Geert Wilders gana en Países Bajos y Milei en Argentina, y en España hemos estado en un tris de ver entrar en la Moncloa nupcialmente a la derecha y la ultraderecha con las encuestas a favor como prescribía Kissinger antes de ir a votar. Dio clases en Harvard para después catapultarse al estrellato de la alta política imperial, como su estadista de cabecera, el absolutista Metternich, eterno ministro austriaco de Relaciones Exteriores en el siglo XIX (casi 40 años en el cargo, y más de la mitad, también de canciller). Ese era su faro cuando llegó a la influyente universidad después de trabajar en una fábrica de brochas de afeitado mientras estudiaba en la escuela nocturna. Todo un self made man.

Es verdad que reinventó la diplomacia mundial (con su realpolitk, su détente y su estrategia de ping pong); hacia malabarismos con tiranías y democracias, llevaba a Nixon a Pekín y el mundo parecía una balsa de aceite. Sellaba en precario la hoguera de Vietnam y le daban el Nobel de la Paz. Pero también merecía el de la Guerra.

Eran los años de fuego con Moshé Dayan y Anuar el Sadat, Gamal Abdel Nasser y Hafez al Assad, con Golda Meir e Indira Gandhi. Los años de Yom Kipur. El que movía los hilos tenía el planeta en la cabeza.

Kissinger era mefistofélico y encantador de serpientes, incluso mujeriego a sabiendas de su único atractivo (“el poder es el mejor afrodisíaco”), pero algo inconcebible hacía que cayera bien. Culto y afable, disimulaba el pragmatismo sin alma cuando hablaba de ópera o de fútbol. La prueba la tiene el economista paisano José Carlos Francisco, que le mencionó su isla en un aeropuerto y Kissinger empezó a hablarle de Redondo, de Valdano, del Tenerife de la UEFA, como si los hitos blanquiazules hubieran cruzado el Atlántico. Saavedra y Kissinger, que habrían tenido una charla de melómanos, se han ido casi cogidos de la mano.

Fernando Fernández apodaba a Olarte mister Kissinger. Los chinos (la debilidad del exasesor de Suárez) adoraban al secretario omnímodo de Estado americano que hacía viajes secretos y deshonestos por el mundo montando golpes de Estado o falsos acuerdos de paz. El de la Operación Cóndor y sus miles de muertos de la izquierda latinoamericana. Y, sin embargo, por lazos del diablo, se le tenía una especie de infame simpatía. Parecía tan inofensivo tras aquellas gafas de pasta…

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Kissinger, bárbaro y seductor

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03.12.2023

Tenía acento alemán, pero racionalidad yanqui, amén de nacionalidad, que no le bastaba para ser presidente, como quiera que la Constitución de los Estados Unidos no se lo consentía ni a él ni al austriaco Schwarzenegger ni a otros inmigrantes vetados por su origen, lo cual no libra al catecismo americano de un innegable tufo racista. Kissinger era Kissinger, una institución, un presidente paralelo en la sombra, un intrigante con formación académica y un exponente máximo de la ambición política con mayúsculas. ¿Escrúpulos? Ninguno.

Para entender algunas claves de la política aún en la actualidad es conveniente releer a Henry Kissinger (Heinz Alfred Kissinger era su nombre original) no tanto en lo que dejó escrito, como en lo que hizo. Bárbaro y seductor. Era el maestro del arte de crear un clima golpista, la tentación que asoma en cada revés electoral, incluso en nuestros días.

Cuando huyó con su familia de Baviera, lejos de los tentáculos nazis, siendo un adolescente, no podía imaginar que le esperaba una vida larga en la cima del reino del mundo como un personaje incombustible que haría de sí mismo un mito secular.

Ahora es como si hubiera muerto con él a los cien años la segunda mitad del siglo XX con todos sus cimientos, a medida que el siglo XXI emerge con su principal seña de identidad: la inteligencia artificial. Acerca de esta, Kissinger predijo a The Economist, en la última entrevista de su vida, en mayo, que Washington y Pekin solo disponen de cinco a diez años para evitar un colapso mundial (llámese guerra o lo que fuera), ya que las máquinas corren a toda prisa en condiciones de desatar una peste global........

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