Hace pocos días, Cuba fue confirmada en la lista de países patrocinadores del terrorismo, emitida por el Departamento de Estado de Estados Unidos. ¿De qué va la reiteración, sobrando las evidencias de que, en realidad, una y otra vez, la Isla ha sido y es objeto de la acción terrorista? Es oportuno examinar el hecho, que no debe sorprender, a la luz de los motivos que lo inspiraron, en el marco del prolongado y profundizado conflicto de los sucesivos gobiernos norteamericanos, republicanos o demócratas, a partir del triunfo de la Revolución.

Si se mira la historia, desde Eisenhower hasta Biden, ha persistido la práctica de hostilidad integral --abierta y encubierta, económica, diplomática, ideológica, mediática--, a pesar de las declaraciones de este último, que despertaron expectativas frustradas, de que desmontaría las numerosas medidas adoptadas por su antecesor. Y, al mismo tiempo, si se observa la coyuntura actual, no se pierda de vista que ya está en marcha la campaña electoral de 2024. Si bien, como regla, las cuestiones de política exterior no son determinantes, salvo excepciones, no sería sensato obviarlas, sobre todo en un contexto tan conflictivo en la arena internacional como el que viven hoy Estados Unidos y el mundo. Para los comicios presidenciales, la posición ante Cuba, si bien no es un tema sobresaliente en las agendas partidistas tradicionales en la competencia presidencial, moviliza la votación en ciertos segmentos de la opinión pública que no son desdeñables.

En el trayecto de más de sesenta años, con distintas fórmulas y combinaciones, sin excluir el ingrediente militar ni el terrorismo, todas fracasadas, esa ha sido la pauta. En esencia, la inclusión de Cuba en la calumniosa lista y la reciente confirmación puede interpretarse en un doble plano.

Desde un punto de vista estructural e histórico, obedece a su lugar prioritario permanente en la geopolítica de Estados Unidos y en las representaciones simbólicas que la arropan, al definir las percepciones de amenaza a la seguridad y a la identidad norteamericana que la acompañan. Ambas razones se explican por lo que podría llamarse la lógica de la frontera, entendida esta última, en la jerga estadounidense, como una noción tanto geográfica como cultural. La frontera, en ese sentido, no es solamente un límite físico y jurídico, que le separa geográficamente de otro. Es lo que simboliza la distinción entre el mundo norteamericano, superior, ideal, y el comienzo de uno diferente, el del “otro”, que es inferior. Así, la frontera viene a ser un espacio disponible, que invita a que se le mejore, penetre, controle, domine. Como si estuviese vacío y pudiese ser ocupado. Es la lógica que apuntalan el mito del Destino Manifiesto y su expresión práctica, el expansionismo imperial.

Es decir, la lógica de la frontera es como un cruce de caminos. Tiene que ver con la ubicación del pequeño país en pleno Golfo de México, en el espacio marítimo y en el vecindario terrestre inmediato de Estados Unidos. En términos de la heráldica, el escudo de la República de Cuba lo testimonia, al destacar a Cuba con una metáfora visual: es la llave del referido golfo, enmarcada entre dos extremos peninsulares, el de Yucatán y el de la Florida, por lo despertó tan temprano interés para España, en su proyección colonial y luego para Estados Unidos.

Por el otro, está la vocación independentista de Cuba, que con la revolución victoriosa simboliza la ruptura con el destino trazado por el proyecto de dominación imperial –llamado gráficamente por Ángela Grau Imperatori como El sueño irrealizado del Tío Sam, en su excelente libro homónimo--, por lo cual el poderoso Vecino del Norte nunca la perdonará. Aunque los gobiernos norteamericanos justifican sus políticas declarando que lo que persiguen es producir reformas, el objetivo es revertir el proceso. No quieren una revolución reformada, sino arrodillada. Buscan la rendición, a fin de mostrar simbólicamente su fracaso, como proyecto radical, popular, independiente y soberano. Cuba se halla en la frontera norteamericana por partida doble. Ante el proyecto de nación de dominación que se quiere, desde el norte, para Cuba, se alza el de soberanía de ésta, para consigo misma. Son proyectos impulsados por sujetos históricos y condicionamientos clasistas contrapuestos.

Y, adicionalmente, desde un ángulo coyuntural, se agrega otra consideración al análisis. Habida cuenta de que en menos de un año tendrá lugar la contienda presidencial en Estados Unidos, de que ningún candidato a la Casa Blanca desconoce el peso del voto, a menudo sobredimensionado, pero nunca irrelevante, de la comunidad cubana allí asentada, y de que a la imagen de debilidad que exhibe Biden como mandatario actual, no le vendría mal en su competencia con el rival republicano, mostrar una postura de firmeza ante un tema como el de Cuba, a fin de ampliar su base partidista en las filas demócratas, no se podría desconocer en el análisis el interés electoral, sobre todo si se procura ampliar la simpatía entre sectores de derecha, favorecedores de una línea dura.

Como se esclareció en su momento, incluso en la mejoría y camino hacia una eventual normalización de las relaciones bilaterales --anunciada simultáneamente al mediodía del 17 de diciembre de 2014 por Barack Obama y Raúl Castro, y proseguida con otras acciones, como la apertura de embajadas y restablecimiento de nexos diplomáticos--, la posición estadounidense lo que tomó en cuenta al realizar el giro de su política sería la capacidad de resistencia cubana. Así, se cambiaron los medios, pero no los fines. Las pretensiones de que la Revolución variara sus posiciones de principios ante temas como el de la democracia y los derechos humanos nunca se abandonaron. La política de Estados Unidos hacia y contra Cuba, con la intención de derrocar el proyecto cubano, antimperialista y de independencia, encaja en la conocida máxima maquiavélica: el fin justifica los medios.

En realidad, el documento emitido el pasado 30 de noviembre por el Departamento de Estado, reitera una línea de acción complementaria al bloqueo, es un instrumento de la política exterior que responde a los intereses imperiales, permanentes y coyunturales, de Estados Unidos, quién en su condición de juez universal coloca esa etiqueta, sanciona a las naciones que considera como colaboradores o partícipes de supuestos actos de terrorismo internacional y, desde luego, omite su propia condición, como promotor del terrorismo. Junto a Cuba, otros países están calificados así: Corea del Norte, Irán y Siria. Alejados geográficamente de los límites norteamericanas, dados sus proyectos de nación, en términos políticos, étnicos y religiosos, se codifican bajo la lógica de la frontera, si bien con miradas específicas, atendiendo a sus significaciones regionales y para la geopolítica global.

*Sociólogo y politólogo cubano. Profesor e Investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU), de la Universidad de La Habana, institución de la que fue su director durante casi 20 años.

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Cuba en la lógica de la frontera de EE.UU.: El cruce de caminos entre...

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06.12.2023

Hace pocos días, Cuba fue confirmada en la lista de países patrocinadores del terrorismo, emitida por el Departamento de Estado de Estados Unidos. ¿De qué va la reiteración, sobrando las evidencias de que, en realidad, una y otra vez, la Isla ha sido y es objeto de la acción terrorista? Es oportuno examinar el hecho, que no debe sorprender, a la luz de los motivos que lo inspiraron, en el marco del prolongado y profundizado conflicto de los sucesivos gobiernos norteamericanos, republicanos o demócratas, a partir del triunfo de la Revolución.

Si se mira la historia, desde Eisenhower hasta Biden, ha persistido la práctica de hostilidad integral --abierta y encubierta, económica, diplomática, ideológica, mediática--, a pesar de las declaraciones de este último, que despertaron expectativas frustradas, de que desmontaría las numerosas medidas adoptadas por su antecesor. Y, al mismo tiempo, si se observa la coyuntura actual, no se pierda de vista que ya está en marcha la campaña electoral de 2024. Si bien, como regla, las cuestiones de política exterior no son determinantes, salvo excepciones, no sería sensato obviarlas, sobre todo en un contexto tan conflictivo en la arena internacional como el que viven hoy Estados Unidos y el mundo. Para los comicios presidenciales, la posición ante Cuba, si bien no es un tema sobresaliente en las agendas partidistas tradicionales en la competencia presidencial, moviliza la votación en ciertos segmentos de la opinión pública que no son desdeñables.

En el trayecto de más de sesenta años, con distintas fórmulas y combinaciones, sin excluir el ingrediente militar ni el terrorismo, todas fracasadas, esa ha sido la pauta. En esencia, la inclusión de Cuba en la calumniosa lista y la reciente confirmación puede........

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