La era de la transparencia
Suele presumirse de que nos hallamos en la era de la transparencia y que la transparencia es buena por dos motivos: mejora la calidad de la información en base a la cual tomamos nuestras decisiones, por un lado, y permite controlar mejor la actuación de terceros con los que nos relacionamos, por otro. La era de la transparencia está más allá de la era de la información.
No se trata sólo de que tengamos información, sino que exigimos que la información sea clara, adecuada, precisa, oportuna…y, sobre todo, la que necesita el receptor de la misma. No la que quiere dar el emisor. Así hemos regulado, hasta extremos que parecían sorprendentes hace unos años, la información que, por ejemplo, tienen que emitir las empresas. Fijémonos, por ejemplo, en ese corpus que son las Normas Internacionales de Información Financiera. Ningún manual al uso se las explica en menos de 800 páginas. Ni les cuento lo que ocupan los textos originales comentados (no menos de 5.000 páginas). Tampoco les hablo ya de las obligaciones de información nuevas que están soportando las empresas sobre lo que ahora se denomina la sostenibilidad o los criterios ESG (por sus siglas en inglés: environmental, social and governance).
Mucho de lo que, en teoría, soporta esta nueva información tiene que ver con la necesidad que tiene el receptor de la misma de conocer aspectos de la realidad cuyo desconocimiento alteraría, o podría alterar, las decisiones que toma. Por ejemplo, mi banco me informa de la huella de carbono que el envío de información periódica por vía postal de los movimientos de mi cuenta........
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