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Réquiem por otra víctima de covid a la que el Estado dejó morir

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22.10.2024

Que los muertos vivientes existen se pudo apreciar el sábado por la tarde en una iglesia de Valladolid. El hombre anónimo cuenta 91 años y es una de las víctimas del coronavirus que no figura en las estadísticas oficiales. Tampoco en las extraoficiales, pues, en realidad, todavía respira, aunque ahogado por la pena incurable del fallecimiento de quien era su mujer. La que lo fue durante 70 años.

Tres meses después de su marcha, por asfixia, tocaba oficiar una misa en su recuerdo y el hombre, corajudo, quiso subir al altar al término de la ceremonia, apoyado en un bastón y en el brazo de una de sus hijas, para agradecer la asistencia a los presentes y para recordar a la mujer, madre, abuela y bisabuela, que falleció con 89 años en abril.

Es difícil hacerse una idea del sentimiento de abandono que debe asaltar al viudo en estas circunstancias y de los pensamientos que deben rondar por su cabeza. Quizá llegue a plantearse que querer durante tanto tiempo es un error, pues cuando sucede la muerte del compañero de vida y se presenta la soledad, uno queda desprovisto de voluntad y ganas de continuar. Después de 70 años comiendo a mediodía y por la noche sus recetas, ¿qué ocurre ahora? ¿Y a quién toca ahora hacer rabiar con las manías de viejo? No, desde luego, los años felices no compensan el vacío de la ausencia.

Siempre recuerdo en estas circunstancias la letra del tango que cantaba Gardel, ejemplo de desconsuelo: "Yo sé que ahora vendrán caras extrañas / Con su limosna de alivio a mi tormento / Todo es mentira; mentira ese lamento / Hoy está solo mi corazón". El........

© Vozpópuli


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