Empobrecidos por la transición ecológica
No sé si ustedes, estimados lectores, conocen a alguien que se muestre abiertamente contrario a la protección del medio ambiente, pero la verdad es que yo no. Es uno de esos fines que aúna en torno a sí un amplísimo grado de aceptación social, aunque es cierto que no exista tanta uniformidad sobre los medios para lograrlo. Y esto es, precisamente, lo que convierte al ecologismo en un caramelito demasiado goloso para quienes intentan subvertir nuestro actual marco de convivencia, siempre ávidos de nuevas causas en cuyo nombre poder atacar a los dos pilares que sostuvieron la prosperidad de occidente: el capitalismo y el libre mercado.
Al igual que sucede con el feminismo, el ecologismo se ha erigido en uno de los nuevos totems revestidos de alarmismo en cuyo nombre la izquierda se ve legitimada para colonizar las instituciones dinamitando su neutralidad, aumentar sustancialmente los trámites burocráticos e impuestos, adoctrinar a las nuevas generaciones y asaltar no sólo nuestra vida pública sino también nuestra esfera íntima. El modus operandi es siempre el mismo:
Paso 1, identificar un objetivo loable.
Paso 2, manipularlo para transformarlo en el catalizador de una alarma social artificiosa e infundada, sobre la que se alerta desde las instituciones y medios de comunicación pero que apenas es perceptible para el común de los ciudadanos.
Paso 3, instrumentalizar el miedo inoculado en la sociedad para tomar las administraciones e imponer nuevas prestaciones, servidumbres e impuestos a la población, que las aceptará de buen grado por perseguir un noble fin.
Paso 4, profundizar en la fractura social creada por las nuevas imposiciones, por ser ésta necesaria para que triunfen los postulados socialistas y comunistas. Da igual que sea de clases o de sexos: sin lucha no hay paraíso marxista.
A este respecto, resulta innegable el elitismo -al que yo llamo clasismo climático - que destilan la mayoría de las ocurrencias que........
© Vozpópuli
visit website