Esa mesa de la vergüenza y esos niñatos del PP
Tienen los escritores clásicos el toque divino de ser siempre modernos. Huelen siempre bien. Su forma de hablarnos es reconocible, aunque hayan pasado 2.000 años desde que escribieron. Es muy difícil salirse de su círculo una vez que entras, y así, de repente, todo lo nuevo parece accesorio o copia de lo ya leído. Tengo muy cerca de mi casa la Feria del Libro, la renacida y extraña Feria a la que sólo voy cuando está cerrada. La edad me ha hecho refractario a las colas y esta no la voy a hacer y así seguiré el consejo de Juan Ramón Jiménez que decía que si uno quiere leer mucho debe comprar poco. Y es cierto, aunque cierto es también que hay dos placeres muy distintos y nada contradictorios alrededor del libro, el primero es comprarlo, tocarlo, olerlo, acariciarles el lomo como si fuera un perro o un gato que nos acompaña; el segundo y principal, leerlo.
Siempre he tenido por seguro que el primer placer es bastante más ordinario que el segundo. Se compra más que se lee. Por eso me siguen extrañando las colas enormes ante autores que publican libros con más de 700 páginas y de los que, más allá de la crítica, nadie habla .¿Quién los leerá, me pregunto?
Marco Aurelio, al que leo con la misma necesidad con que me medico para la hipertensión -una pastilla al día y por la mañana- asegura que nada es más digno de lástima que el que anda siempre en círculos y dice que investiga las profundidades de la Tierra (13-Libro II). Fue leer semejante meditación........
© Vozpópuli
visit website