El deber de la rebelión
España ha tenido una historia política tan desastrosa que hemos aceptado el respeto institucional y a la autoridad legal como condiciones sine qua non de la democracia, o, si la política le deja a uno indiferente, de la paz y tranquilidad personal. Pero esa buena disposición descarrila, como los trenes de Óscar Puente, cuando desciende a mansedumbre porque confunde el respeto con sumisión al abuso, la incompetencia y la corrupción. Y en ese punto estamos.
La peor clase gobernante desde 1978 ha explotado esta confusión para normalizar la colonización de las propias instituciones, puestas a su servicio personal y al de la corrupción más berlanguiana; las últimas resistencias institucionales auténticas son la mayoría de la judicatura, pues no podemos hablar de “poder judicial” si el CGPJ calla y consiente, y fuerzas de seguridad, donde también penetra la corrupción instilada con los premios de Marlaska a los mandos comprensivos.
El respeto institucional se acaba con la conversión de las instituciones en patio de Monipodio. Es natural que nos cueste admitirlo y que incluso nos neguemos a verlo del todo aferrándonos al “esto no me puede estar pasando a mí”. Un presidente del Gobierno no podría hacerse un cucurucho con la Constitución y llenarlo de botín para su familia, no podría organizar con descaro una trama de corrupción gigantesca de la que vamos viendo la punta del iceberg en el rescate de Air Europa. No, esas cosas pasan en Venezuela, Marruecos o Rusia, pero no pueden pasar en España. ¿No habíamos entrado de una vez en la Unión Europea, nuevo “detente bala” que nos protegería de los demonios familiares? Pero esas cosas que no deberían pasar,........
© Vozpópuli
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