La transición traicionada
La Historia es, según Ortega -y no la Física, aclaraba- la ciencia fundamental. Esta afirmación tan contundente, a medio camino entre la provocación y la boutade, muy en el estilo de nuestro pensador más destacado del siglo XX, encierra el propósito de llamar la atención sobre el papel crucial que la materia que los antiguos griegos asignaron a la musa que portaba un libro y soplaba una trompeta, la sabia y serena Clío, juega en la correcta organización de la vida colectiva. En efecto, sin un conocimiento profundo y meditado sobre esta maestra de la vida presente basada en el estudio de la pretérita, no hay sociedad que pueda orientarse hacia la futura. La reflexión objetiva, tranquila y rigurosa sobre los hechos del pasado, sobre las grandes figuras de otros tiempos, sobre las formas de vida y las creencias de nuestros ancestros, nos proporcionan los elementos indispensables para no repetir errores, para no dejar pasar oportunidades y para gobernar con acierto. Un político que ignora la historia de su país y del mundo o, lo que es peor aún, que la falsifica o la retuerce con bastardos fines partidistas, es una auténtica desgracia, además de un desaprensivo sin escrúpulos.
La ley de la gravitación universal o la estructura de los polímeros no son cuestiones que se presten a la apasionada controversia transida de emociones. En cambio, la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos, la influencia de los ocho siglos de presencia musulmana en España en la formación de nuestro ser nacional o el balance de nuestra conquista del inmenso territorio que abarca desde el sur de lo que hoy son los Estados Unidos a la Tierra de Fuego, por citar tres de los numerosos........
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