¿Quién lleva el pan a la casa?, por Susana Reina
Mariana es abogada en una firma regional de comercio internacional. Gana el doble que su pareja, un diseñador gráfico freelance. Viven juntos hace cuatro años en San José de Costa Rica. Cada mañana, Mariana se despierta antes de las 6 a.m., toma café, revisa correos y se va. Él se queda. Ella paga el alquiler y la mayoría de los gastos y, aun así, dice que se siente culpable por mencionar su aumento de sueldo en voz alta.
«Evito hablar de dinero porque no quiero que él se sienta menos. Ya me ha dicho que no le gusta que «le recuerden» que yo mantengo todo. No lo hago por humillarlo, pero tampoco debería sentir vergüenza por lo que gano», confiesa.
Esta historia no es única. Es, de hecho, cada vez más común. A medida que las mujeres ganan terreno en el mundo profesional y académico, se enfrentan a la paradoja de que ser exitosas pueda incomodar, no a la sociedad en abstracto, sino al interior de sus relaciones íntimas.
No por el dinero en sí, sino por lo que ese dinero representa en una cultura que aún asocia poder, valor y virilidad con la capacidad de proveer.
En países como México, Chile, Argentina o Colombia, los avances en paridad salarial no han sido acompañados por una transformación cultural equivalente. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) advierte que, en América Latina, aunque las mujeres han avanzado en educación e ingresos, este progreso no se ha traducido en un poder doméstico proporcional y que la autonomía económica no garantiza el respeto emocional ni la corresponsabilidad.
Para muchos hombres, el ingreso económico sigue siendo el eje central de su autovaloración. Según un estudio del National Bureau of Economic Research (2024), cuando una mujer gana más que su pareja heterosexual, ambos tienden a mentir en encuestas: ella........





















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