El justificado final de la libertad en internet
Hubo un tiempo —parece ya un mito fundacional de esta civilización hiperconectada— en que internet era un territorio salvaje, un gran desierto sin fronteras, donde cada quien podía reinventarse, esconderse, construir identidades alternas o desaparecer en la multitud digital como quien se diluye en una plaza pública. La libertad era el argumento, la bandera y el espejismo. Pero esa era, la de los pioneros libertarios y los adolescentes sin supervisión, ha terminado silenciosamente mientras discutíamos otras cosas.
Cuando estudiaba en la secundaria, un libro de inglés en las lecturas de práctica contenía un artículo sobre la página de chat que de forma aleatoria conectaba a personas de todo el mundo. Era la promesa de establecer amistades sin fronteras y practicar el idioma. Ese mismo día hice un registro pero resultó ser muy lejano al texto, era una plataforma sin restricciones que permitía conectar a hombres en sus sesenta con personas muy jóvenes, algunos usaban programas con los que lograban reflejar la proyección de cámara de su compañero de chat o colocar fragmentos de otras personas mientras sostenían pláticas confusas y manipuladoras para que adolescentes como yo activáramos la cámara y respondiéramos a preguntas inapropiadas, rayando y sobrepasando el acoso.
Habría deseado que la prohibición existiera o que aquel libro de inglés exclusivo de uso en escuelas privadas hubiera advertido que en la plataforma se permitían los desnudos y que datos personales podían quedar expuestos.
Australia ha dado el golpe que anuncia este cierre de ciclo: la primera prohibición mundial que expulsa a los menores de 16 años de edad de las redes sociales, respaldada por multas millonarias y por una comisionada, Julie Inman Grant, que no teme llamar a........





















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