Una de las maneras más efectivas de desacreditar la vida profesional de un político, periodista o académico, y cuestionar su integridad moral y ética, es la de acusarlo de plagio.

El plagio ha existido siempre. No hay consenso sobre cuando surgió, pero parece ser que fue en el siglo I d. C. cuando el poeta Marco V. Marcial, en la antigua Roma, usó por primera vez el término “plagiario” para aludir, en la literatura, a quien le había “robado” sus obras. Desde ese siglo empezó a estudiarse el plagio en el contexto del derecho de autor.

Se dice que el plagio es “un crimen de ideas cometido por un investigador en contra de sus colegas” (Robert R. Newton). Y como tal, debe ser denunciado. Lo que ha llamado la atención de algunos estudiosos del tema, como Jonathan Bailey es que, “el plagio se use como arma” a partir de la generación de escándalos, para provocar una protesta pública en contra de una persona para, más que sancionarla por robo intelectual, exhibirla y marcarla para causarle un daño en su reputación o carrera. Es decir, que el plagio se convierta en una herramienta para obtener alguna ganancia política o personal, o como vendetta contra un adversario o contrario.

Cuando se trata de figuras públicas de alto nivel como ha sido el caso de las acusaciones en nuestro país, por ejemplo, contra Enrique Peña Nieto, Yazmín Esquivel, Xóchitl Gálvez, Claudia Sheinbaum, y más recientemente de Ernestina Godoy, y se crea un escándalo, la opinión pública se involucra y en la polémica se pide no solo aplicar la sanción que proceda por el plagio, sino hasta la renuncia a sus puestos. Según Bailey, si bien quien denuncia el plagio empieza por buscar “la verdad”, si después busca escandalizar, el objetivo puede ser entonces más bien “destruir o dañar”.

Hoy en Estados Unidos este asunto está muy candente. Es común que se acuse de plagio a políticos (entre los casos más sonados destacan el de Barack Obama, John McCain, Joe Biden o Donald Trump). Aunque hubiera habido “algo de verdad” en esas denuncias, como dice Bailey, esta fue exagerada para obtener beneficios políticos.

Hoy se da un caso de grandes dimensiones en ese país, que ha generado gran estupor: el de la académica Claudine Gay que, tras haber sido señalada como plagiaria, renunció esta semana a la presidencia de la universidad de Harvard.

Y es que esa acusación de plagio se da en torno a la lucha ideológica entre conservadores y progresistas (republicanos y demócratas) dentro de las universidades consideradas como “Ivy League” (como Harvard), donde hay grandes enfrentamientos entre distintos intereses, que van desde los requisitos actuales de admisión por criterios DEI (diversidad, equidad e inclusión), hasta más recientemente por las protestas antisemitas de los estudiantes (movimiento “Free Palestine”). Claudine Gay era un estandarte a favor del progresismo de Harvard.

En su carta de renuncia titulada, “Lo que pasa en Harvard me trasciende”, Gay reconoce que en lo referente al plagio debió haber sido más precisa y citado correctamente a sus fuentes, lo cual era sencillo de resarcir, pero su posicionamiento es que la denuncia contra ella fue más bien un arma de presión de sus oponentes ideológicos. Dice que, “en momentos de tensión debe privar el escepticismo contra las voces más escandalosas y extremas… que muchas veces persiguen agendas propias que deberían cuestionarse más”.

Como lo apunta la revista The Atlantic, ahora se ha desatado una guerra de denuncias de plagio en ese país. Y se da en el marco de su “guerra cultural”. El escritor conservador Christopher Rufo, que difundió en la red X el plagio de Claudine Gay, ahora ofrece donar 10 mil dólares para crear un “fondo para la cacería de plagiarios”.

Por su parte, el empresario Bill Ackman, uno de los promotores de la caída de Gay, amenaza ahora a la presidenta del MIT, de investigarla por plagio, así como a otros académicos de esa universidad, después de que la misma esposa de Ackman, Neri Oxman, una ex académica del MIT, fuera acusada de plagio por la revista Business Insider. También, Ackman ha dicho que buscará el plagio en los trabajos de cada uno de los periodistas de Business Insider. Según él, bajo el “espíritu de la transparencia”. Mas bien todo parece estar ya envuelto en un affaire de persecuciones.

Según el análisis de Bailey, cuando el móvil para buscar y denunciar un plagio es el de debilitar a un oponente, entonces se desvirtúa la causa, que debe ser que prevalezca la verdad. Cuando se crea un escándalo por plagio, “la gravedad de las acusaciones tiene más que ver con la forma en que se percibe al acusado, que con el plagio real”. Esto está ocasionando que la mayoría de esos escándalos empiecen a ser vistos con desconfianza por la opinión pública, a menos que “encajen con sus puntos de vista preexistentes” sobre la persona denunciada.

Lo más grave es que “el plagio pase de ser una herramienta para descubrir la verdad, a un medio para derribar a quienes no nos agradan”. El plagio, usado como arma, va en aumento y está teniendo un impacto “drástico” en la forma en que se discute la materia. “La verdad queda a un lado, el plagio real se ignora, y se vuelve en sí, menos significativo”, a decir de Bailey.

El hecho es que el fantasma del plagio ronda a figuras del ámbito de la política, del periodismo y de la academia. Cada vez es más común el uso de “verificadores de plagio” en las instituciones educativas para detectarlo, lo cual se facilita con la introducción de instrumentos de inteligencia artificial.

Así las cosas, más vale ser muy rigorosos en nuestros trabajos de investigación. No vaya a ser que haya por ahí alguien buscando desatar un escándalo en contra de uno, ¿o no?

QOSHE - Cuando el plagio se convierte en escándalo: políticos, periodistas y académicos en el candelero - Eliane Sales
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Cuando el plagio se convierte en escándalo: políticos, periodistas y académicos en el candelero

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07.01.2024

Una de las maneras más efectivas de desacreditar la vida profesional de un político, periodista o académico, y cuestionar su integridad moral y ética, es la de acusarlo de plagio.

El plagio ha existido siempre. No hay consenso sobre cuando surgió, pero parece ser que fue en el siglo I d. C. cuando el poeta Marco V. Marcial, en la antigua Roma, usó por primera vez el término “plagiario” para aludir, en la literatura, a quien le había “robado” sus obras. Desde ese siglo empezó a estudiarse el plagio en el contexto del derecho de autor.

Se dice que el plagio es “un crimen de ideas cometido por un investigador en contra de sus colegas” (Robert R. Newton). Y como tal, debe ser denunciado. Lo que ha llamado la atención de algunos estudiosos del tema, como Jonathan Bailey es que, “el plagio se use como arma” a partir de la generación de escándalos, para provocar una protesta pública en contra de una persona para, más que sancionarla por robo intelectual, exhibirla y marcarla para causarle un daño en su reputación o carrera. Es decir, que el plagio se convierta en una herramienta para obtener alguna ganancia política o personal, o como vendetta contra un adversario o contrario.

Cuando se trata de figuras públicas de alto nivel como ha sido el caso de las acusaciones en nuestro país, por ejemplo, contra Enrique Peña Nieto, Yazmín Esquivel, Xóchitl Gálvez, Claudia........

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