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Cuando empieza la vista

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20.12.2025

En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán reproducimos la presentación que Sacristán escribió para el libro ‘Garantía para Ulrike Meinhof’, en el que reflexiona sobre el proceso que empezaba contra el Grupo Baader-Meinhof en julio de 1974.

Nota del editor.-  Este texto, fechado en julio de 1974, se trata de la presentación que Sacristán escribió para el libro Heinrich Böll: garantía para Ulrike Meinhof. Un artículo y sus consecuencias (Seix Barral, 1976). Asimismo se encuentra incluido en Intervenciones políticas (Icaria, 1985).

Albert Domingo Curto (Razón y emancipación, p. 62) observó:

«En la diferencia cualitativa que se establece entre ese intelectual que reflexiona virtualmente –por muy aguado y crítico que sea– y ese otro que hace de su análisis motivo coherente e indispensable de su actuación, esto es, en cuya práctica cotidiana verá sensato comprometer o arriesgar los privilegios de su estatus y de su vida personal, ahí, en ese abismo de diferencia, ubicará Sacristán su alto concepto de compromiso. Esa asunción de responsabilidad, esa consciencia activa es la que determinará el criterio según el cual se podrá considerar que hay científicos o intelectuales que “van en serio”, por seguir la expresión sacristaniana originariamente referida a Ulrike Meinhof, y otros que a lo sumo ejercerán, si se da el caso, una cierta influencia académica».

Este volumen, compuesto por Frank Grützbach, recoge piezas de una polémica en los grandes medios de comunicación y difusión alemanes: periódicos diarios, semanarios, radio, televisión. La controversia se sitúa en la inveterada pugna entre la derecha social y los intelectuales liberales, progresistas o críticos. No es, sin embargo, muy representativa del tipo tradicional de estas disputas, porque, como lo comprobará el lector, hombres de iglesia se encuentran –como el desencadenador de la polémica, Heinrich Böll, que es él mismo un hombre religioso– entre los que intentan proteger a la «banda» de «terroristas» Baader-Meinhof de la histeria que desencadena contra ellos la violencia del sistema y, en cambio y por ejemplo, el escritor Günther Grass, tambor mayor de la propaganda del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), ironiza en un sentido en última instancia opuesto. (Las intervenciones aludidas se encuentran bajo las fechas 27-I-1972 y 5-II-1972) Pero, a pesar de complicaciones como ésa –que quizás sean sólo detalles de una época de transición en la recomposición de la tradición de izquierda entre los intelectuales–, el volumen presenta numerosas muestras de la rotundidad con que los conservadores reaccionan contra la sensibilidad de los intelectuales liberales para con las complicaciones de la vida social. Valga como ejemplo esta afirmación de un colaborador del seminario Quick: «El que, como Heinrich Böll, o también el profesor Brückner y sus compañeros de ideas, muestra una consciencia tan escindida es a la larga un peligro mayor para nosotros que Ulrike Meinhof y sus pistoleros» (2-II-1972).

La misma preeminencia dada a Ulrike Meinhof en la polémica, en el título del artículo de Böll e incluso en el ambiente en el que acaba de empezar el proceso contra algunos miembros del grupo, remite al medio de intelectuales en el que se desarrolla la discusión, porque Ulrike Meinhof, que llega al grupo tardíamente y es mayor que todos sus compañeros (tiene 40 años cumplidos: Baader, el más joven de los ahora juzgados, tiene 32), es también la única con un historial de intelectual destacada.

La situación policíaco-procesal no justifica que se subraye así el caso de Ulrike Meinhof. El ministro federal del interior dijo en mayo de este año que había setenta presos del grupo Baader-Meinhof (Rote Arme Fraktion, Fracción del Ejercito Rojo, FER), detenidos entre 1972 y el atentado en que murió el juez Von Drenkmann en 1974, y 24 detenidos después. A eso hay que añadir los seis detenidos tras el atentado de Estocolmo (de los que se afirma que pertenecen a un grupo, el «2 de Junio», nacido con posterioridad a la FER, pero parte del mismo movimiento). El ministro añadió que la policía buscaba aún a 27 personas consideradas «peligrosas» y a 100 consideradas «seguidores», y que estimaba en 200-300 el número de los simpatizantes que dan apoyo a estos revolucionarios designados oficialmente con la expresión «violentos anarquistas de diferentes grupos, buscados con orden de detención». Tampoco es Ulrike Meinhof la única acusada en el proceso de Stuttgart-Stannheim –proceso bastante cargado, al que se prevé, muy poco precisamente, una duración de uno a tres años y en el que, en cualquier caso, se ha de oír a casi 1.000 testigos, estimar casi 1.000 peritaciones de unos 80 peritos y dominar un sumario de unos 50.000 folios–, sino que con ella comparecen Andreas Baader, Gudrun Ensslin y Jan-Carl Raspe, y habría tenido que comparecer también Holger Meins si no hubiera muerto antes, durante la huelga de hambre del grupo en protesta por su larga prisión preventiva en parcial incomunicación.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que toda la polémica presentada en este volumen es anterior a la detención de cuatro de los cinco procesados en Stuttgart. El volumen se cierra el 23 de Febrero de 1972. En esa fecha, el único miembro preso de lo que la prensa alemana llama el «núcleo duro» de la FER era Gudrun Ensslin. Baader, Meins y Raspe fueron detenidos el 1 de junio de 1972 en Frankfurt, Meinhof lo fue el 15 del mismo mes en un lugar de la Baja Sajonia, Langenhagen, entregada a la policía por uno de esos intelectuales liberales de consciencia escindida que tanto inquietan a la derecha. Ulrike Meinhof se había refugiado en su casa. Ahora bien, en la situación anterior a la detención del «núcleo duro», Böll y otros intelectuales liberales no tenían sólo motivos de afinidad para ver en Ulrike Meinhof la personificación de toda la tragedia. Algunos, como Klaus Rainer Röhl, ex-marido de Ulrike Meinhof y antiguo editor de konkret, se debieron mover, en parte al menos, por motivos muy personales (es patéticamente llamativo que en sus artículos Röhl no hable nunca de «grupo Baader-Meinhof», sino sólo de «grupo Baader»); pero los más se han visto movidos por la gran representatividad de Ulrike Meinhof. Sus diez años largos de columnista en una de las pocas revistas de la pobre izquierda alemana que ha tenido una proyección algo masiva –konkret– han dado de sí una articulación y formulación muy completa de la evolución que lleva de las primeras resistencias universitarias contra la guerra fría hasta el proceso de Stuttgart.

(Mucho antes de que empezara la oposición estudiantil a la guerra fría, al armamento atómico y a la guerra del Vietnam, los mutilados restos de la izquierda obrera organizada habían luchado ininterrumpidamente –aunque, la verdad sea dicha, a la desesperada y con poco resultado– por esas mismas causas, hasta que la sentencia del Tribunal Constitucional, declarando fuera de la Ley al Partido Comunista a mediados de los años cincuenta [NE: 1956], los lanzó a las cárceles y a la clandestinidad. Tendría mucho interés estudiar detalladamente la actitud de los democristianos (CDU/CSU), los liberales (FDP) y los socialdemócratas (SPD) ante aquel proceso. Pero no es éste el momento de hacerlo.)

***

Por su condición de portavoz asidua, no por los actos ilegales que se le imputan en Stuttgart, es Ulrike Meinhof tan representativa de la trayectoria de la «nueva izquierda» alemana que ella convocaba en 1962. Ulrike Meinhof nació el 7 de octubre de 1934. Su madre, Renate Riemeck, ha sido una de las dirigentes más destacadas de la Unión Alemana por la Paz. En la fase final de la guerra fría estilo Foster Dulles, luchar contra la cual fue el principal objetivo de la Unión, Ulrike Meinhof, entonces estudiante de literatura en la Universidad de Münster, Westfalia, formó parte de un grupo de acción contra lo que entonces se llamaba La Bomba, y desempeña su papel en el Congreso de Berlín contra el armamento atómico. Es el año 1959: en otoño se celebra la entrevista de Camp David entre Eisenhower y Jruschov, que encarrila el acuerdo sobre desarme controlado. Aquel acuerdo no sirvió para casi nada, como sabemos hoy, pero entonces suscitó grandes esperanzas. Ese otoño empezó Ulrike Meinhof sus columnas en konkret. konkret había sido hasta entonces un papel muy modesto –a menudo sólo cuatro páginas de máquina plana a una sola tinta– que apareció irregularmente y se vendía casi sólo en las universidades. En la de Münster, poco, y entre las miradas hostiles de una aplastante mayoría «negra». Entre las causas de que llegara a ser en algún momento el principal periódico de la izquierda –no sólo de la nueva– hay que contar las columnas de Ulrike Meinhof.

Los ejes de esas columnas sin durante mucho tiempo la distensión internacional, la lucha contra el rearme y el armamento atómico de la República Federal de Alemania (RDA) y la lucha por la democratización del Estado, lucha sentida, en realidad, como resistencia a un proceso de restauración, que más tarde Ulrike Meinhof entenderá como fascistización. El primer proyecto de leyes de emergencia, el del ministro Schröder –un cristianodemócrata de derecha (en cualquier país del sur europeo se le consideraría un fascista pobre de ideología)–, en, en efecto, de enero de 1960. Con el paso de los años, esos ejes de la actividad periodística de Ulrike Meinhof se adentrarán en terrenos nuevos y así, por ejemplo, la campaña por la paz se hará con naturalidad campaña antiimperialista. Sus columnas no perderán su orientación, aunque cambiarán algo de tono.

En la primera mitad de los años sesenta, pese a la frecuencia de acontecimientos políticos preocupantes, las columnas de Ulrike Meinhof se mantienen en un tono animado, tranquilo, que refleja la sensación de movimiento en desarrollo, de organismo en crecimiento, que tiene por entonces la izquierda alemana estudiantil e intelectual. Ulrike Meinhof escribe hasta llamamientos tan sin problemas como éste: «Al que pregunte, ¿qué se puede hacer, qué se puede hacer contra las armas atómicas, contra la guerra, contra un gobierno que no negocia [el problema centroeuropeo con la URSS y la RDA], sino que sólo se rearma?, se le dirá dónde puede apuntarse para la marcha de Pascua de 1963» (konkret, 4/1963). Y eso que el año anterior había habido la crisis de Berlín, y que aquel mismo año se había presentado (en enero) a la Dieta Federal el segundo proyecto de leyes de emergencia y que en noviembre sería asesinado el presidente Kennedy. Es verdad que también ese año, el 5 de agosto, se firmó en Moscú el tratado de prohibición de las pruebas atómicas. Tampoco ese tratado sirvió para mucho, pero todavía hoy se comprueba el alivio que supuso, especialmente para los centroeuropeos. La sensación de alivio da un marco adecuado a la confianza optimista en procedimientos políticos como las «Marchas de Pascua»: la de 1963 se orientó especialmente contra las leyes de emergencia.

Incluso la ruptura definitiva de la socialdemocracia con la tradición socialista se podía asimilar sin graves traumas cuando aún imperaba un estado de ánimo esperanzado, de movimiento progresivo que crece sin roturas (y sin que, por otra parte, la constancia del movimiento estable de la economía capitalista –del «milagro económico»– facilite la defensa contra la insinuación de los valores del sistema). Tras el Congreso de Karlsruhe de la SPD, Ulrike Meinhof titula una de sus columnas «El mal menor» (konkret, 12/1964). El mal menor es la socialdemocracia. No parece dudoso que ese fuera en aquel momento el sentir de la mayoría de la gente de izquierda en las facultades y en las redacciones.

En la primavera de 1965 ocurre algo que se puede tomar como punto crítico en la maduración de una consciencia antiimperialista en los grandes países del capitalismo: los bombardeos de Vietnam del Norte por decisión de la administración Johnson. Muy poco después empieza a notarse la crisis económica que alcanzará su punto más bajo a finales de 1967. Los motivos críticos de los jóvenes universitarios norteamericanos encuentran en Alemania un fundamento conceptual bastante más sólido que en otras universidades, a saber, las tradiciones más o menos intensamente marxistas de centros como el Instituto de Frankfurt o de cátedras desempeñadas por socialistas inequívocos, como Abendroth o Hofmann. Es un momento políticamente difícil para la gran burguesía alemana, porque la crisis económica está agotando el único prestigio de la Democracia Cristiana de Ludwig Erhand, dejando a éste en ridículo como economista y sociólogo de la «sociedad formada». El Partido Socialdemócrata salva la situación, de acuerdo con su viejo papel en Alemania: en noviembre de 1966 se concluye la «gran coalición» entre la SPD y la CDU, un pacto por el cuál los socialdemócratas entran en el gobierno con un canciller democristiano ([Kurt Georg] Kiesinger.) La decepción de la izquierda alemana ante la desaparición incluso del mal menor es grande. Sobre todo porque ya en febrero de 1967 ese gobierno con socialdemócratas en vez de clausurar el tenaz esfuerzo de la derecha por conseguir rellenar la........

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