Más que de alegría, los días previos al Carnaval están borrachos de cólera. Solo hay que mirar lo que ha pasado con los partidos –dizque– amistosos entre equipos bolivianos profesionales. Pocos futboleros, por no decir ninguno, deben acordarse de quiénes jugaron, quiénes ganaron, quiénes metieron goles. De los resúmenes que vi, solo he retenido en la cabeza peleas, unas más brutales que otras. Se pegaron entre jugadores, cuerpos técnicos y hasta socios. Y en la última y más escandalosa trifulca, irrumpieron también los hinchas.

La “piña” que protagonizaron los jugadores de Bolívar y de Guabirá, en Montero, tuvo más ribetes de nota policial que deportiva. Las imágenes que circularon tras la lucha campal eran de cuerpos agujereados por pisotones. Y, por si fuera poco, algunos seguidores de los azucareros coronaron la noche de confraternización apedreando un bus en el que se marchaban futbolistas, técnicos y dirigentes bolivaristas. Hasta donde se conoció resultaron severamente heridos el nuevo técnico celeste, Flavio Robatto, y el responsable de prensa de la institución paceña. En los videos se los vio con cortes en la cara y sangre manando sobre las astillas de vidrios.

Dirigentes, periodistas y opinadores de más baja estofa han reaccionado en coro para condenar la violencia en las canchas, “venga de donde venga”. Es una reacción típicamente demagógica, apropiada para este tipo de circunstancias. Resulta, pues, fácil censurar la agresión del otro, pero, en casi ningún caso, admitir la propia. Ni hablar de pedir disculpas. El culpable siempre es el otro, el rival. No hay wilstermannista que repruebe el comportamiento del Pipo. No hay bolivarista que pida castigo para las provocaciones de Bentaberry. No hay orientista que se avergüence de la animosidad de Riquelme…

No nos mintamos. La violencia en los estadios existe y existirá porque la avala una opinión pública abiertamente partidizada por uno u otro bando. No hay instancias genuinamente neutrales para combatirla. Que los mismos dirigentes del fútbol, encomendados a regular las agresiones, pertenezcan a determinados clubes, es parte del problema. Bolivia carece de la institucionalidad necesaria para prevenir y castigar los hechos violentos asociados a la práctica futbolística.

Los partidos no oficiales son el escenario perfecto para que afloren las riñas más encarnizadas. No están regulados ni tienen consecuencias más reales que la “ignominia” pública. El escarnecimiento de los responsables solo le interesa al que se cree víctima, nunca culpable. Así que a nadie le sorprenda que los “sangrientos amistosos” a-la-boliviana pasen al olvido con la más absoluta impunidad. A lo sumo merecerán una “tarjeta azul”, como esa que ahora quieren implementar en el fútbol profesional y solo sirve para expulsar por unos minutos al infractor de turno. Nada de castigos aleccionadores. Nada de destierros definitivos. Apenas amonestaciones tibias para disimular ante los ojos biempensantes, porque lo único importante es que el show, como el Carnaval, debe continuar a cualquier costo.

DIOS ES REDONDO

SANTIAGO ESPINOZA A.

Periodista

@EspinozaSanti

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Tarjeta azul a la violencia ‘amistosa’

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11.02.2024

Más que de alegría, los días previos al Carnaval están borrachos de cólera. Solo hay que mirar lo que ha pasado con los partidos –dizque– amistosos entre equipos bolivianos profesionales. Pocos futboleros, por no decir ninguno, deben acordarse de quiénes jugaron, quiénes ganaron, quiénes metieron goles. De los resúmenes que vi, solo he retenido en la cabeza peleas, unas más brutales que otras. Se pegaron entre jugadores, cuerpos técnicos y hasta socios. Y en la última y más escandalosa trifulca, irrumpieron también los hinchas.

La “piña” que protagonizaron los jugadores de Bolívar y de Guabirá, en Montero, tuvo más ribetes de nota policial que deportiva. Las imágenes que circularon tras la lucha campal eran de cuerpos agujereados por pisotones. Y, por si fuera poco,........

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