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Mildrey Alfonso: “Los domingos me espantan”

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17.05.2024

Nació en Ciego de Ávila (1975) y vive en Guayos, municipio Cabaiguán, provincia Sancti Spíritus. Ejerce la poesía y la dramaturgia, actividades por las que ha recibido varias distinciones, como la Beca de Creación Literaria Sigifredo Álvarez Conesa (2017) y el Premio Municipal de Cultura (2017-2018).

Varias de sus obras han sido llevadas a escena: Farsa y justicia del corregidor (versión en décima de la pieza de Alejandro Casona) por el grupo de teatro Paquelé, de Sancti Spíritus (2015); Un puente al atardecer (monólogo para adultos), Premio en el Festival Provincial de Teatro Cañambrú (2015) y La otra mirada, Festival Nacional de Artistas Afinionados Universitarios (2016).

Ha publicado un poemario y un volumen de teatro: Sin salida al mar (Editorial Luminaria, Sancti Spíritus, 2021), y Lidiando con la sangre (Tuletraonline, Tampa, EEUU, 2019), respectivamente.

Su poesía, autorreferencial, transparente y con grandes dosis de verdad, habla de la inmediatez del día a día en las circunstancias peculiares de una mujer artísticamente sensible cercada por el lento discurrir de la vida en un pueblo del centro de la isla. Mildrey Alfonso no elucubra, escribe de lo que ve y lo que siente. No necesita más.

Te licenciaste en Economía. Además, eres poeta. Sin embargo, según aprecio en tu currículo, la actividad teatral, como dramaturga y un poco menos como actriz, ha ocupado la mayor parte de tu tiempo creativo. Cuéntanos que relación tienes con el teatro, desde cuando escribes para la escena.

La economía y mis estudios económicos, eso me suena inmenso. Estudié economía por aterrizar en algo. Con 19 años no tenía claro qué quería hacer, y le seguí los pasos a una prima, que ella sí es muy buena económica. Los números me resultan agresivos:

“¿Qué hago yo con un ladrillo en la mano? ¿Dónde lo pongo?”, dice Diego, el personaje de Jorge Perugorría en Fresa y chocolate. Así me sucede con la economía.

Leía mucha narrativa, y comencé escribiendo teatro. Fue amor a primera vista. Esa disposición, por sobre todas las cosas, de ver el mundo a través de una escena. Para mí, todo es teatro. Además, soy muy dramática, y eso me consume; el otro extremo es el humor, que tampoco es azul celeste.

Mi primer trabajo por encargo fue una versión en décimas de la obra Farsa y justicia del Corregidor, del dramaturgo español Alejandro Casona; está en mi libro de teatro Lidiando con la sangre. Me lo pidió Pedro Venegas, director del grupo Paquelé de Sancti Spíritus. Me emocioné tanto, que a la semana, cuando me llama él para precisar un detalle de nuestra colaboración, ya yo tenía la versión lista. Casi ni comía. Y desde ahí se forjó una amistad que late hasta los días de hoy.

Tengo la dicha de vivir en un pueblo donde se hace teatro. Todos los años hay un Encuentro Manuel Cruz in Memorian, al que llegan invitados de otros lares. Ahí, hace tres años, subí a escena con mi monólogo Un puente al atardecer. Todavía ni me lo creo, ¡qué emoción! Nunca había sentido tanta adrenalina. Estar frente a un público es como lanzarte al vacío sin despegar los pies de la tierra. ¡Qué belleza!, ¡qué susto!, ¡qué compromiso tremendo! Le hablé a Venegas para que me viera en escena, a riesgo de quedar mal parada. Afortunadamente, eso llevó a que hoy estemos inmersos en el montaje de una obra, “La mujer sola”, del escritor Darío Fo, con vistas a presentarlo en algún festival. Voy a Sancti Spíritus, teatro; llego aquí, y Teatro, porque tengo dos directores a falta de uno: Rosa Palau, en la casa de cultura, y Pedro Venegas.

Una anécdota: Cuando comencé el ensayo con Venegas, con toda la seriedad y el peso que implican trabajar con un director profesional, me quedé con la mente en blanco en medio del escenario. Daba dos pasos y apagón total, entre la cadena de acciones, el texto, los gestos y el rostro de Venegas, perdida y sin encontrarme. Llegué a casa y le dije a mi esposo: “Yo creo que tengo alzheimer, no recuerdo nada, la mente en blanco.”

Ya màs calmada, después de dos tazas de café, repasé texto, cadena de acción, todo, y ¡bingo!, la cosa fluía. “Pues no; lo he hecho todo bien. No puede ser que tenga Alzheimer allá y aquí no”.

Y hasta el sol de hoy sigo en escena. El teatro me llena espiritualmente cuando la hoja se vuelve demasiado blanca, y la inspiración me abandona.

Participé dos años consecutivos en el festival Teatro sin Fronteras, convocado por el grupo Teatro Primero, de Ciego de Ávila. Allí compartí con dos grandes........

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