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Carolina de la Torre y su nostalgia positiva

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29.11.2025

Siempre había querido conversar con Carolina de la Torre, y como no se daba la circunstancia que propiciara el diálogo, se fueron acumulando más que preguntas, temas que me interesaba abordar con ella. Debo decir que el encuentro físico o virtual se demoró a causa de mi timidez. Las personas brillantes me sobrecogen.

Cualquier conversación, desde la más elemental hasta la más elevada, se compone de preguntas y respuestas de ambos lados. El riesgo, para mí, con la gente que irradia sabiduría y respeto, es quedarme alelado, escuchando, y no preguntar oportunamente por miedo a interrumpir un discurso valioso de mi interlocutor que después no pudiera retomar.

Carolina —Carola, para alumnos, colegas y familiares— es un ser luminoso. No lo digo yo, sino tantos amigos comunes que la han frecuentado. Igual piensan sus pacientes y los suertudos que la han tenido por maestra o colaboradora en innumerables investigaciones.

También es mujer llana, asequible y criolla, prestigioso adjetivo hoy casi en desuso. Estos últimos atributos, para nada reñidos con su condición natural de “eminencia”, determinaron que aceptara la invitación para este intercambio. Solo me impuso una condición antes de iniciar la plática: que no le fuera a quitar la “p” a la palabra psicología. Fue un mandato. Y también un ruego.

Algunas de mis preguntas las rechazó amablemente con el argumento de que sus respuestas darían para varios libros. Acepto que se referían a temas complejos de la ciencia y, también, como no podía dejar de ser, a los desafíos del ser nacional en las actuales y críticas circunstancias.

Carolina Luz de la Torre Molina nació en Matanzas en 1947. Posee un doctorado en Ciencias Psicológicas por la Universidad Lomonosov (1982). Desde 1983 es Profesora Titular de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana. Además de los numerosos posgrados recibidos en Cuba a lo largo de su fructífera carrera, ha tenido la posibilidad de participar en intercambios y cursos de superación en universidades de México, Estados Unidos y Gran Bretaña.

En distintos momentos de su vida ha sido profesora de Español e Inglés (1966-67), Psicología General (1967-69; 1992-93), Psicodiagnóstico de Rorschach (1971-75), Psicología Clínica (1975-80), Historia de la Psicología (1982-1998), Psicología Social (1998), Psicología del Aprendizaje (1998) y Psicología Política (2014, 2016, 2017, 2018). Algunas de estas materias las ha impartido también en el extranjero.

Habría mucho más que consignar: tutorías de tesis, adiestramientos, investigaciones, ensayos, libros y artículos científicos, pero enumerar toda su actividad como docente y científica restaría espacio para la conversación sabrosa. Además, según sus propias palabras, para eso está Google.

He aquí el diálogo.

Eres sobrina nieta del eminente malacólogo Carlos de la Torre (1858-1950) y nieta del pedagogo Salvador de la Torre. ¿Quiénes fueron tus padres?

Me gusta mucho empezar por mis padres, porque, gracias a ellos, mis hermanos y yo crecimos en un ambiente de bastantes estímulos intelectuales y conductuales; también de tolerancia y libertad.

Antes de la Revolución habíamos viajado y vivido en Cuba, Colombia y Estados Unidos, donde mi padre, Alfredo de la Torre, tuvo una beca en Stanford, California, y dos becas Guggenheim en Washington D. C.

Esos traslados frecuentes me adaptaron a los cambios, cosa que siento como una fortaleza que les debo agradecer. Y no me refiero a adaptación como conformismo, todo lo contrario, sino a cierta fuerza interna que me ha permitido enfrentar la vida, aunque me he derrumbado más de una vez.

Mi abuelo Salvador de la Torre: un homenaje en el Sauto setenta años atrás

El estilo de crianza libre no creo que se debiera a un propósito educativo y existencial consciente (que hubiese podido ser porque lecturas no le faltaron a ninguno de los dos), sino a que cada uno de ellos tenía sus propias motivaciones e intereses, así como una verdadera vocación humanista y social.

Los recuerdo hablando de Perón, de Chivás, de José Ingenieros o de la visita de Sartre a Cuba, por poner algunos ejemplos. Aunque eran personas muy diferentes (uno científico de carrera y la otra artista de vocación), tenían en común los intereses por la justicia y el bien de la humanidad, también el respeto por el valor intelectual. Cuando querían demeritar a alguien, lo más ofensivo que se les ocurría era “fulano es un mediocre”. Con ellos no servía “hp”, “degenerado” o “inmoral”: mediocre era el insulto mayor. Y, para garantizarlo, ahí estaba, sobre la mesa de noche, El hombre mediocre de José Ingenieros, libro muy apreciado por los dos.

Mi papá era el arquetipo del científico. Yo lo he considerado “el último naturalista”, porque sus conocimientos y prácticas abarcaban la malacología, la paleontología, la geología, la biología y muchos otros campos de la naturaleza en general. De hecho, por esa amplitud de intereses, pudo conocer a mi mamá colombiana.

Él fue seleccionado en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, entre cientos de aspirantes latinoamericanos, para integrar un grupo que viajaría a Medellín donde, por un año, cursarían estudios de meteorología.

Mi mamá, Blanca Molina, era una hermosa joven pelirroja que trabajaba en los Almacenes Ley del centro de Medellín, donde él la conoció. Ella pintaba, cosía como modista, hacía tapices, escribía poesía y cuentos, y cantaba con una perfecta voz de soprano que supo acompañar con la guitarra hasta que murió.

Mis padres no solamente tenían vocaciones y aptitudes muy definidas por la ciencia y el arte, también contaban con una tradición familiar. La de mi papá ya la has mencionado.

Mi mamá, como tuvo pocos estudios secundarios, se construyó a sí misma desde que vino a vivir a Cuba acabada de casar, y leía todo lo que encontraba de interés. Leía a Proust, por ejemplo, y en cuanto los mayores crecimos un poco (ya trasladados de Matanzas a La Habana), se fue interesando mucho por la vida cultural de este país.

Recuerdo que ella se podía codear con intelectuales que la sabían valorar. Era íntima amiga de la actriz Leonor Borrero y de medio elenco del grupo Teatro Estudio; lo mismo organizaba una tertulia con Harold Gramatges, que se escapaba para el cine con algún escritor amigo.

En los ochenta, cuando todo funcionó mejor, matriculó en la Casa de Cultura de Plaza de la Revolución, donde cursó todas las materias hasta que la dirección le preguntó si los iba a repetir o los dejaba ya. De esa época, quedan cerámicas, cuadros, tapices, cuentos y su libreta de música. Mi mamá tuvo también su herencia en la sensibilidad artística de mi abuelo Benjamín. Él tocaba la flauta y, con sus seis hijos, hacía tertulias con los instrumentos que sabían tocar.

Al hablar de mis padres, siempre recuerdo un ejemplo que resume lo que eran ellos dos. Viajábamos por algún lugar campestre entre La Habana y Matanzas, creo que por Jaruco o algo así, tratando de acampar para un picnic. Buscando y buscando, vimos una especie de farallón bastante notorio, y mi padre dice: “Aquí se ve un corte del cuaternario con rocas calizas”, o algo así. Mi mamá dijo entonces: “Alfredo, ningún cuaternario; allí lo que se ve son cuatro franjas que parecen un cuadro abstracto de diferentes colores”. Estoy inventando un poco porque no recuerdo con exactitud, pero esos eran los diálogos normales entre los dos.

Ella era muy graciosa, y a pesar de la pena por el hijo que fue llevado a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (Umap), y que luego se nos suicidó, fue recuperando, muy lentamente, su sentido del humor.

Mi papá no se parecía a ningún otro cubano que haya conocido, pero estando tan lejos del cubano bullicioso, de choteo y jodedor, tenía, como pocos, ese orgullo de su origen nacional y cultural. Su apego a la ciencia cubana y a la revolución en que creyó, al igual que mi mamá, lo mantuvieron en el país a pesar de las muchas propuestas que, siendo más joven, recibió. Así, como cuando se despidió de mi madre cuando ella se fue a morir a Medellín.

¿Sabías tú que ella tenía una enfermedad en fase terminal?

Sí. A ninguno de los dos le dije la verdad sobre ese viaje final, pero, aunque él hubiera sabido, nunca habría abandonado sus colecciones de fósiles y caracoles, sus escritos y todo su legado familiar.

Ella se fue llena de planes para una vida mejor, y él estuvo de acuerdo. Mi madre decía: “En vez de vivir en Cuba e ir a pasear a Medellín, viviré mejor allá y vendré a pasear aquí”. Era el duro año 1995.

Aunque no me gusta mentir sobre lo que nos queda por vivir, ella estaba muy ilusionada con su viaje, casi en Navidad. Mi padre no quería irse. No quería estropearles sus ilusiones. Ella siempre dijo que no quería morir lejos de Medellín. Yo tampoco quisiera morir lejos de Cuba.

Mis dos padres, resumiendo, amaban la naturaleza y mostraban una fuerte sensibilidad social y cultural, iguales en la intensidad de sus vocaciones, pero cualitativamente diferentes entre sí. Yo me siento bendecida por haber sido criada por ellos dos y lamento no haberlos disfrutado y complacido más, aunque no tuvieron vidas cortas, sobre todo mi papá.

Él murió con 85; ella, con menos edad que los 79 que voy a cumplir pronto yo. En realidad, ellos no me duraron poco; fui yo la que, como niña de su casa, casi no les duró.

¿Qué decidió que estudiaras psicología? ¿Fue una elección cien por cien personal o factores que tuvieron que ver con el contexto social y político de la Cuba de entonces te condicionaron?

Cursando la secundaria básica, una profesora nos preguntó a qué nos íbamos a dedicar cuando fuésemos mayores. Yo no sabía muy bien, pero le mencioné varias carreras que tenían en común el uso de la palabra en el ámbito social. Dije diplomática, periodista, historiadora, etc. No dije psicóloga. No tenía conocimientos ni ejemplos sobre esa profesión. Luego tuve la gran suerte de pasar las pruebas para entrar en el Instituto Preuniversitario Especial Raúl Cepero Bonilla, un proyecto educativo previo a la Lenin que se caracterizó por su exclusivo y abarcador plan de estudios y la formación científica y humanista con amplias posibilidades en cuanto a desarrollo intelectual.

En esa beca, más allá de las conferencias semanales con grandes figuras de la cultura nacional, pude recibir clases de guitarra, teatro y asistir a un círculo de interés en Psicología. La profesora del círculo de interés puso mucho énfasis en la psicología experimental, pero también nos permitió conocer otras materias. Yo me encanté con la grafología, que se acercaba a lo más atractivo de la psicología, que es el descubrimiento de lo que está más allá de lo aparente.

En psicología no se adivina nada de las profundidades de otras personas o grupos humanos, pero se tienen las herramientas para hacer una mejor lectura de lo que queremos conocer. Tenemos posibilidades de averiguar lo latente detrás de lo manifiesto, lo mismo con el lenguaje corporal o la supuesta fantasía que alguien pueda elaborar ante algo tan indefinido como una mancha de tinta que pudiera parecer solo un ejercicio de creatividad.

Qué se ve, dónde se ve, cómo se ve, cuántos atributos se le pueden encontrar. La pintura de una figura humana, por poner un ejemplo, nunca es intrascendente, tampoco el funcionamiento en grupos, el silencio o la forma de hablar. Los psicólogos siempre podremos, si estamos bien preparados, ver un poquito más.

Es lo fascinante de esta profesión y lo imperdonable para quienes no se atreven a leer la realidad. La psicología tiene ese deber social; no cumplirlo es casi un desperdicio o una traición a la profesión.

La realidad cubana, y del mundo, es un texto que tenemos que leer y ayudar a transformar, más allá de los temas seguros de cada especialidad. Hay excepciones, pero, en general, nos falta adentrarnos a fondo, como intelectuales, en el debate nacional, que no solo implica la economía, sino, además, la dañada subjetividad social.

Un profesional de la psicología tiene espacio en laboratorios experimentales, centros de salud, instituciones laborales, en el sector de la educación, equipos de publicidad, así como en cualquier organización social donde los psicólogos deben tratar de entender el comportamiento grupal. Me quedo muy corta en ejemplos, pero pocas profesiones tienen un campo de estudios tan amplio.

En mi caso personal, he disfrutado y........

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