Una tarjeta verde. Puede ser una “idea loca”, en medio de tantas que se ocurren, en el “tercer tiempo” de ese picadito que tantos “jugamos”, al cabo de los 90 minutos, matizado con una cerveza fría, donde tras revivir en una y otra vez las jugadas, los errores y las hazañas recientes, afloran tantas iniciativas para mejorarlo todo.

O podría ser también resultado de profundos análisis donde expertos y doctos se dedican a mirar posibles mejoras a un deporte que colma multitudes, es sueño de ascenso social de tantos marginales en este mundo de inequidades, y factor, al menos por unos minutos, de encuentro entre grupos o de pueblos que quizá en otros espacios jamás se acercarían.

O ser, algo sin sentido, sin necesidad, en un deporte al cual parece que no le faltan reglas y que al contrario parece que les sobran (el VAR, por ejemplo) pues en búsqueda de trasparencia le restan su elemento dramático y emotivo.

Una tontería, pues, dirán algunos. Una “perdedera de tiempo”, dirán más allá.

O una utopía. Sí, quizá es eso. Un sueño utópico: una tarjeta para completar ese “semáforo” al castigo de los jugadores dentro o al borde del gramado, y que se soñó el inglés Ken Aston, cuando, para detener la violencia, vio en el uso de los colores de las señales de tránsito, la posibilidad para contenerlas definitivamente o preavisar en el campo de juego, y que además fuera universal para un deporte que ya empezaba a desbordar fronteras físicas e imaginarias.

Pero las “ideas locas”, las utopías, no por serlas, hay que desecharlas. Al contrario. La “locura”, el idealismo, a veces termina por ser más importante, más definitivo. A un loco alguna vez se le ocurrió que el sol no giraba en torno a la tierra, y bueno, ahí vamos. O, “hay que pedir lo imposible”, una forma de realismo desde aquel Mayo del 68.

Hace unos 30 largos años, Roosevelt Castro Bohórquez (1959) viene hablando de una utopía –muy real para él- de una Tarjeta verde para el fútbol. Roosevelt es periodista de profesión, árbitro de vocación, y soñador por convicción, y es lo que los argentinos llamarían “un pan de dios”: un amigo generoso, un colega solidario, un profe dispuesto a compartir sus saberes, un hombre que ha sacrificado tanto al punto de aún hoy vivir y cuidar de su anciana madre. Sabe que va por la vida ganando amigos. Su presencia menuda quizá ayude a que gane en impetú, en ganas; él sabe, que a los de baja estatura a veces nos toca esforzarnos el doble para hacernos notar. Pasar dos veces para que nos vean. Y a él le gusta que lo vean. Y se lo merece.

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A principios de los años ochenta recibió formación como árbitro, ejerció unos años, (creó su alter ego: Agapito Silva) pero prefirió dedicarse a trabajar el fortalecimiento en valores con los niños del fútbol antioqueño. Entonces, además de enseñarle las reglas del fútbol, pronto le sumó algo que él llama el “componente axiológico” un minimanual de convivencia que les entregaba a los niños, en una laminita del Divino Niño.

La lámina, al reverso llevaba una frase: “Yo amo, tolero y respeto a mi adversario”. Pero en el 2009 lo invitaron al Foro Mundial de la Paz en Bogotá, donde comenzó la historia oficial de la tarjeta Verde. “En la Cumbre Mundial de Paz les mostré la Tarjeta Verde, porque el Divino Niño pues no era creencia en muchas culturas”, cuenta.

Él anhelo de Roosevelt es esa tercera cartulina arbitral que, en vez de castigar, premie, exalte, y estimule todo comportamiento respetuoso, y de juego limpio de jugadores, cuerpos técnicos y administrativos antes, durante y después de los partidos.

Desde esos años, Roosvelt va a cada partido, a cada medio, a cada espacio académico a mostrar y a proponer su Tarjeta, con la cual cree que podrá contribuir a la paz, la convivencia y el juego limpio en el fútbol, ese campo de juego que ahora parece minado por la violencia y el ánimo de lucro y de ascenso social desmedido.

Y poco a poco ha ido calando su idea y ya tiene su historia: “La idea surgió en el 85, pero vivamente en 2009. Ya en el 2015 me di cuenta que la Tarjeta Verde se utilizaba en Italia, en una categoría inferior y los mexicanos dijeron alguna vez que había sido un colombiano –yo- el que había comenzado con todo eso”, ha dicho.

Hace un tiempo, Roosevelt se enteró que su Tarjeta verde hizo parte de la Serie B de Italia, en la temporada 2015-16; saberlo le generó sentimientos encontrados: le dio alegría aunque no le reconocieron su “paternidad”, y un poco de tristeza de ver que en Colombia no ha tenido tanto eco en las esferas del fútbol. Claro que valga decir que la tarjeta verde, fue usada en algunos espacios de Medellín, como símbolo de cultura ciudadana en los tiempos de la pandemia del Covid 19, y premió el buen uso de tapabocas y el respeto de las normas de bioseguridad.

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Hoy día la Tarjeta Verde se implementa en torneos de categorías menores en Argentina, Chile, España, México, Italia, Brasil y otros países. En la mayoría de casos se utiliza la estructura conceptual de Roosevelt, quien, de todos modos, no ha recibido ningún tipo de reconocimiento por ello.

Roosevelt no se cansa. manda su propuesta a muchas instancias, desde el Vaticano hasta la Fifa. El sueño de Roosvelt es que la Tarjeta Verde llegue al reglamento del fútbol, para que sea utilizado en todo el mundo, como símbolo de paz, convivencia, respeto y juego limpio no solo en el balompié sino en todas las expresiones humanas. Y cuando se le pregunta si tiene sentido al cabo de tantos años, seguir insistiendo dice que lo tiene todo: «Así como se castiga y se crean unas multas, también se deben premiar las buenas acciones».

Roosvelt con cierta humildad admite que es un poco Quijote en este reto, y quiere –así como lo hizo con los primeros niños a quienes les enseñó reglamento- contribuir con el rescate de los valores, en el desarrollo de una sociedad que cada vez sea menos egoísta y que, en el caso del fútbol, quiere ganar a cómo de lugar.

Y aunque no desfallecerá pronto, -Roosevelt es incansable y ha sido desde fundador de periódicos y de espacios radiales hasta alquilador de sillas para eventos- sabe que quizá una golondrina no hace verano, y entonces hace un tiempo, le entregó la vocería de su Tarjeta a la ONG Fútbol Con Corazón, para que, desde ahí, busquen implementarla en los festivales y torneos que se realizan en Barranquilla, y ojalá en Miami y Panamá, donde esta ong tiene presencia.

Su sueño aún no termina. Soñador que es, dice que algún día le gustaría sacarle una tarjeta verde a Messi o a Marcelo Bielsa. Y que ojalá pronto su Tarjeta verde sea incorporada entre las reglas de la Fifa.

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Una Tarjeta  verde, el sueño de Roosevelt

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14.01.2024

Una tarjeta verde. Puede ser una “idea loca”, en medio de tantas que se ocurren, en el “tercer tiempo” de ese picadito que tantos “jugamos”, al cabo de los 90 minutos, matizado con una cerveza fría, donde tras revivir en una y otra vez las jugadas, los errores y las hazañas recientes, afloran tantas iniciativas para mejorarlo todo.

O podría ser también resultado de profundos análisis donde expertos y doctos se dedican a mirar posibles mejoras a un deporte que colma multitudes, es sueño de ascenso social de tantos marginales en este mundo de inequidades, y factor, al menos por unos minutos, de encuentro entre grupos o de pueblos que quizá en otros espacios jamás se acercarían.

O ser, algo sin sentido, sin necesidad, en un deporte al cual parece que no le faltan reglas y que al contrario parece que les sobran (el VAR, por ejemplo) pues en búsqueda de trasparencia le restan su elemento dramático y emotivo.

Una tontería, pues, dirán algunos. Una “perdedera de tiempo”, dirán más allá.

O una utopía. Sí, quizá es eso. Un sueño utópico: una tarjeta para completar ese “semáforo” al castigo de los jugadores dentro o al borde del gramado, y que se soñó el inglés Ken Aston, cuando, para detener la violencia, vio en el uso de los colores de las señales de tránsito, la posibilidad para contenerlas definitivamente o preavisar en el campo de juego, y que además fuera universal para un deporte que ya empezaba a desbordar fronteras físicas e imaginarias.

Pero las “ideas locas”, las utopías, no por serlas, hay que desecharlas. Al contrario. La “locura”, el idealismo, a veces termina por ser más importante, más definitivo. A un loco alguna vez se le ocurrió que el sol no........

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