Juego raso y patada en la ceja», nos decíamos cuando éramos chicos y jugábamos al fútbol de barrio. Entonces, cuando nuestro juego era irrelevante, y nos jugábamos solo escapar del aburrimiento, la guerra era a muerte de palabra y obra. Era fácil acabar con las piernas chorreando sangre en aquellos partidos sobre las duras piedras. La palabra decisiva para denostar a cualquier participante no deseable era esta: «Ese no, que es muy marrano». Era el que destacaba, el valentón, el fanfarrón del grupo. Sólo cuando crecimos y el juego se normalizaba, reconocíamos reglas y respetábamos árbitros. Todo era más limpio cuando ya se jugaba algo importante, el honor.

Esta es la escena que me recuerda la política española. Juego raso y patada en la ceja, es la consigna de estos actores broncos, que gustan de hacer sangre. Me pregunto si estos fanfarrones y bocazas se comportan como aquellos marranos que detestábamos porque no se juegan nada. Y quizá por eso siguen con su primitivismo, porque tienen que motivarse dada la irrelevancia de su juego. Esa irrelevancia acaba por producir rabia, una ira que no puede reprimirse. Todo ello configura el síndrome de la impotencia. La marranería política, como la de aquellos chiquillos, es la respuesta a su insignificancia.

La conciencia de la relevancia de lo que se lleva entre manos te hace portador de una cierta dignidad. Acabo de ver la rueda de prensa de las autoridades europeas. Cuando alguien pronuncia la cantidad de cincuenta mil millones de euros, no es necesario el codazo en la boca para hacerse notar. El señor Michel, el presidente del Consejo, no es un político glorioso, pero habla con cierta alegría en el rostro. La señora Von der Leyen tampoco dispone de un especial carisma, pero es agradable escucharla con esa mezcla de fragilidad y firmeza que uno le pide a todo político civilizado. Cuando comparo esta escenografía con la que se empeñan en destrozar nuestros políticos, sólo puedo pensar que la diferencia reside en una razón. En el fondo, es como si los nuestros se dijeran: «Vamos a ser unos segundones toda nuestra vida… ¡no nos pidáis que nos esforcemos!»

Una cierta desesperación se percibe en esta tropa irredenta, una cierta sentencia que se dictan sobre sí mismos. Nunca llegarás a nada importante, se dicen. Pues no hay duda de que, hoy, la relevancia de un político se mide por la capacidad de disponer de una proyección europea. Por eso, los que quieren tener las manos libres, los que aspiran a desinhibirse de manera completa, los que quieren volver a jugar en medio del barro de aquella España de mi infancia, esos, son furibundos antieuropeístas. Se burlan de la burocracia y de la tibieza de la gente de Bruselas. Pero comparados con sus marranerías, los de Bruselas suponen un alivio para nuestras almas, cansadas de tanta brutalidad.

Con la política de pasos medidos, de pequeños avances y de voz baja, Europa hace su camino y se proyecta hacia Georgia. El tibio comunicado de Rusia como respuesta a la apertura de negociaciones con Ucrania testimonia que podemos estar en el inicio de un lento giro de posiciones. Rusia expuso hace días su exigencia, la declaración de neutralidad de Ucrania, y parece que es realista su apreciación de que no perderá esta guerra que ya sabe que tampoco puede ganar. El cansancio de Rusia parece tan evidente como el de USA. Las cosas vuelven a donde estaban al principio: la integración de Ucrania en la UE puede asegurar su anclaje en los valores de las democracias occidentales sin que haga necesaria su integración en la OTAN.

Si la cosa fuera así, y si al final Georgia se vinculara a Occidente, podremos proyectar los valores democráticos hacia el corazón de Asia, hacia el Caspio, y compartir orillas del Mar Negro sin necesidad de incluir a Turquía, llamada a tener un gran protagonismo en la formación del gran espacio islámico. Compartir el mar Negro entre Rusia, Turquía, y una Ucrania y Georgia pro-europeas, más que intensificar el conflicto que ha llevado a esta guerra, puede hacer obligatoria una política de buena vecindad entre ellas. Por eso, cuando una periodista les preguntó a los dirigentes europeos si no estarían creando falsas expectativas, como sucedió con Turquía, no percibió que se trata de una estrategia alternativa de proyección hacia el este. Con dicho movimiento se llegaría al límite de las tierras cristianas de Asia, lo que no es un detalle menor.

Queda la posición sobre Israel, que no alcanza la unanimidad. Unos exigen el alto el fuego y otros pausas humanitarias. Pero hay acuerdo en que Israel no puede anexionarse Gaza y en que no se pueden forzar los desplazamientos de los gazatíes. Pero sobre todo se está de acuerdo en que Hamás no puede ser el dueño de Gaza. Los Estados Unidos han exigido un cambio táctico de la guerra, de bombardeos indiscriminados a operaciones quirúrgicas. Lo que necesitamos es que la guerra acabe para avanzar hacia dos Estados capaces de cooperar desde fronteras claras.

La forma más rápida de poner fin a esta trágica situación pasa por exigir la rendición de Hamás, devolver los rehenes a casa, asentar la paz en Gaza, garantizar un trato adecuado como prisioneros de guerra a los milicianos que se rindan, y comenzar la reconstrucción de los hogares palestinos. Y mientras, nosotros con el juego raso, como si que Bildu gobernara Pamplona supusiera el fin del mundo.

QOSHE - Europa avanza - José Luis Villacañas
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Europa avanza

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16.12.2023

Juego raso y patada en la ceja», nos decíamos cuando éramos chicos y jugábamos al fútbol de barrio. Entonces, cuando nuestro juego era irrelevante, y nos jugábamos solo escapar del aburrimiento, la guerra era a muerte de palabra y obra. Era fácil acabar con las piernas chorreando sangre en aquellos partidos sobre las duras piedras. La palabra decisiva para denostar a cualquier participante no deseable era esta: «Ese no, que es muy marrano». Era el que destacaba, el valentón, el fanfarrón del grupo. Sólo cuando crecimos y el juego se normalizaba, reconocíamos reglas y respetábamos árbitros. Todo era más limpio cuando ya se jugaba algo importante, el honor.

Esta es la escena que me recuerda la política española. Juego raso y patada en la ceja, es la consigna de estos actores broncos, que gustan de hacer sangre. Me pregunto si estos fanfarrones y bocazas se comportan como aquellos marranos que detestábamos porque no se juegan nada. Y quizá por eso siguen con su primitivismo, porque tienen que motivarse dada la irrelevancia de su juego. Esa irrelevancia acaba por producir rabia, una ira que no puede reprimirse. Todo ello configura el síndrome de la impotencia. La marranería política, como la de aquellos chiquillos, es la respuesta a su insignificancia.

La conciencia de la relevancia de lo que se lleva entre........

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