Hay algo que aprender de estos días pasados? Ante todo, lo obvio. Sánchez debe convencerse de que no estamos en un régimen presidencialista. El método debe hacer brotar del Parlamento los acuerdos, no llevar al Parlamento las propuestas. Sea como sea, eso incluye los escaños de Podemos. No debemos permitirnos más jornadas semejantes y ya van varias. Lo que debería seguirse de repetirla sería el descrédito radical de todos los actores, que se pondrían a la altura de los que no tienen ninguno. Lo preocupante es que Junts y Podemos esperen alcanzar algún reconocimiento entre su electorado por su comportamiento. De lo contrario, ¿por qué iban a actuar así? En este caso debemos preguntarnos de qué beneficio se trata.

Podemos una vez más compararnos con lo que sucedió en los últimos meses de Weimar. La imposibilidad de llegar a gobiernos de mayorías parlamentarias y la carencia de la moción de censura constructiva, llevó a un uso abusivo de los decretos presidenciales y a continuas elecciones, cuyo resultado fue cada vez más catastrófico. Si algo enseña aquella experiencia de continua degradación parlamentaria es que, una vez que se fragmenta el electorado, resulta muy difícil regresar a convergencias capaces de mayorías estables. El golpe de Estado de Hitler sentenció esta lógica.

En Alemania aquel proceso fue conducido con la firme decisión de acabar con la democracia. Lo decisivo de nuestro presente es que nadie manifiesta la voluntad de llevarse por delante la democracia española. Y sin embargo, algunos actores se comportan como si efectivamente ese fuera su objetivo. Al menos no son capaces de comprender que la desafección respecto a nuestra institucionalidad política puede hacerse endémica. Esa desafección no sirve a las fuerzas de progreso, sino a la estrategia facciosa que quiere maniatar al Estado mientras no esté en sus manos, para desmantelarlo mejor cuando lo esté. Por ejemplo, me pregunto con qué argumento se querrá defender que los jueces sean nombrados por un parlamento que se comporta de este modo. Es un argumento que dirijo a la responsabilidad de Podemos.

Lo escandaloso de esta situación no es que el Parlamento se entregue a una negociación infinita. Esa es su tarea. Lo escandaloso reside, en mi opinión, en que no se negocie para conseguir mejora alguna posible y se desprecie la real que se tiene a mano. Este es el tipo de negociación más raro que he contemplado. Se negocia para humillar al Gobierno, para mostrarlo impotente. Ahí reside la ventaja, en un goce sádico de humillación que se lanza a los propios seguidores para que lo jaleen. ¿Pero qué beneficio político es este? ¿Y qué tenemos que pensar acerca de los psiquismos que lo reclaman, que lo aprecian, que lo valoran? ¿De qué es síntoma? ¿No es el final de una mentalidad democrática?

Junts ha tenido que rebuscar en los archivos para encontrar una competencia a delegar, la de inmigración. Por supuesto, Junts sabe que todo ese acuerdo es papel mojado. Como ha dicho la portavoz de ERC, que tendría que gestionar la delegación, lo pactado no tiene eficacia práctica. Pero en realidad no se buscaban esas competencias, sino un motivo que poner sobre la mesa, como el aro de fuego que el domador coloca ante las fauces del león, para humillar a la bestia. ¿Así cree Junts ganarse el respeto de su electorado? ¿Y qué valdría políticamente ese respeto? ¿Acaso humillar fue alguna vez una convicción noble y fuerte?

Eso por no hablar de la otra reivindicación, más significativa. Obligar a las cuatro mil empresas a regresar a Cataluña. Esta medida muestra el talento de Junts. Con ella se habría llevado al extremo la humillación del gobierno de España. Se obligaría coactivamente al Estado a resolver el problema que la propia política de Puigdemont creó. De paso, Junts revela de lo que serían capaces en caso de hegemonizar un Estado catalán independiente.

¿Es esta una política emancipadora? ¿Es este el horizonte de libertad que justificó durante un tiempo el discurso independentista? ¿Es ese el valor político que reúne a su electorado? ¿Humillar al Estado por el goce de comprobar su impotencia? ¿De qué impotencia es síntoma este goce? Jordi Amat recordaba hace poco la frase del historiador Josep Fontana. «No perdamos la nación por ganar el Estado». Fue una frase buena. Hoy sería esta: «No perdamos la dignidad por ganar un Estado». Ahí es donde está Junts. Incapaz de reconocer que este juego no da más de sí, que la vieja estrategia del pujolismo de llegar a un Estado a través de arrancar concesiones es la carrera de Aquiles y la tortuga, se muestra incapaz de dar un giro hacia la dignidad de la tradición política catalana. Sólo le queda compartir el goce de la impotencia.

Se ha apreciado por doquier la capacidad de arbitraje que sobre el Gobierno central han tenido las minorías nacionalistas. Estamos comenzando a ver que vamos a un arbitraje recíproco. Pues en los tiempos que corren, y en los que vienen, serán los partidos que todavía mantengan una relación con el Estado los que servirán de árbitros en unas nacionalidades que llegan tarde a la forma homogénea de la nación. Los intereses que mueven el presente trazan un abismo entre los que luchan por la acumulación y los que lo hacen por la igualdad y las condiciones dignas de vida. En la batalla entre Junts y ERC, ¿quién será el árbitro? ¿La CUP?

QOSHE - El goce de humillar - José Luis Villacañas
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El goce de humillar

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13.01.2024

Hay algo que aprender de estos días pasados? Ante todo, lo obvio. Sánchez debe convencerse de que no estamos en un régimen presidencialista. El método debe hacer brotar del Parlamento los acuerdos, no llevar al Parlamento las propuestas. Sea como sea, eso incluye los escaños de Podemos. No debemos permitirnos más jornadas semejantes y ya van varias. Lo que debería seguirse de repetirla sería el descrédito radical de todos los actores, que se pondrían a la altura de los que no tienen ninguno. Lo preocupante es que Junts y Podemos esperen alcanzar algún reconocimiento entre su electorado por su comportamiento. De lo contrario, ¿por qué iban a actuar así? En este caso debemos preguntarnos de qué beneficio se trata.

Podemos una vez más compararnos con lo que sucedió en los últimos meses de Weimar. La imposibilidad de llegar a gobiernos de mayorías parlamentarias y la carencia de la moción de censura constructiva, llevó a un uso abusivo de los decretos presidenciales y a continuas elecciones, cuyo resultado fue cada vez más catastrófico. Si algo enseña aquella experiencia de continua degradación parlamentaria es que, una vez que se fragmenta el electorado, resulta muy difícil regresar a convergencias capaces de mayorías estables. El golpe de Estado de Hitler sentenció esta lógica.

En Alemania aquel proceso fue........

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