El banjo y el hacha
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Nada es casual y apenas unas semanas atrás, en la luminosa oscuridad de un cine, viendo la formidable Inside Llewyn Davis de los hermanos Ethan y Joel Coen, me pregunté qué sería de la vida de Pete Seeger. Entonces –mientras en la pantalla se evocaba con cruel dulzura a todos esos jóvenes bohemios del Greenwich Village jugando a ser impecables campesinos urbanos antes de ser arrasados por peludos hippies lisérgicos– estaba claro que Seeger se estaba preparando para el último gran hito que le queda a una vida de 94 años de duración: morir de causas naturales luego de haber servido con naturalidad a su causa.
La película de los Coen transcurre en el decisivo invierno de 1962 para el movimiento folk (decisivo porque marca la llegada de la tormenta perfecta de un joven de Duluth, Minnesota) y, por entonces, Seeger ya tenía 43 años. Seeger era, sí, casi un viejo para todos esos chicos y chicas de armonías cristalinas, falsos acentos galeses y absurdos suéteres de cuello alto. Y Seeger ya era, también, una leyenda digna de película coral de Paul Thomas Anderson o de serie de televisión con muchos Globos de Oro. Folkie nights, Folk men, ustedes eligen.
Veámoslo y oigámoslo así: Pete Seeger fue para el folk el equivalente de Elvis Presley –quien abjuró de la beatlemanía como Seeger mostró los dientes al folk enchufado– para el rock: un tradicionalista revolucionario.
Y su historia –la de un hombre de una rectitud tal que por momentos recordaba a un puritano blindado o al más ingenuo de los idealistas– es tan compleja y llena de vericuetos como la de una de esas baladas tradicionales que parecen no terminar nunca. Versos sueltos: hijo de padre musicólogo de izquierdas y madre violinista clásica; buen alumno en Harvard; debutante en la radio junto a Lead Belly y Burt Ives y Woody Guthrie (en cuya guitarra se leía aquello de “Esta máquina mata fascistas”); traductor a su banjo (donde se leía un más pacifista “Esta máquina acorrala al odio y lo obliga a rendirse”) de partituras de Bach y Beethoven;........





















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