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Si se piensa que Richard Nixon renunció a la presidencia de Estados Unidos por una investigación periodística de The Washington Post, bautizar como cuarto poder al poder de la prensa no sería una exageración o una impostura. Y si bien aquella investigación inauguró cierta época heroica, tiempo después se supo que las astucias y los enjuagues del ex presidente republicano ya habían sellado su destino político. Si a eso se le suma la vigilancia de los medios, que nunca soltaron la presa, la renuncia era sólo cuestión de meses o de días.

Esta introducción acaso sirva para ilustrar el caso argentino, donde el gobierno de Cristina Fernández está enfrentado a grupos monopólicos que atacan sin piedad, desde sus terminales informativas, a la administración de la primera mujer presidente del país. La democracia pospolítica –en la que parecen importar más las personas que las ideas– es una guerra entre corporaciones políticas, sindicales y empresariales que dicen tener ideología pero que juegan su permanencia en un campo de batalla donde el botín es la opinión pública… y la economía.

En América Latina las empresas periodísticas ya no son sólo empresas periodísticas sino corporaciones que cuidan sus intereses y arreglan, informan, niegan, sesgan o inventan de acuerdo con esos intereses y los de sus accionistas. El Grupo Clarín, convertido en bestia negra del gobierno, según el balance de 2008, facturó 2 mil millones de dólares, con ganancias de 500 millones más. Es cierto que hasta el conflicto rural de marzo de ese año (cuando la administración criolla intentó aprobar una ley para subir las retenciones a la soja), las relaciones con el Gran Diario........

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