La decisión de Pedro Sánchez de ralentizar la nominación de los ministros que le acompañarán en su tercer mandato pilló por sorpresa a casi todo el mundo, incluidos a los propios candidatos. Acostumbrados a los golpes de mano del líder socialista, está demora en elegir a sus alfiles para el complejo mandato que se avecina tiene una difícil explicación, máxime después de haber tenido casi cuatro meses para elegir sus piezas y de reprocharle a Alberto Núñez Feijoo haber hecho perder el tiempo al país durante la friolera de 34 días.

Pero ese retraso tiene muchas aristas. La primera, y más importante, es la guerra interna entre Sumar y Podemos, que desestabiliza una de las dos patas de la coalición. Pablo Iglesias, que disfruta haciendo sufrir a Sánchez, ya anunció que los morados tendrán un perfil propio en votaciones y decisiones si su pareja, Irene Montero, es despojada de su ministerio. Y la amenaza parece que tendrá que cumplirla porque desplazar a la artífice de la ley del «solo sí es sí» es uno de los acuerdos firmes de Sánchez y Yolanda Díaz, el primero para recuperar la icónica cartera de Igualdad para el PSOE y la segunda para evitarse una incómoda rival que ponga a prueba su liderazgo en cada decisión. «El veto existe», admiten todas las partes implicadas.

La otra gran clave del retraso en configurar un Gobierno que debería estar trabajando ya en unos Presupuestos creíbles para la UE es elegir a qué barones saca Sánchez del ostracismo tras el varapalo del 28M. A Francina Armengol, conocida por su afinidad con los independentistas, le tocó la presidencia del Congreso. Pero en la lista de espera para una recolocación siguen media docena de veteranos líderes del partido. Los dos mejor colocados son el extremeño Fernández Vara, el único de la vieja guardia que siempre ha estado en las ejecutivas del PSOE, y Ximo Puig que ha pasado de culpar a Sánchez de su derrota a convertirse en un incansable defensor de su estrategia.