El taxista se toca el mentón reflexivamente en un semáforo, ante el comentario distendido de una tertuliana de RAC1, que ha soltado que es el sexo lo que aguanta a las parejas de larga duración –en su caso, 25 años– porque, de lo contrario, ante el deterioro físico y hasta los ronquidos del compañero, la ruptura sería algo más que una posibilidad. “Yo sumo más de veinte años –comenta–, pero no tengo claro que aguantemos por eso”.

Una imagen del montaje 'La filla de l'est' del TNC

Los medios de comunicación estimulamos, ya ven, el debate público. Puede ser sobre la convivencia en el ámbito privado, pero también sobre nuestra vida pública en común. Sin embargo, cuando el debate político se enrarece, resurgen medios tan antiguos como el teatro para inducirnos a la reflexión.

Ayer (y anteayer) pudimos ver en el Teatre Lliure Aquelles que no han de morir, obra donde Las Huecas diseccionan el atroz funcionamiento del sistema funerario: una selva donde hay empresas que se aprovechan del estado de shock de los allegados para colarnos sus abusos. Un sector en el que la liberalización, en vez de ayudar a prestar un mejor servicio, ha servido para cuadruplicar precios (en Barcelona, 5.000 euros de media por funeral).

Al mismo tiempo, el TNC de Carme Portaceli tiene en cartel dos obras muy pertinentes que nos remiten a Ucrania, Gaza y, sobre todo, a nosotros. La filla de l’est, basada en la novela de Clara Usón sobre la hija de Ratko Mladic, el carnicero de los Balcanes, plantea los crímenes que manchan Europa y su aceptación banal e irresponsable. En la sala de al lado, Andorra, de Max Frisch, se ambienta en una pequeña nación, orgullosa de su idiosincrasia, que saca sus peores fauces al tratar a un joven judío en un momento en que la belicosa nación vecina pretende acabar con ellos.

En Madrid, en una atmósfera íntima de cabaret canalla, Alberto San Juan, despojado de sus ropajes de Balenciaga, recorre la historia de España en Macho grita, detallando cómo el poder ha ido extirpando de la idea de nación española, a lo largo de los siglos, culturas y religiones que le eran perfectamente propias.

El público sale de todas estas salas divertido y debatiendo temas muy serios. El teatro nos sigue haciendo pensar.