La economía de las Españas se encamina hacia una situación muy delicada en el horizonte no solo del corto y del medio plazo, sino del largo. A las dificultades coyunturales y estructurales presentes se suma la configuración de un entorno de inestabilidad institucional que crea unas condiciones nada propicias para crecer de manera equilibrada y sostenible. El problema no es ya de incertidumbre, sino de certidumbre, de la paulatina consolidación de un modelo que en el aspecto macroeconómico hace imposible lograr una estabilidad básica y en el microeconómico desincentiva el trabajo, el ahorro, la inversión, la innovación y el aumento de la productividad; esto es, de las fuentes del crecimiento y del bienestar social. Este es el escenario socioeconómico real al inicio de la nueva legislatura.

Las Españas se encaminan hacia el tercer decenio del siglo XXI habiendo olvidado algo fundamental: la causa y el origen de la riqueza de las naciones para parafrasear a Adam Smith. La idea según la cual el progreso está garantizado, la crisis superada y se abre un futuro de prosperidad no solo no obedece a la realidad, sino que se compadece mal con ella. Las Españas se están adentrando por un camino que, por desgracia, no es inédito en su historia. Se ha producido en tiempos pretéritos, alguno de ellos no muy lejanos y existe la amenaza de que se repita.

En este contexto es conveniente elevar la mirada y contemplar la trayectoria económica de las Españas a lo largo de las últimas décadas; en concreto, la de un indicador fundamental: la evolución de su PIB per cápita, no ya frente a la experimentada por los estados más ricos de la Unión Europea y de la eurozona, sino a la registrada por el promedio de ambas áreas. Ese ejercicio arroja unos resultados desoladores. En los último 50 años, la vieja Piel de Toro no ha sido capaz de estrechar el diferencial de nivel de vida que la separa de sus socios europeos.

Esto solo puede calificarse de fracaso; los estados que se integran en una zona económica y comercial con un PIB per cápita superior al suyo tienden, ceteris paribus, a converger hacia el disfrutado por ellos. Cuando finalice el 2023, la brecha entre el PIB per cápita español y el de la media de la UE será prácticamente el mismo de 1975.

La posición relativa de las Españas resulta aún más preocupante si se considera que, a lo largo del pasado quinquenio, estados cuyo punto de partida era mucho peor están convergiendo de manera acelerada hacia la media de la UE en términos de PIB per cápita. Este es el caso de la República Checa, Malta, Chipre, Eslovenia, Lituania o Estonia, por citar algunos ejemplos. En especial, el contraste es muy marcado con lo acaecido con los países del antiguo telón de acero, que tenían unos niveles de renta precarios, agravados por la complicada y dura transición de un sistema de planificación central a una economía de mercado.

El panorama descrito no es producto de ningún mal endémico ni tiene nada que ver, como suele sostenerse, con las singularidades del modelo productivo existente en las Españas, sino con la falta de continuidad o de aplicación de las políticas económicas que hacen posible modificar aquel y converger con los estados de alta renta. Todos los procesos de estabilización macroeconómica y de reformas estructurales emprendidos por unos gobiernos se han visto paralizados o revertidos por sus sucesores; nunca se han mantenido ni mucho menos se ha profundizado en ellos. La convergencia de los niveles de renta de una economía hacia los disfrutados por las más desarrolladas requiere consistencia temporal; esto es, la permanencia de una estrategia orientada a ese fin. Esto no ha ocurrido en las Españas desde la instauración de la democracia.

Si, con excepciones, esa ha sido la tónica de la política económica, la de la actual coalición gubernamental supone una acentuación de los rasgos que entorpecen de manera radical conseguir la convergencia real con Europa o, para expresarlo con mayor claridad, contribuyen a aumentar la divergencia con altas posibilidades de que eso se consolide en los próximos años, dadas las grandes transformaciones a las que se enfrentan la economía europea y la global.

Las Españas tienen muchas probabilidades de perder el tren de la prosperidad. Si esto sucede, se convertirán, como en los 100 años que discurren entre 1850 y 1950, en un país atrasado. Durante ese periodo creció, pero se ahondó su retraso respecto a los países industrializados. Y su fuerte crecimiento entre 1958 y 1974 no logró cerrar la distancia que la separaba de las economías avanzadas (Prados de la Escosura, El progreso económico de España (1850-2000), Fundación BBVA, septiembre 2003).

En medio de la euforia propagandística del Gobierno, estas reflexiones resultan desagradables, pero la realidad es terca y los hechos tozudos. Atraso no significa per se estancamiento ni un empobrecimiento en términos absolutos, aunque ambas cosas pueden producirse. Es un concepto relativo. Implica un incremento lento del producto real por habitante y un cambio estructural limitado e insuficiente en relación con el realizado por otras economías. Y esto conduce a otra palabra, fracaso ; es decir, el desperdicio de las oportunidades que hacen posible prosperar e incrementar el nivel de vida de todos los ciudadanos.

Este es el fantasma que se cierne sobre las Españas y su devenir. Algunos o muchos considerarán estas reflexiones exageradas o guiadas por prejuicios ideológicos. Quizá tengan razón y, en cualquier caso, la insondable ignorancia de todo ser humano veda cualquier presunción de infalibilidad. Sin embargo, la experiencia tal vez no sea la madre de la ciencia, conforme al viejo aforismo, pero como decía Santayana: “Quien no conoce la historia está condenado a repetirla”. Y, si se pierde el tren de la prosperidad, volver a cogerlo es muy difícil.

QOSHE - Perder el tren de la prosperidad - Lorenzo Bernaldo De Quirós
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Perder el tren de la prosperidad

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16.12.2023

La economía de las Españas se encamina hacia una situación muy delicada en el horizonte no solo del corto y del medio plazo, sino del largo. A las dificultades coyunturales y estructurales presentes se suma la configuración de un entorno de inestabilidad institucional que crea unas condiciones nada propicias para crecer de manera equilibrada y sostenible. El problema no es ya de incertidumbre, sino de certidumbre, de la paulatina consolidación de un modelo que en el aspecto macroeconómico hace imposible lograr una estabilidad básica y en el microeconómico desincentiva el trabajo, el ahorro, la inversión, la innovación y el aumento de la productividad; esto es, de las fuentes del crecimiento y del bienestar social. Este es el escenario socioeconómico real al inicio de la nueva legislatura.

Las Españas se encaminan hacia el tercer decenio del siglo XXI habiendo olvidado algo fundamental: la causa y el origen de la riqueza de las naciones para parafrasear a Adam Smith. La idea según la cual el progreso está garantizado, la crisis superada y se abre un futuro de prosperidad no solo no obedece a la realidad, sino que se compadece mal con ella. Las Españas se están adentrando por un camino que, por desgracia, no es inédito en su historia. Se ha producido en tiempos pretéritos, alguno de ellos no muy lejanos y existe la amenaza de que se repita.

En este contexto es conveniente elevar la mirada y contemplar la trayectoria económica de las Españas a lo largo........

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