Galicia vota el domingo sin haber debatido un asunto capital para el país: ¿por qué los autodenominados pimientos de Padrón son el timo de la estampita? ¿Y para esto aprendimos a recitar “unos pican y otros no”? ¿Hasta cuándo abusará la Xunta de nuestra paciencia con este pimiento?

Antiguamente, este vegetal verde socorría al celtíbero –incluso al de Vitigudino– cuando invitaba a una marisquería a chicas que se llamaban Angelines, Maruja, Virtudes y cosas por el estilo. Para esquivar los percebes, las almejas y el marisco según precio de mercado, el asalariado celtíbero proponía, como el que no quiere la cosa, picar unos pimientos de Padrón, tan juguetones ellos.

Y muy económicos...

–¿Te importaría avanzarme cómo terminará la noche y así ceno más relajado?

–Unos pican y otros no...

Yo calculo que los pimientos de Padrón perdieron la mala leche allá por la muerte de Manuel Fraga en el 2012, aunque se sigan sirviendo en los restaurantes gallegos no como lo que son –un pimiento verde, canijo y bobo– sino como lo que recordamos que eran: una ruleta rusa de los juegos reunidos Geyper.

Habiendo recibido, periodista pipiolo, una bronca volcánica de Fraga Iribarne –razón no le faltaba al hombre–, barrunto que de presidir la Xunta no hubiese tolerado este atentado contra el galleguismo y su cocina, la más viajada de España.

¿Y por qué no pican si era su atractivo? Yo tengo una explicación y la voy a endilgar: las celtíberas del siglo XXI son muy poco amigas del picante y una vez empoderadas han impuesto sus preferencias en la mesa y prolongaciones, entre las que no figuran los besos con sabor a pimiento de Padrón, guindilla roja o chile jalapeño. A lo sumo, un toque de wasabi, esa pasta verde tan descafeinada que tampoco pica lo que pica en el archipiélago de Japón.

¿Existen señoras que adoren el picante y banqueras de buen ver en Luxemburgo? Seguramente las hay y las habrá, pero tengo mis dudas, que comparto con ustedes, con la esperanza de que la realidad no estropee este análisis electoral.