Se lo he escuchado a más de uno: “Si mi madre (o la abuela) no estuviera, por Navidad pillaría un avión para largarme lo más lejos posible”. Y, a veces, pasa. Faltan las que hacen el cocido o los canelones y ese encuentro de tantos años se deshace como la flor de Pascua después de Reyes. Otras veces, sobre todo si hay niños, empieza la carrera de relevos: cada año en casa de algún hermano, con las excepciones de los desparejados o los que tienen una casa pequeña… La celebración no es la misma, aunque el tió cague, se compren canelones en un buen obrador y se discuta de lo mismo y con la misma pasión.

Es comprensible, como también lo son quienes odian cordialmente las fiestas, bien porque les traen malos recuerdos, o cero ganas de encontrarse con familiares con los que comparten poco más que un trozo de código genético, o porque se empalagan del marketing que lo cubre todo con una capa grasienta de villancicos azucarados, luces psicodélicas y un mantra constante: “compra, compra, compra”.

También están los que siguen viviendo estas fechas con la misma ilusión que cuando eran niños y sabían que se acercaba un momento en el que recibirían regalos, se pelearían y jugarían con los primos sin mucha supervisión y comerían cosas muy dulces.

Pero el epicentro, en buena parte de este lado del mundo, continúa estando en la cocina, alrededor de una mujer que es madre, abuela, tía, nuera o cuñada. Que tiene libro de recetas manchado y amarillento o una memoria en nariz y vista que le permite reconocer el punto justo de todos los platos. Me recuerda una historia con moraleja: una nieta le pregunta a su abuela por qué ella y su madre, siempre que cocinan cordero al horno, cortan en dos la pata, una receta que no ha visto en ninguna parte. “¡Ay, yo lo tuve que hacer así porque teníamos una cocina tan pequeña que no cabía entera en el horno!”, responde la abuela.

Todas estas mujeres importantes, atadas por obligaciones que no podían o querían excusar, también nos han enseñado que tenemos la libertad de inventarnos nuevas tradiciones, nuevas recetas, nuevas fórmulas para celebrar. Incluso la de no celebrar nada de nada, sin sentirnos raros. Sea como sea, feliz Navidad.

QOSHE - Madres y abuelas - Glòria Serra
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Madres y abuelas

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24.12.2023

Se lo he escuchado a más de uno: “Si mi madre (o la abuela) no estuviera, por Navidad pillaría un avión para largarme lo más lejos posible”. Y, a veces, pasa. Faltan las que hacen el cocido o los canelones y ese encuentro de tantos años se deshace como la flor de Pascua después de Reyes. Otras veces, sobre todo si hay niños, empieza la carrera de relevos: cada año en casa de algún hermano, con las excepciones de los desparejados o los que tienen una casa pequeña… La celebración no es la misma, aunque el tió cague, se compren canelones en........

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