El primero del viejo mundo que llegó a Chile no fue ni el conspicuo Valdivia ni el tosco Almagro, fue un fugitivo, un forastero que se alejó del Perú todo lo que pudo. Su nombre: Gonzalo Calvo de Barrientos. Cruzó desiertos, montañas, ríos hasta que, en su vagabundeo desesperado, se encontró en un plácido lugar que se conoce como Quillota. Ahí se quedó, se reprodujo y fue el verdadero fundador de Chile, genéticamente hablando. Y el gran detalle: no tenía orejas, pues se las habían cortado sus jefes en el Cusco. Así que el primer chileno, además de fugitivo, era un desorejado, alguien que (supuestamente) no escuchaba a nadie, un sordo de cuerpo y seguramente alma.

En Chile parece que existe una tradición desorejada que se bifurca en dos formas de sordera: aquellos que se les dice una cosa y entienden solamente la parte que les interesa entender. Del resto, ni se enteran. La otra: aquellos que parecen haber escuchado, ponen cara de haberlo entendido todo, pero después, o no se acuerdan lo que se les dijo o simplemente alegan nunca haber oído nada.

Pero no nos engañemos, ¡el desorejado nada tiene de sordo! Carece del cartílago llamado oreja mas no del sentido de nombre oído. Escucha y computa, a pesar de que luego luce su ausencia de orejas para dejar flotando la duda. Por lo tanto: si usted se encuentra con algún descendiente del desorejado, que le haga pensar que no sabe lo que debió haberle quedado bien claro, simplemente ignórelo. Hágase también el desorejado, páguele con la misma moneda, no sea leso.

Hay algunos desorejados más sofisticados que, luciendo falta de orejas, afirman querer escuchar, dialogar, y todo eso que dice amar la gente educada por curas. Con todo, la mayor parte de las veces, estas son estrategias para que los otros desorejados bajen la guardia, confiesen que en realidad sí escuchan y, ¡zas!, caigan en la trampa.

Porque el verdadero diálogo, que es un invento de medio minuto griego, ocurre solamente ahí donde la escucha mutua es tan verdadera que nadie osa interrumpirse ni, como en las películas de Raúl Ruiz de muchos hablantes simultáneos, hace de ese gallinero una polifonía vacía.

Solo dialoga genuinamente aquel que se aprende de memoria lo que otro le ha dicho. Tal vez no por hacerle caso, sino por retener esas palabras para algún día rebatirlas. Los otros son desorejados que nunca puede saberse si realmente han escuchado o no. El mundo termina transcurriendo por un pliegue distinto al de las orejas.

“Atacama fantasma”, un ensayo radical sobre este inmenso despoblado, ha recordado recientemente la figura de este otro fundador de Chile. Su autor, Cristóbal Marín, debe ser uno de los mejores ensayistas que hoy hay en el mundo, a pesar de ese caldeado aire de demolición melancólica y victimizante que tiene toda su generación.

La tradición desorejada está siempre ahí, invitando a su rancho y renegando de sí misma. Detesta sin verdadera fuerza las otras fundaciones: la agazapada de Almagro y la esbelta de Valdivia.

Hay que disimular las orejas en su nombre, hasta el día que les vuelvan a crecer y ya les sea imposible dárselas de sordos.

Por Joaquín Trujillo, investigador CEP

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Columna de Joaquín Trujillo: Tradición desorejada

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20.12.2023

El primero del viejo mundo que llegó a Chile no fue ni el conspicuo Valdivia ni el tosco Almagro, fue un fugitivo, un forastero que se alejó del Perú todo lo que pudo. Su nombre: Gonzalo Calvo de Barrientos. Cruzó desiertos, montañas, ríos hasta que, en su vagabundeo desesperado, se encontró en un plácido lugar que se conoce como Quillota. Ahí se quedó, se reprodujo y fue el verdadero fundador de Chile, genéticamente hablando. Y el gran detalle: no tenía orejas, pues se las habían cortado sus jefes en el Cusco. Así que el primer chileno, además de fugitivo, era un desorejado, alguien que (supuestamente) no escuchaba a nadie, un sordo de cuerpo y seguramente alma.

En Chile parece que existe una tradición desorejada que se bifurca en dos formas de sordera: aquellos que se les dice una cosa y entienden solamente........

© La Tercera


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